Toda mi vida me dijeron que las mentiras eran malas… que ser una mentirosa a ningún lado me iba a llevar, y sí, también me contaban la historia de Pedro y el Lobo. Crecí con esa creencia, pero luego me encontré con la frase de Andrés Oppenheimer que dice: “A veces se requieren mitos cohesivos para ayudar a forjar una identidad nacional…”. Eso me dejó pensando, o sea que las mentiras piadosas sí existen, no sólo eso, sino que son buenas…
Esta frase, convertida en duda, me llevó a recordar esas clases de historia, en las que nadie ponía atención, donde el profesor se esmeraba por explicarnos la verdad detrás de la historia nacionalista y llena de valores que se enseña en la primaria e inclusive en la secundaria; esos relatos sobre el inicio de la Independencia de México y el gran valor de aquel honorable cura don Miguel Hidalgo y Costilla, quien verdad de Padre de la Patria sólo tiene en título que la historia le dio por sus actos, que no eran exactamente nacionalistas, sino de un tinte un poco más personal y vengativo. Y qué decir de aquellos niños militares convertidos en héroes, que defendieron la patria (y el castillo de Chapultepec) a capa y espada, al punto de llegar a tomar la Bandera de México y lanzarse desde lo alto del Castillo de Chapultepec y así lograr que el ejército invasor se retirara al ver la valentía que estas personas le tenían a su bandera y a su patria. Así como ellos podemos encontrar sentimientos creados por los que se dedican a transcribir la historia a papel, creadores de odios hacia los supuestos vendedores de la patria y su territorio, el honor a personajes egoístas y la celebración de fechas que nada tienen que ver con la realidad, que simplemente son impuestas porque “se ven y suenan” bonitas.
No es culpa sólo de México, esta tendencia a vivir del pasado y de falacias es, al parecer, parte de la cultura latinoamericana que se conforma con saber lo bueno de su historia, lo que es más “bonito” y que se puede presumir hacia el ámbito internacional, lo que puede ser apto para hacer una celebración a nivel nacional, y despilfarrar recursos que pudiesen ser mejor aprovechados en otros aspectos.
No es que vivamos plenamente en una mentira, simplemente que nuestra naturaleza humana nos es más fácil creer en una mentira que suena bien a una verdad que podría no agradarnos o ser conveniente a muchos intereses; podría esto compararse con la ilusión que vive una persona enamorada de una persona que no le corresponde o un amor platónico. Simplemente la ilusión de vivir en algo que es mejor que la realidad nos lleva a creerlo sobre la realidad, a hacerlo nuestra realidad.
Esta clase de historia que se nos cuenta de nuestras memorias como nación, puede ser catalogada como una mentira, una mentira piadosa; pues a pesar de ser mala por su naturaleza, hace un bien mayor al existir; esto filosóficamente hablando es una prueba de verdad pragmática: “Si funciona entonces es verdad”. Si no quisiéramos usar la palabra mentira para describir parte de nuestra realidad, serviría igual el uso de la palabra paradigma, pues lo que vivimos no en cuanto a la historia en general son una serie de paradigmas, una serie de teorías de las que todos hablan, todos creen saber y sólo algunos pocos interesados en el tema, y los responsables de las mismas teorías conocen en verdad.
Lo que vemos, lo que sabemos, lo que vivimos, no es nada más que las consecuencias de un trabajo demasiado elaborado; tenemos simplemente los resultados de una primer idea que funcionó para tranquilizar al pueblo y lo que se vino haciendo es una serie de comentarios acerca de lo que en realidad pudo haber sucedido; después de todo el que dice una mentira no se da cuenta del trabajo que emprende, pues tiene que inventar otras mil para sostener la primera lo demás es historia…
A pesar de todo esto, de que hay pruebas que hemos vivido engañados toda nuestra vida acerca de nuestra historia, ciertamente no podemos juzgar de que esta “mentira piadosa” sea mala o inmoral, pues como dice el principio básico de la teoría ética teleológica: “La moralidad de un hecho se mide a través de sus consecuencias”. Las cuales hasta cierto punto para México nos han servido como símbolo de unidad y ese sentimiento nacionalista del cual otras naciones son ajenas, pero por el otro lado, esto se presta a que quien sabe la verdad, pueda manipular a los creyentes de la falacia a su antojo.
En realidad pensar esto no cambia mi cariño hacia la patria en donde nací, ni me vuelve malinchista… es simplemente una reflexión sobre la verdad detrás de todos los mitos y las realidades que nos envuelven día a día.