Opciones y decisiones / ¡Pinta tu calavera! - LJA Aguascalientes
22/11/2024

Los aguascalentenses tenemos una añeja tradición de “las calaveras”, que nuestro memorable José Guadalupe Posada inmortalizó en sus grabados, sobre todo en su excepcional personaje de La Catrina, la muerte como dama elegante y distinguida, tomada de la picardía popular que hacía escarnio de “las garbanceras”, comerciantes de ese grano que pretendían con sus ropajes de gala hacerse pasar por señoras de alta sociedad. He aquí algunas miradas memorables:

“Su figura lujosamente ataviada, en principio fue llamada garbancera, apelativo usado comúnmente para designar a quien se dedicaba a la venta de dicho grano e impuesto por don Antonio Vanegas Arroyo. Sin embargo, Posada no representó sólo a una comerciante, su visión de repercusiones diversas guarda entre otras implicaciones, una crítica a los mexicanos que aún sin privilegios se sentían superiores o asumían modos de vivir extranjeros, acrecentando con ello la marcada división social de inicios del siglo XX” (Guillermo Saucedo, Director del Museo Posada, en “La Catrina 100 Años del Grabado”, La Catrina No. 16, órgano editorial del IMAC, octubre 2013).

La Catri, como otros le nombran cariñosamente, es musa dispuesta, de sonrisa cinematográfica, en el cortometraje de animación de Cecilio Vargas (cortometraje galardonado internacionalmente) (Opus cit. P. 13)

“Posada es trascendente por muchas razones, se convirtió en cronista de las cosas de los hechos sociales, como una especie de notario que daba fe de los hechos y éste los describía en sus grabados (les ponía una pequeña leyenda abajo). Fue innovador, un revolucionario social que luchó a su manera contra el porfirismo. Los grabadores somos como herederos de Posada, no por ser sus hijos, sino porque somos productores de gráfica a ese nivel”.  Línea que se arropa desmembrada, en la invención del maestro de las artes plásticas, Rafael Zepeda (de los más connotados grabadores nacionales. Ibidem, p. 10)

Caricatura asombrada con dientes de leche, en los dibujos de los niños. Iniciativa de Clemente Pérez Gaxiola, pintor sinaloense, de realizar el encuentro nacional de dibujo infantil La Catrina. (O.c.P. 16)

Los intérpretes de Sex Catrina (grupo musical local): –Juan, somos una banda de guitarra, bajo y batería. –Jorge, aunque parece contradictorio buscamos hacer una especie de ruido armónico. –Jorge, yo creo que (La Catrina) es un cadáver sexy. Son huesos, nuestra música no tiene tanto adorno, es música muy desnuda. (Ut supra, p. 18).

Catrina de “Carcajada Rota” en el poema de Liliana Ramírez Flores (ganadora en el género de poesía del Premio Dolores Castro): –“Su carcajada rota / rasga la calma azul-marino de la noche. / te llama, / te desea. / olfateas el aroma a jazmines de su sexo. / (Una descarga eléctrica / te fustiga la espalda)” (O. cit. Pág. 19).

“Concibo a La Catrina (la muerte) como uno de mis temas predilectos no sólo referidos a una muerte física, sino también a la anímica”. (Ibidem, pág. 01), Cinthya de Anda (fotógrafa caracterizada por su ambientación fantasmal).

“Yo creo que él se retrata en ella (La Catrina), que se proyecta con La Catrina; pienso que allí Posada sintetiza su obra, que refleja su sencillez y su grandeza al mismo tiempo”, (Ibidem, pág. 03), -plumaje en blanco y negro bordado en el diseño de doña Trini Martínez de la Serna (bordadora).


Summi Hamano (reconocida artista visual) le pone un rebozo rosa mexicano para que viaje muy curra por el mundo. Soy la tercera generación de japoneses emigrantes a México, mis cuatro abuelitos son japoneses, por parte paterna llegaron de Yamaguchi a Mexicali y por parte materna de Kumamoto a San Luis Potosí”. “Vi la necesidad de diseñar un material didáctico en el cual la comunidad infantil, pudiera apreciar y conocer las obras de Posada, así como la técnica de grabado. –el material consta de 20 láminas de lonas de diferentes obras de Posada–, por Wilfrido Isamí Salazar Rule. (Ut supra, pág. 07).

Miradas en que se ancla nuestra tradición. Basta remontarnos a la ciudad que Aguascalientes fue en los años cuarentas y cincuentas,  cuando el escenario de la fiesta de las Calaveras, era el pasaje de los portales del Parián frente al Templo de San Diego y –“la plaza del estudiante”– el edificio del bachillerato del IACT (Instituto Autónomo de Ciencias y Tecnología), hoy edificio central de la UAA y Museo de la Muerte, a lo largo del cual se montaban los puestos ambulantes de artesanos locales que fabricaban las calaveras plateadas de barro, de múltiples formas y tamaños, pero siempre con la mandíbula inferior movible adherida a la base del cráneo con una tela que le permitía abatirse, mediante un hilo atado al centro de esa placa, que cruzaba hasta la parte superior del cráneo a través de una horadación con ese propósito y que facilitaba jalar dicha placa para producir un clacqueo con sonoridad a barro; esta hilarante imagen, quedaba terminada una vez que, al comprarla, se preguntaba el nombre para inscribirlo en la frente de este divertido fetiche.

La sola descripción de este apreciado juguete de la feria del Día de Muertos hace innecesaria la explicación de cómo el folklore local transmutaba este símbolo óseo materializado de la muerte, en una imagen festiva, chocarrera, personalizada con el nombre del poseedor, y claqueante para regocijo de niños y adultos. También se vendían esqueletos de barro articulados con alambre y que se exhibían como títeres capaces de bailar un jarabe, con todo y zarape al hombro.

Esta fiesta popular no podía dejar de lado el aspecto gastronómico, y por ello junto a los puestos de las calaveras, se montaban otros con cerros de mandarinas, cacahuates con cáscara y cañas de azúcar; no faltaba el camote tatemado con miel, los churros cubiertos de canela endulzada y los panes “de muerto”. El manteado de la vendimia se adornaba con pasacalles de colorido papel picado con imágenes alusivas a las calacas. Prácticamente todas las familias de Aguascalientes hacían un paseo por ese pasaje, y salían con las preciadas prendas de la temporada. Así aprendimos a celebrar la fiesta de “Muertos”, comiendo calaveras de azúcar, o aquellos dulces chiclosos que conocimos como “charrascas”, en otros lados llamados “charamuscas” o “trompadas”. La muerte como manjar, como juguete en las calaveritas de barro –con todo y nombre en la frente–, o en panes con simulados huesos cruzados. Datos desnudos que nos hacen un pueblo simbiótico entre la vida y la muerte; su presencia, su recuerdo y su aviso de futuro.

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