La esperanza dura más que la gratitud / Valor público - LJA Aguascalientes
17/12/2024

El título de esta entrega obedece al afectuoso mensaje navideño de un exitoso profesionista contable de Aguascalientes, un mensajero lleno de sabiduría popular, un hombre de empresa que lee con frecuencia mis colaboraciones periodísticas y cuyo nombre he de reservarme para una mejor ocasión. Vaya mi felicitación para él.

Dice Albert Camus que nuestra generación es heredera de una historia corrompida. Parafraseándolo, yo agrego que la posible solución al dilema de la corrupción consiste en nacer otra vez y en luchar incansablemente ya que a la humanidad le ha sido preciso forjarse un arte propio para sobrevivir en tiempos catastróficos.

En nuestra historia corrompida por las ambiciones y traiciones de los poderosos, se mezcla una revolución fracasada, repleta de dioses muertos, o en proceso de muerte, y una serie de ideologías políticas agotadas. Las izquierdas y las derechas deambulan extraviadas en el centro de la política, agotadas y enceguecidas por la vanidad del poderoso en turno.

Hoy, las conveniencias han superado a las convicciones.

Nuestras generación es gobernada con políticos tan mediocres que son capaces de destruir lo que otras han edificado. Los actuales gobiernos parecen reunir con gran éxito, a hombres y mujeres que se han apropiado de la inteligencia humana, y la humillan al grado de colocarla al servicio de la opresión.

Los gobernantes se equivocan al suponer que la gente tiene que mostrar gratitud por los servicios de sus gobiernos. La gratitud es un sentimiento de correspondencia; en todo caso, quien debe ser agradable y agradecido con las personas es el político a quien le ha otorgado el beneficio y la oportunidad de ocupar un cargo público.  La gratitud es una acción que corresponde mostrar al gobernante ante su pueblo, y no a la inversa. La ingratitud no procede de los pueblos, sino de los mandatarios que abusan de ellos.

Pero acaso ¿un político que expresa la verdad, puede llegar a ser tan exitoso como uno que miente? ¿Acaso si el político habla sólo la cruda verdad la gente se lo agradecerá?, ¿será que a la gente no le gusta de conocer la verdad, o prefiere vivir entre la mentira?

Me encanta la manera en que Albert Camus define a la verdad. Dice que “la verdad es misteriosa, huidiza, y siempre hay que tratar de conquistarla”. Yo agrego, que por algo la verdad tiene nombre de mujer. No es nada sencilla. Y parece ser demasiado complicada como para practicarla. Una frase que me ayuda para ilustrar este asunto la ha acuñado el famoso doctor House, el genial y adicto médico que promueve sus maravillosas historias de razonamiento y deducción médica, a partir de la siguiente hipótesis: ¡todos mienten!

Así las cosas, si de antemano sabemos que la gente miente; que la Iglesia miente; y los jueces y policías mienten; que los comerciantes mienten; y los esposos y las esposas mienten; y los hijos mienten a sus padres, entonces ¿por qué razón los políticos deberían decir y actuar con la verdad? ¿Acaso eso no parece un despropósito?


¿Mentir es entonces una condición humana? Por supuesto que ¡sí! Y de allí proviene la política tan exitosa entre los hombres y mujeres que aspiran a gobernar los pueblos, una propaganda sustentada en esperanzas que aún a sabiendas de que no podrán cumplirse, hechizan al público. Un método antiguo e infalible para ganar fieles provistos de una gran ingenuidad.

La esperanza corresponde a un sentimiento basado en promesas que los políticos provocan entre la gente. Si la estrategia funciona, el político que mienta más, obtendrá un mayor cantidad de votos en los comicios. Y más tarde sucederá lo mismo, cuando el gobernante más mentiroso resulte ser el más querido por la gente.

El poder de convocatoria de un político se sustenta en la generación de la esperanza. La propaganda se sustenta en la transmisión de expectativas muy creíbles para un sector mayoritario de la población que para sobrevivir ante la adversidad, se muestra dispuesto creer en algo, o en alguien.

La gente edifica altares a la mentira con la esperanza de que la verdad se haga presente algún día. Pero su religiosidad los engaña. Y así nace el desencanto que algunos llaman ingratitud. Ese desencanto deshace el hechizo de la demagogia, y llega la desilusión de la persona en quien se han fincado las expectativas.

El desencanto de la gente en la política aparece cuando el gobernante se ve imposibilitado para cumplir sus expectativas. Luego la desilusión se apodera de los fieles seguidores que esperaban ser premiados con un empleo bien remunerado en algunas de las dependencias gubernamentales; de los que tuvieron la expectativa de recibir alguna jugosa concesión; o la participación en obras públicas con ganancias suficientes para sobrevivir en tiempos de crisis. Y muy tarde, los liderazgos de base caen en la cuenta de que jamás verán fortalecida su influencia en el territorio, sino todo lo contrario.

Nuestra generación tiene el deber de servir con la verdad.

A mayor expectativa, corresponde mayor desencanto y desilusión.

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