La aprobación del dictamen de la Reforma Energética en las Cámaras de Senadores y de Diputados, no obstante su proceso precipitado y, aparentemente, debatido sólo por los opositores, permitió observar con claridad las visiones políticas que vivimos en torno a cómo llevar a cabo el desarrollo del país, y cómo resolver los graves problemas.
Son visiones que mueven a México, que son reales, y están presentes en los gobiernos del país; son visiones, por lo tanto, que deben ser consideradas con seriedad, para, a partir de cada una de ellas, no sólo efectuar el debate indispensable para los acuerdos políticos, sino, sobre todo, para poder dar a la sociedad mexicana respuestas efectivas a su realidad. En este sentido, también es necesario identificar las características de cada visión, sin perder de vista, que tal caracterización, ya de inicio, es en sí el debate político que debemos desarrollar.
Las visiones políticas, en cierta manera en conflicto, son las que se mueven entre el cambio y la conservación. Ambas posturas son indispensables para lograr el, tal vez, utópico equilibrio que buscamos en la vida de la sociedad y de sus gobiernos: conservar lo que sí funciona, y cambiar lo que ya no funciona.
En la vida política de las naciones, se han formado corrientes de pensamiento político que, en ocasiones, han sido excluyentes una de otra; es decir, se han manejado con “etiquetas” que buscan ganar el poder en los gobiernos, para efectuar –de hecho- la exclusión de la otra corriente. Este manejo, evidentemente, se convierte en una perversión de la política y de sus gobiernos, debido a que, al manejarse con etiquetamientos, dejan de lado la necesidad de consolidar lo que va bien en la sociedad, y cambiar lo que ya no le da buen resultado, pasando al espacio del fundamentalismo político. La acción política fundamentalista –que considera, dogmáticamente, que su idea es la única que puede dar al país soluciones-, no es propia de una sola corriente, -aunque las posiciones socialistas o de izquierda la atribuyen comúnmente a los conservadores o de derecha-, sino que es practicada, frecuentemente, por ambas –y en el caso de los autollamados de izquierda lo hacen, tal vez, sin darse cuenta de ello y aceptarlo.
De ahí que el hablar de conservadurismo sólo en una de las visiones, así nada más, no ayuda a definir, de manera productiva para el debate, las visiones que están en juego en las decisiones políticas del país; la ‘fundamentalización’ de la otra visión, sencillamente, la excluye y convierte en innecesario el debate por carecer de sentido el hacerlo. El contenido de las visiones lo vemos reflejado en el cómo traducen, en los hechos, la búsqueda de satisfacción de las necesidades de la sociedad y la solución de sus problemas.
En la Reforma Energética las dos visiones fueron presentadas por el PAN, por un lado, y por el otro, los partidos de la Revolución Democrática, del Trabajo y Movimiento Ciudadano (también Morena que, aunque todavía no es partido, algunos legisladores así se consideran ya). El PRI, desde esta consideración, quedó rebasado y subordinado, ya que al querer presentarse como el regreso a la posición del presidente Lázaro Cárdenas –para buscar ganarse a los opositores-, terminó votando con el PAN, prácticamente en contra de sus mismos antecedentes históricos.
¿En qué consiste una y otra visión, por lo que respecta a la Reforma Energética? Tomando algunos puntos, entre los muchos que significa la reforma, podemos apuntar los siguientes: Pemex, hoy en día, funciona, realmente, como una empresa monopólica anticuada; las grandes empresas, hoy en día –cierto, en la época de la globalización-, funcionan articuladas con muchas otras empresas con las que contratan infinidad de servicios, sin perder su propia autonomía e identidad, y su fuerza económica.
Pemex, hoy en día y no obstante su estructura monopólica, es de las mejores petroleras en el mundo, y, consecuentemente, es altamente competitiva; decir que Pemex no podrá competir con las empresas petroleras mundiales, es negar la posición competitiva que la empresa ha mostrado reiteradamente, negativa que, al mismo tiempo, utilizan para oponerse a la transformación energética. En sus procesos industriales, las grandes empresas no efectúan todo, sino que, al contratar partes y procesos con otras empresas, facilitan a sí mismas la eficiencia de sus productos y servicios. Significa, entonces, que no le podemos seguir pidiendo a Pemex que sola haga todo lo relativo a los hidrocarburos, y, además, le sean sustraídos sus recursos a través de la vía fiscal.
La privatización de las empresas estatales, en nuestra historia reciente –calificada como neoliberalismo-, ha tenido dos elementos explicativos: el primero es la quiebra financiera de los gobiernos –que no de la economía del país, a pesar de que le transfirieron los efectos-. Una de las principales causales de las privatizaciones fue la corrupción de la clase política priista, ya que la quiebra sucedió a pesar de la abundancia petrolera y del aumento sin medida de la deuda externa, que mostró la incapacidad, tanto para conservar productivamente las empresas como para evitar los desórdenes financieros de los gobiernos.
El segundo elemento, tal vez el más estridente en este momento, es que el gobierno no es empresario, correspondiendo la realización de las actividades económicas a la sociedad civil, y no a la sociedad política. Considero que en este punto se mezclan el populismo y el paternalismo de una de las visiones, al querer darle a los ciudadanos los peces, en lugar de enseñarlos a pescar, para liberarlos de las ataduras, incluida la política.
La privatización del petróleo significa la transformación de la renta petrolera en recursos para la nación; un gobierno fuerte determina las reglas para que la privatización del petróleo otorgue al país, con justicia y equidad, los recursos monetizados del patrimonio nacional. El asunto clave y delicado, empero, no son las empresas –nacionales o extranjeras-, sino la calidad ética de los gobernantes.