He escuchado muchas veces que la lectura nos permite conocer lugares y tener aventuras que de otro modo nos serían vedadas: que podemos viajar al espacio sin ser astronautas, enfrentar la muerte desde la seguridad y la comodidad de nuestro sillón, vivir el amor sin tener que bañarnos y peinarnos (no, no estoy promoviendo la lectura en lugar de la higiene. ¡No insistan!) Por supuesto, estoy de acuerdo con eso, pero creo que la lectura va incluso más allá de eso: en ocasiones, no sólo podemos escarmentar por interpósita cabeza, sino que, además, podemos descubrir historias o costumbres distintas a las nuestras, incluso podemos asomarnos a maneras completamente diferentes de entender el universo, es decir, a realidades y cosmogonías distintas de las nuestras. Es como si un libro pudiera ser un portal interdimensional: lo abrimos y ya estamos en un lugar bien distinto al nuestro, en el que los anhelos, las metas y los motivos que mueven a las personas son tan ajenos a los nuestros que es como si hubiéramos pasado a otro universo. Lo mejor del caso es que, pese a las diferencias radicales hay puntos de contacto, que nos permiten comprenderlos y descubrir que, a fin de cuentas, hay cosas que nos unen. Para tener una experiencia así no hace falta ir a los clásicos griegos o pedirle a Dr. Who que nos traiga libros del futuro: la verdad es que, aunque no nos demos cuenta, tenemos a la mano realidades paralelas capaces de maravillarnos y fascinar nuestra imaginación con sus infinitas posibilidades (ah, sí: vivimos en un universo digno de la mejor ciencia ficción sin darnos cuenta).
Para no ir más lejos, les propongo la lectura de The day it snowed tortillas / El día que nevaron tortillas, de Joe Hayes, publicado por Cinco Puntos Press e ilustrado por Antonio Castro (a lo mejor no lo encuentran en librerías mexicanas, pero seguro que lo hay en Amazon). Este libro es una colección de narraciones orales de Nuevo México y, contra lo que podríamos imaginarnos antes de abrirlo, esto significa que son bien diferentes de las historias que entendemos como gringas pero también de las mexicanas. Tampoco son historias típicas de los pueblos indígenas del suroeste de Estados Unidos o de los pueblos españoles que se quedaron por allá tras la Conquista. O tal vez son todo lo anterior, pero la mezcla las convierte en cuentos con una identidad particular. Por ejemplo, me robó el corazón que en una de las historias un personaje dice: ¡Vienen los apaches! Y otro le responde: ¡No, son los navajós! De inmediato pensé: hay que ser conocedor de la zona, su bagaje histórico y cultural para diferenciar entre navajós y apaches. Un norteamericano o un mexicano promedio diría simplemente ¡Vienen los indios! o, a lo mucho, ¡Vienen los apaches! ¿A poco no?
La mezcla entre culturas se deja ver en cuentos que vagamente nos recuerdan a La Cenicienta o El sastrecillo valiente, pero aderezados con tantos elementos de la región desértica que es legítimo afirmar que son historias diferentes a aquellas. Lo mismo pasa con La Llorona (y les debo confesar que yo no sabía que esta leyenda se considera típica de otros lugares tan al norte de mi casa); pero también hay otras historias en la colección que son parecidas en espíritu a las que me contaba cuando niña mi papá pero completamente distintas en trama y, a veces, en motivos de los personajes. En este sentido les recomiendo especialmente dos: El grillo y la que da título al libro, El día que nevaron tortillas.
Por si fuera poco, el libro es bilingüe, por lo que tenemos historias que se transformaron del modo oral al escrito y luego del inglés al español. Podemos leerlas en uno y otro idioma y descubrir las formas en que dos lenguas se mezclan, pactan o se dominan a ratos: hay anglicismos, sí, pero también giros verbales del español llevados al inglés. Me gustó mucho que, cuando exclaman algo en español los personajes en la versión inglesa, ¡abren signos de exclamación! (Por ejemplo, en un punto del cuento The Little Ant –La hormiguita– dice: ¡El ratón! The mouse! –she cried). Así, sin que el lector se dé cuenta, se va empapando de vocabulario y usos gramaticales de ambos idiomas.
Otro tesoro: al final del libro el autor explica algunas particularidades de cada cuento: de su historia, de las adiciones o supresiones que tuvo que hacer a la hora de pasarlos del modo oral al escrito, de los retos en la traducción. Y si eso no fuera suficiente, tengo un argumento poderoso para recomendarlo: las historias son hermosas, divertidas y están bien escritas. Y la sola idea de un campo nevado de tortillas haunts me, mijitos. Que no es que me obsesione, me torture o me aceche, como propone el diccionario en el que busqué. Más bien me fascina, se me aparece como fantasma en momentos súbitos, me hechiza, pues.
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