Peña es nosotros, soy yo, eres tú, es él y es ella. Votado por más de diecinueve millones representa los sueños no confesos de muchos mexicanos, los sueños que nos inquietan, a aquellos que soñamos solos dejando en vigilia a los demás, esos sueños que nos dan vergüenza, esos sueños que no queremos expresar.
Esos sueños en los que nos gustaría formar parte de la farándula, salir en las portadas de revistas de sociales, de moda, ser “el personaje del año”, relucir la frivolidad y banalidad sin estupor, estar ahí en el couche para ser admirado, aplaudido, para ostentar el triunfo sobre el anonimato, pertenecer al mundo brillante de las cámaras y las luces de los “famosos”, y no al oscuro y lúgubre de los “ignotos”. Ser la cara de un México exitoso, la obscena exhibición del “triunfo” en la centralidad de la foto.
Somos diseñadores de sueños, que nos gustaría tener mucha plata sin trabajar, sin meternos a fondo, sin forzar la existencia intelectual e histórica; ir a Europa, a Estados Unidos, en donde los grandes diarios nos llamaran “el reformador”, “el amigo”, “el impulsor del cambio” y “pensador global”, donde sus compañías transnacionales nos recibieran como un hermano y no como un extraño alejado de sus intereses, sentarnos ahí con ellos, con la elite económica y que nos den palmadas en la espalda y nos digan: bien hecho chico, buen muchacho. Destapar ese sueño inconfesable de ser una colonia norteamericana, estar con el soñado primer mundo, lejos de este subdesarrollado que náusea nos da y no aprender otras lecciones porque también somos eso: muy locales, muy domesticados, muy conservadores para voltear a ver a los países progresistas de Sudamérica.
Somos esos sueños en los que nos gustaría que nuestra moneda fuera el dólar, tener más y comprar más, poseer más, y avasallar el peso y desfalcarlo para integrarnos a la moneda más poderosa del planeta. Nosotros somos él, porque nos gustaría ser un Don Juan, bien parecido, con un peinado milimétrico, temerosos de que nos despeinen los vientos, no ser bajo, ni moreno, ni calvo, ni indígena, ni obeso, ser así un dandi literalmente, con trajes exclusivos, corbatas y mancuernillas de las mejores marcas, sin una arruga; sin tocar el campo, la fábrica, la calle, sin empolvarnos. Nuestro sueño es tener a la actriz de moda que se oferte en la pantalla, ese cuerpo perfecto como valor de cambio; de casarnos como en telenovela, de que transmitan la unión y la gente nos aplauda y las mujeres nos añoren.
Nosotros somos él, él es nosotros cuando queremos (sin la más mínima humanización; un día, asqueados de los que nos rodean e impiden realizar nuestros sueños y su intolerancia no nos deja perseguirlos) darles la espalda a todos, a esos egoístas que velan intereses mínimos y de vulgar cotidianidad de sobrevivencia, no ven en nosotros la grandeza, el progreso, no nos dejan reformar; pero somos soldados del imperio y en el imperio no hay más ley que la ley del tesoro en la ruinas del rey Salomón.
Soñamos también como él en dejar cualquier temor, en abandonar la conciencia, en jugarle las cartas a cualquiera y sentirnos invencibles, intocables sea divina o terrenalmente, no saber de infiernos ni de karmas por ser que somos laicos y no saber de responsabilidades morales ni éticas -porque a Sartre y su existencialismo ni lo hemos leído-, traspasar hasta el mínimo temor de lo civil. Soñamos con liberarnos y no vivir atados a la propia ley que juramos bajo palabra respetar y hacer cumplir, soñamos en pactar con la cofradía mafiosa y romper esa ley, modificarla, transfigurarla y ser así libres entre tantos presos, alzarnos en la desobediencia de lo sensato y lo patriótico.
Somos él diseñando un país al quedarnos ahí tras del monitor y desde ahí dictar lo que el dictador nos dicta, dictarlo con el mayor esfuerzo de compromiso y de lealtad, mientras los aplaudidores aplauden y los autómatas matan los sueños de los inquietos que alzan la voz.
Él es nosotros, porque nos gustaría no conocer la pobreza y sólo acercarnos a ella firmando compromisos asistenciales, tratando de entender la miseria y el hambre como un concepto abstracto visto en algún documental del algún otro país; soñar la desigualdad, la exclusión y la marginalidad desde un cómodo resort con nuestros hijos que seguirán orgullosos los pasos de sus padres que con gran esfuerzo todo les proveen para que no les haga falta nada, aunque tengamos que vender y empeñar por muchos años lo que las luchas de nuestros abuelos les heredaron cuando estos no dieron ni un paso atrás. Nos gustaría ser él para no pensar en el futuro colectivo, en el empleo, el sindicato, la casita de interés social, el agua, la electricidad, la canasta básica, la gasolina, el seguro médico, la jubilación, la educación de esos hijos. Quisiéramos ser así; postmodernos, reformistas, estadistas de altura global al servicio del progreso y de la patria capaz de romper con todo en pro de nuestra obediencia y nuestra lealtad al Dios mercado.
Somos él, la miseria de nuestra alma, la nulidad de compromiso, de análisis, la falta de adherencia con nada ni con nadie que no represente un interés de poder económico y político, somos él, la ambición, la parte intolerante, la alejada visión y empatía con los humildes, los pueblos originarios, los desaparecidos, los muertos.
Él es nosotros, ese pequeño burgués que creemos ser, que no le gusta integrar la diversidad, que maltrata al indígena y cobija si es necesario con su propia bandera al vecino del norte y sus transnacionales. Somos mexicanos amables de puertas abiertas, excelentes anfitriones del festín de la esperanza y la simulación capaz de quitarnos el petróleo de la boca para dárselo a nuestro prójimo, aunque sepamos que ese prójimo nos abofeteará la mejilla y una vez más volveremos a poner la otra.
Somos él porque no conocemos lo que en realidad es gran parte del pueblo mexicano; con su candor, su amor, su fuerza para entregarse por esta tierra, por su suelo y lo que hay debajo de él, su capacidad para la lucha, su patriotismo, su mexicanidad inalienable, su orgullo, su soberanía, su historia de gloria y sufrimiento, su resistencia. Somos él, sordos ante el pueblo que clama, que marcha y que sale a la calle sin más impulso que su corazón.
De alguna manera Peña está en nuestra fantasía inconfesa. Por eso tanta bronca, tanta tinta, tanta rebeldía; por eso le aplaudimos, le injuriamos y toleramos a la vez porque es el espejo de uno mismo de lo que somos nosotros como cultura, nuestra propia ilusión reflejada en él, una ilusión inconfesa, honda y sutil. Entonces Peña es lo que nosotros soñamos ser, hasta que el sueño se derrumbe cuando el estruendo de la indiferencia y la complicidad desvanezca las miserias de una cultura y una sociedad como la nuestra.
PD. Si no nos dejan soñar, no los dejaremos dormir.