Cuando nos enfrentamos con películas que están basadas en obras literarias, la primera tentación de quien conoce ambas, es decir cuál le gustó más, destacando y criticando las diferencias o señalando las coincidencias entre ambos trabajos; a veces eso cae muy gordo pues hay quienes insisten en resaltar que se trata de dos lenguajes distintos y, por ello, no hay punto de comparación, pero lo cierto es que -sepas o no de cine- es un impulso inevitable.
A mí me sucede muy a menudo pues amo leer y tengo mis libros favoritos a los cuales aborrezco que se les acerquen productores, directores y Hollywood en general, pues estoy segura que nunca lograrán reproducir en pantalla lo que yo he creado en mi mente para cada uno de ellos.
Tomando eso en cuenta, y subrayando que La ladrona de libros no es una de mis obras favoritas, y podría perdonarle a los estudios cinematográficos que hicieran casi cualquier cosa, les puedo contar que desde el momento en que comenzó la proyección de esta cinta, quedé fascinada con el mundo que Brian Percival creó para contar la historia escrita por Markus Zusak, desde las acolchadas nubes blancas que se funden y confunden con el vapor de una locomotora con las que la película nos da la bienvenida, hasta el hermoso pueblito alemán ambientado perfectamente para situarnos en la Alemania nazi del inicio del la Segunda Guerra Mundial en la que se lleva a cabo la historia. Es indudable que Percival hizo mucho mejor trabajo con su cinta que yo con mi imaginación.
Además, La ladrona de libros no sólo se ve bien, sino que se escucha fantástica, empezando por la voz del misterioso narrador -ojalá puedan ver la versión subtitulada- hasta la extraordinaria música que ayuda para ambientar la trama y logra poner las emociones de los espectadores a flor de piel, justo para que reaccionen adecuadamente ante la sensibilidad de la historia, no por nada se hizo acreedora a una nominación al Oscar como mejor música original.
El elenco también es otro punto que favorece notablemente a este filme pues, a pesar de que el guión dejó desprovistos a los personajes de toda la fuerza que cada uno de ellos presenta en el libro y los cubrió de caramelo rosado -tal vez para apelar a una audiencia más amplia que incluyera desde niños hasta adultos-, los actores, con su interpretación, logran colarse en el corazón del público y hacer que la historia resuene, sino con fuerza, sí con mucho sentimiento.
A inicios de 1938 Liesel se ve obligada a ir a vivir con padres adoptivos pues tanto ella como su madre son consideradas comunistas y esa es la única manera de salvar a la pequeña de las garras del sistema Nazi. Hans Hubermann, su nuevo padre es un hombre cariñoso que hace todo lo posible por hacerla sentir en casa, tarea que se le facilita cuando encuentran un tema en común: la lectura. Liesel no sabe leer y Hans empieza a enseñarla, lo que despierta en ella un interés particular por los libros.
Junto con Has hay otras dos personas conforman el mundo de la pequeña Liesel: Rosa, la nueva madre, la cual tiene todo el aspecto de una mujer gruñona y mal encarada, pero que poco a poco va dejando ver su buen corazón e interés y cariño por la niña y su esposo. Y el pequeño Rudy su compañero y confidente con quien comparte su tiempo, sus pensamientos, sus miedos, sus odios y gustos.
Un día de improviso llega a la puerta de los Hubermann Max, un joven judío con quien la pareja tiene una deuda de honor y a quien, por lo mismo, se sienten obligados a ayudar a pesar de que eso los ponga en riesgo a todos.
Liesel y Max forjan una amistad que está cimentada en el amor por la lectura y los libros y en la cercanía que logran a lo largo de los dos años que el joven pasa recluido en el sótano de los Hubermann.
Es precisamente el afecto que le tiene a Max lo impulsa a la pequeña a convertirse en la “Ladrona de libros” aunque ella insiste que sólo los “toma prestados”.
A lo largo de dos horas vemos cómo transcurre la vida de Liesel y la de sus allegados, en un ambiente de miedo, opresión, de dudas y temores, pero también con alegrías y amores, es decir, la vida de una niña valiente y de las personas que la rodean en un periodo de tiempo difícil y peligroso.
Cuando vi que pretendían producir un largometraje basado en este libro, lo primero que pensé fue “Claro, porque lo que necesitamos es OTRA película de la Segunda Guerra Mundial que involucre a niños”, pero lo que me gustó de La ladrona de libros fue que el director no se detuvo en las atrocidades de la guerra, sino que presenta este periodo realmente desde los ojos de la protagonista, una niña de entre 12 y 14 años.
Así, somos testigos de lo que a ella la asusta, le duele y la preocupa. Podemos apreciar cómo entender los motivos e injusticias de la guerra se escapan de su entendimiento infantil y cómo es capaz de tomar riesgos que a un adulto se le harían impensables, ya que desde su inocencia no alcanza a imaginar las posibles consecuencias de sus actos.
La ladrona de libros, me gustó y más allá de lo que piense de la adaptación del libro, creo que es una buena opción para compartir en familia, sólo dejen fuera a los más pequeños pues es probable que a ellos les resulte aburrida.
Productor: Karen Rosenfelt y Ken Blancato; Director: Brian Percival; Guión: Michael Petroni, basado en la novela de Markus Zusak; Fotografía: Florian Ballhaus; Edición: John Wilson; Música: John Williams; Elenco: Geoffrey Rush, Emily Watson, Sophie Nélisse, Ben Schnetzer, Roger Allam, Barbara Auer y Nico Liersch.