El mundo actual nos exige ver de frente cuanto hemos sido sin engaños. Pero para poder conocer la verdad, no hay camino más seguro que una mentira llamada novela.
Carlos Fuentes
Jorge Zepeda Patterson (Mazatlán, 1952) es un tipo que sabe planear y concretar proyectos, y como buen periodista, entre sus pruritos profesionales se encuentra la oportunidad. Así que no hay casualidad alguna en que Los corruptores (Planeta, 2013), obra con la cual el director de www.sinembargo.mx se estrena como novelista, comenzara a circular con la puntualidad necesaria para que el libro resulte categóricamente actual, coetáneo. La primera edición salió de imprenta apenas en septiembre pasado, a tiempo para que comenzara a venderse desde finales octubre y atizara comentarios ya al siguiente mes, y la historia que Zepeda narra a lo largo de poco más de cuatrocientas páginas arranca el 19 de noviembre de 2013. Vaya, pues, usted y compre el libro, que le queda todo lo que resta del mes y hasta el 6 de diciembre próximo para leerlo en tiempo real.
Los corruptores es un thriller político, una novela negra, un retablo de costumbres del México contemporáneo. ¿Y qué tan contemporáneo? Yo terminé de leer la novela unos pocos días antes de la fecha en que ocurre el evento que desencadena todo lo que se narra, el asesinato de la famosa actriz Pamela Dosantos. Unos días después, el periodista Tomás Arizmendi -alter ego evidente del autor- publicará en su columna que los restos de la señora Dosantos aparecieron en un lote baldío de la colonia Nápoles, a poca distancia de una casona que la policía tiene en la mira… El caso es que, sin saberlo, Tomás ocasiona una crisis política nacional, porque resulta que la propiedad aludida es nada menos que la oficina alterna del secretario de Gobernación, quien, para colmo, sostenía un conocido amasiato con la susodicha. ¿Política ficción?
Los hechos que cuenta Zepeda tienen coordenadas y pueden localizarse en un calendario: ocurren aquí y ahora. La ciudad de México, escenario de la mayor parte de la trama, es gobernada por la izquierda: al jefe de gobierno le dicen el Purito, porque es “bajo, delgadito y con el pelo cano que parece ceniza”, y si quedara alguna duda el funcionario se llama Miguel Mancera, ¿estamos? En Los corruptores, el presidente de la República es un señor que no se apellida Peña, pero sí Prida, y también fue gobernador del Estado de México y es quien sucede a Calderón… “El PRI había vuelto a Los Pinos luego de doce años de administraciones panistas débiles e ineficientes. El margen de victoria del ahora mandatario Alonso Prida mostraba, en opinión de muchos, que el país necesitaba el regreso de un presidencialismo fuerte”. ¿Política ficción?
Por las páginas de Los corruptores van apareciendo referencias a personajes de la vida pública mexicana, gente tan de carne y hueso como el Chapo Guzmán y Carlos Salinas de Gortari, omnipresencias difusas, que en un novela bien pueden concretarse. En cambio, el poderoso secretario de Gobernación de Prida, Salazar, “es una especie de síntesis de Videgaray y Osorio, es decir, es un hombre todavía mucho más poderoso, más parecido a lo que era Camilo Muriño con Calderón”, según explicó -¿curándose en salud?- el propio Zepeda Patterson a Carmen Aristegui en una entrevista para CNN.
“Cuando la política entra por la puerta, la justicia sale por la ventana”, le espeta Plutarco Gómez, antañón periodista de nota roja, a Tomás. Los corruptores no se queda en la grilla, los enredos de alcoba y en la nota roja; Zepeda trama una historia que, independientemente del grado de correspondencia que tenga con acontecimientos históricos específicos y comprobables, le permite, por medio de sus personajes, sentenciar a rajatabla -los hoy encumbrados y dueños del poder público “le tienen más miedo a un hashtag crítico en las redes sociales que al PRD y al PAN juntos”- y examinar el gran tinglado: “lo que el presidente Prida y su supersecretario Salazar quieren hacerle al país es imperdonable. Los factores de poder, los monopolios, los medios de comunicación y hasta el crimen organizado están regresando al redil dictado por el presidencialismo, no porque vayan a desaparecer o a debilitarse, sino porque van a acomodarse con el nuevo amo. Pero terminaremos pagándolo con un retroceso de veinte años en materia de libertades públicas y espacios democráticos”.
Hace ya un cuarto de siglo, en su novela La guerra de Galio (Cal y Arena, 1988), Héctor Aguilar Camín apercibe al lector en un epígrafe: “Todos los personajes de esta novela, incluyendo los reales, son imaginarios”. Por su parte, en Los corruptores Zepeda Patterson subraya en una nota final: “la trama de esta novela se queda corta con respecto a lo que sucede en las esferas de poder en México… Gran parte de las situaciones aquí descritas son absolutamente ciertas. Están cambiados los nombres y los lugares geográficos donde tuvieron lugar, por supuesto. Pero las descripciones sobre la clase política, los escándalos y el análisis de los procesos históricos derivan en gran medida de la experiencia de mi ejercicio como periodista…”
No recuerdo quién fue el que dijo que si querías guardar un secreto en México lo más sencillo era escribirlo y publicarlo en un libro. Recuerdo, eso sí, que hace algunos años, cuando Fuentes publicó La vanidad y la fortuna (Alfaguara, 2008) la conseja se ratificó. Ojalá no pase lo mismo con Los corruptores de Jorge Zepeda.