¿Cuándo se enternecerá nuestra conciencia hasta un punto tal que nos lleve a actuar para prevenir la miseria humana en lugar de vengarla?
Eleanor Roosevelt
“Las mujeres somos las grandes olvidadas de la historia” afirma dolorosamente la cuarta mujer galardonada con el premio Cervantes de Literatura, Elena Poniatowska, que ha trabajado incansablemente para descubrir a aquellas heroínas anónimas, desconocidas, marginadas de las páginas de la historia que han participado en la génesis de las grandes transformaciones de la humanidad. Como mencionan grandes pensadoras contemporáneas como Celia Amorós o Luisa Muraro, la historia que conocemos, que nos enseñan desde la infancia ha sido construida bajo una única visión, la historia de la humanidad es una historia sesgada, contada en masculino. Hagamos un ejercicio y tomemos un libro de texto de Historia de Aguascalientes, México o historia universal. Ahora contemos comparativamente a los grandes hombres y mujeres que están contenidos. El resultado les sorprenderá y servirá de preámbulo para el presente artículo. A pesar de los grandes esfuerzos por rescatar a las mujeres del olvido histórico y los grandes avances en la materia, todavía se escuchan voces en este “moderno y democrático” siglo XXI que afirman: el que una mujer haya participado, por ejemplo, en la génesis de la Declaración Universal de los Derechos Humanos no cambia mi percepción sobre este acontecimiento histórico. Por qué va a resultar importante saber que las mujeres fueron las iniciadoras de la revuelta social que dio origen a la Revolución Francesa, donde se configuraron los derechos civiles y el concepto de ciudadanía. Qué importa que las mujeres de Estados Unidos hayan alimentado el pensamiento antiesclavista y el concepto de la igualdad social. Qué de trascendente tiene el que las mujeres mexicanas hayan participado en los planes de insurgencia y sostenido incansablemente una revolución.
¿Por qué la historia no concede el lugar que corresponde a las mujeres? La respuesta es clara y contundente: según el patriarcado somos instrumento, herramienta del cambio social, las obreras de la transformación del mundo y se nos mantiene así, en el margen, dominadas con bajos salarios, teniendo hijos en condiciones precarias, con violencia, con discriminación. Si las mujeres conocieran la historia de sus antepasadas, el grado de injerencia que tuvieron a nivel social, político, religioso o cultural, nuestra sociedad sería otra. Una mujer que tiene como modelo de vida a una Eleanor Roosevelt o una Elena Poniatowska está mirando hacia un futuro distinto, está lista para pronunciarse políticamente y buscar una vida mejor. Ahora sabemos por qué a las mujeres no se nos enseñan las historias de vida de estas mujeres reales, las revolucionarias, las gobernantes, las conspiradoras, en cambio, diariamente la publicidad televisiva nos atiborra de mujeres irreales, frívolas, cautivas de una belleza idealizada.
¿Quién fue Eleanor Roosevelt? Fue la presidenta de la comisión que redactó la Declaración Universal de Derechos Humanos y de la que no han hablado los contendientes a ocupar el cargo de Ombudsman en Aguascalientes, mandando un claro mensaje a las mujeres de la entidad: no están contempladas. Anna Eleanor Roosevelt, provenía de una familia con antecedentes en la política, con lo que, este ámbito no era nuevo para ella. Se casó con Franklin Delano Roosevelt, quien fuera el 32° presidente de los Estados Unidos, reelegido hasta en tres ocasiones. Cuando su esposo fue elegido presidente de Estados Unidos, la Constitución no establecía funciones para la “primera dama”; tradicionalmente se ocupaba de las funciones ceremoniales. Pero ella se convirtió en asesora presidencial y con frecuencia consiguió incidir políticamente en asuntos importantes. Un consejero de confianza del presidente, Rexford Tugwell, describió su grado de participación: “Sería imposible decir con qué frecuencia o en qué medida procesos gubernamentales de Estados Unidos tomaron otros rumbos por la determinación de ella”. Rompiendo con el papel tradicional de primera dama, su presencia pública fue cada vez más importante, ofrecía numerosas conferencia de prensa; escribió una columna en la prensa llamada “My Day”, fue una fuerte defensora de los derechos de las mujeres, luchó contra la segregación racial provocada por el apartheid, generando un importante espacio de pensamiento sobre los conceptos de igualdad, libertad y derechos civiles.
Después de la Segunda Guerra Mundial y la creación de las Naciones Unidas, la comunidad internacional se comprometió a no permitir nunca más atrocidades como las sucedidas en ese conflicto. Los líderes del mundo decidieron complementar la Carta de las Naciones Unidas con una hoja de ruta para garantizar los derechos de todas las personas en cualquier lugar y en todo momento. El documento que más tarde pasaría a ser la Declaración Universal de Derechos Humanos, se examinó en el primer período de sesiones de la Asamblea General, en 1946. La Asamblea revisó ese proyecto de declaración sobre los derechos humanos y las libertades fundamentales y lo transmitió al Consejo Económico y Social para que lo “sometiera al análisis de la Comisión de Derechos Humanos” y que ésta pudiera preparar una carta internacional de derechos humanos. La Comisión de Derechos Humanos estaba integrada por 18 miembros de diversas formaciones políticas, culturales y religiosas. Eleanor Roosevelt, presidió el Comité de Redacción de la Declaración junto con René Bassin, de Francia, Charles Malik, del Líbano, el Vicepresidente, Peng Chung Chang, de China y el Director de la División de Derechos Humanos de Naciones Unidas John Humphrey, de Canadá, quien preparó la copia de la Declaración. Fueron Eleanor Roosevelt y Hansa Mehta las que se empeñaron en cambiar el artículo primero de la redacción original de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, “todos los hombres nacen iguales”, por la de “todos los seres humanos nacen libres e iguales”. Las mujeres habían aprendido la lección: no querían que el masculino universal las volviera a invisibilizar. Ello costó una dura discusión porque los varones no podían entender dónde estaba el matiz. La mujer necesitaba su propia voz, no la del masculino universal y, en el palacio parisino de Chaillot, Eleanor lideró ese cambio.
Eleanor, principal promotora de la Declaración, argumentó ante las y los miembros: “¿En dónde empiezan los derechos humanos universales? Pues en pequeños lugares, cerca de nosotros; en lugares tan próximos y tan pequeños que no aparecen en los mapas. Esos son los lugares en los que cada hombre, mujer y niño busca ser igual ante la ley, en las oportunidades, en la dignidad sin discriminación. Si esos derechos no significan nada en esos lugares, tampoco significan nada en ninguna otra parte”. El primer proyecto de la Declaración se propuso en septiembre de 1948 y más de 50 Estados Miembros participaron en la redacción final. En su resolución 217 A (III) del 10 de diciembre de 1948, la Asamblea General, reunida en París, aprobó la Declaración Universal de Derechos Humanos.
Asociación Iberoamericana para el Desarrollo de la Igualdad de Género A.C. Sede Aguascalientes