La mentira del scroll infinito
Gracias a Una crítica publicada por Jesús Silva-Herzog Márquez (http://goo.gl/SSR4kx) se ha vuelto a dar vuelo a la discusión sobre la crisis de los medios. En el artículo, el autor de La idiotez de lo perfecto señala que el periódico para el que trabaja ha reducido el espacio para el análisis y se ha rendido a la banalidad.
Como Silva-Herzog Márquez puntualizó que tenía menos espacio que con el que contaba para colaboraciones anteriores y por tanto tenía que ir al grano, hay quienes reducen su comentario a una queja sobre el nuevo diseño del periódico, que restringe el número de palabras destinadas a la opinión y, mano en la cintura, le ofrecen que haga lo que ya hace: usar la internet para, ahí sí, darle vuelo a todo lo que tenga que decir; como si descubrieran el agua tibia, apuntan que la solución a la crisis de los medios es la red, ahí donde el espacio es ilimitado, donde con tiempo y dedicación, se pueden hilar una serie de contenidos que permitan un scroll infinito sobre la página, desplazarse y desplazarse, leyendo, viendo y escuchando lo que uno quiera, como si no hubiera mañana.
Una reducción absurda, no se enfrenta una crisis como la de los medios saltando con fe ciega hacia las nuevas tecnologías y plataformas (a las que bien podríamos ya dejar de llamar “nuevas”), porque se arrastra el problema de fondo, que es el de los contenidos.
El fulgor de cuenta de cristal que ofrece la posibilidad de desplazamiento infinito a través de un sitio, que exista un depósito sin fondo donde se puede colocar lo que sea, no sólo es una mentira, sino que deja de lado que el lector sólo aprovechará lo que le interese, que a los lados de ese largo rollo siempre hay algo que puede distraerlo, atrapar su atención y hacer que abandone la página que con tanto fervor se ha dispuesto para que se mantenga navegando en ella mucho tiempo.
La glotonería del chisme
De lo que se quejaba Silva-Herzog Márquez era que su periódico encaraba de manera equivocada la crisis de los medios, rindiéndose a los hábitos del lector que prefiere la glotonería del chisme al análisis a profundidad. Comentaba además que cada vez menos los periódicos son fuente de información, porque para cuando sale el impreso ya se sabe “buena parte de lo que el diario informa”.
Son esas dos ideas sobre las que hay que bordar para poder hacer frente a la crisis de los medios: la del público que prefiere la banalidad a la densidad; y la irrelevancia de un impreso que difunde lo ya conocido, que compite contra la velocidad de las redes sociales.
Sobre el primer tema, Silva-Herzog Márquez no puede evitar quejarse de que el periódico para el que colabora destine la primera plana al trasero de Salma Hayek, escribió: “Hace unas cuantas semanas, le pareció a Reforma que una de las noticias más importantes del planeta era que el viento le había levantado la falda a Salma Hayek. ‘Hace el viento travesuras a Salma.’ La información resultaba tan relevante que recibía el homenaje de la portada—no de la sección de espectáculos, la primera plana. Podría llegar a entender que un estudiante de preparatoria pusiera esa fotografía en su muro de Facebook. Sería igualmente una tontería, sí, pero una tontería entendible por las puerilidades de la edad. Pero… ¿un diario nacional? ¿En primera plana?”.
Sí, lamentablemente sí, ese trasero importa, es lo que atrae al público, esa imagen inocua del viento jugando con la tela y dejando a la vista las nalgas de Salma, es lo que llama la atención a los lectores, es la imagen que se puede compartir, sobre la que es posible escribir chistes y lanzar al espacio cibernético para conseguir el reconocimiento de los otros; pero información no es.
Entonces, no se trata de cambiar una imagen o una frase por la densidad del dato duro, del análisis; se trata de adaptarse. El reto que enfrentan quienes colaboran en los medios no está en descubrir que la crisis de los impresos se debe a que el modelo de negocios está equivocado; si no se es dueño del medio, si no se puede negociar directamente con los anunciantes, es poco lo que se puede hacer para no dejarse avasallar por la banalidad.
La respuesta está, creo, en la adaptación. Si algún día van a desaparecer los impresos, quienes colaboramos en los medios estamos obligados a ofrecer al lector, incluso en contra de su voluntad, la posibilidad de sacar provecho al convivio entre el medio impreso y el digital; sacar ventaja del scroll infinito y otorgárselo al público que quiera ir más allá del trasero de la actriz.
Los cojones de Sabina
Sí es posible sacar ventaja de esa convivencia. Si la banalidad es lo que abunda, lo más sencillo es tirarse de cabeza a ese río y fluir, pero eso nos dejaría imposibilitados de participar en la construcción de un diálogo, sería difícil proponer una conversación y lograr esa densidad.
Adaptación. En el imperio de la imagen y la frase demoledora, es posible encontrar las vías para transformar ese gusto de la masa en las posibilidades de un diálogo. Hace unos días, por ejemplo, comenzó a circular una fotografía de Joaquín Sabina, acompañado de Joan Manuel Serrat, sentados en una plaza de toros, el pie de foto pretendía decirlo todo, el cantante sentenciaba que a quien no le gustaran los toros que no fuera y que le dejaran de estar tocando los cojones a las taurinos.
No sé (no importa) si la “noticia” era reciente, si la declaración en verdad la había realizado Sabina, pero quien la elaboró sabía el efecto que podía producir, para el encanto de los fans sume a la mención de los cojones el desenfado con que exige el cantante que se le deje en paz, casi logra la perfección de un aforismo, alcanzar coherencia y apariencia cerrada, irrechazable.
Para quienes quieran discutir la viabilidad de los toros, esa imagen y frase de Sabina es la oportunidad de convocar a la discusión, aprovechar el público que va a ver (y festejar) la ocurrencia de Sabina para cuestionar si se debe o no cuidar a la “fiesta”, haciendo las preguntas correctas, se puede llevar el diálogo de la banalidad de Sabina y sus cojones (que en el fondo muestra tintes autoritarios) a preguntar acerca de los recursos que se emplean en preservar ese espectáculo, en el caso de Aguascalientes, abundar en la discusión acerca de las características que algo debe tener para ser considerado patrimonio cultural… y así, de forma infinita. Hay formas de adaptarse, no se trata de rendirse, sino de aprovechar los medios.
Lo más simple, ante la crisis de los medios, es llorar y abandonarse a la banalidad. Los lectores, nosotros mismos, requerimos comenzar a adaptarnos, sin por ello confundir densidad con solemnidad. Buscar asideros para atraer a quienes pierden la mirada (y ahí se quedan) en el trasero o los cojones de la gente del espectáculo.
Coda
Mañana, 1 de diciembre, La Jornada Aguascalientes cumple cinco años de circular. A usted lector, a ustedes compañeros, sólo mi agradecimiento, un gracias en el que caben todas las alegrías de ser recibido a diario, de ser invitado a su mesa para conversar.
@aldan