Terminó en 16 días la parálisis del gobierno de los EUA, pero persiste la amenaza de crisis económica sobre el resto del mundo. Miembros del partido republicano y de su extrema derecha identificados como “Tea Party”, pretendieron chantajear al gobierno con la no aprobación del presupuesto federal de egresos para eliminar de éste el financiamiento para la Ley de Salud Asequible (conocida popularmente como “Obamacare”), el principal éxito legislativo de la administración Obama. Logrando una solución temporal y paliativa, la Cámara de Representantes de Estados Unidos aprobó una iniciativa para diferir a febrero de 2014 una solución al problema, permitiendo reabrir el gobierno y autorizando el incremento de la deuda federal.
Los republicanos e integrantes del “Tea Party”, opuestos a la cobertura de la seguridad social para todos que se propone en la “Obamacare”, la descalifican denominándola proyecto socialista. Afirman que la iniciativa del presidente demócrata constituye el tipo de “dáivas” que animan el comportamiento asistencialista que se opone a lo que ellos consideran la cultura americana. Sin embargo, no cuestionan las costosas guerras coloniales que los EUA patrocinan ni las enormes transferencias –subsidios– que se otorgan a los bancos mediante el mecanismo de flexibilización cuantitativa.
La flexibilización cuantitativa –en inglés quantitative easing–, conocida con el acrónimo QE, es una herramienta de política monetaria utilizada por bancos centrales (que en los EUA es la “Federal Reserve”, o FED) para aumentar la oferta de dinero. Se trata de un mecanismo para emitir nuevo dinero con la intención de inyectarlo a la economía mediante la compra de bonos del propio gobierno central. Se pretende con ello aumentar los precios y reducir las tasas de interés a largo plazo con lo que, conforme a la teoría monetaria convencional, se debería provocar un estímulo inmediato a la economía. Es, en otras palabras, una inyección de adrenalina, en forma de dinero, que con cierto riesgo supuestamente medido, estimula al paciente con el efecto secundario de elevar su presión, o sea, la inflación.
La primera vez que se aplicó esta medida fue en noviembre de 2008, tres meses después de iniciada la crisis bancaria con el colapso del banco Lehman Brothers. Se le conoce como QE1 a primera la inyección de 1.7 millones de millones (billones) de dólares en dinero nuevo a la economía tendiente a evitar el colapso de los bancos que tuvieron que asimilar pérdidas por sus créditos hipotecarios impagados (activos tóxicos). El dinero de la QE1 nunca llegó a manos de la gente, se lo tragaron los bancos y no se logró el efecto esperado de estimular la economía. La FED, que en los EUA no es una entidad gubernamental como cualquier banco central, sino un órgano privado propiedad de los bancos, en noviembre de 2010 inventó la QE2. Así decidieron enviar cien mil millones de dólares cada mes a la banca para recomprarles sus activos tóxicos. Hacia junio del 2011, sin resultados significativos en la recuperación económica, lanzaron la QE3 con la cual emitirían 85 mil millones cada mes hasta que se pudiese ver algún signo de mejora económica: cosa que aún no ha sucedido –ni sucederá– porque todo el dinero al hacerlo pasar por la banca, simplemente se queda allí.
La extrema derecha norteamericana, no sólo da su consentimiento en privilegiar a la banca, sino que impulsa con cargo a los impuestos (que pagan todos los ciudadanos), el colonialismo económico y cultural –centrado en su propia visión– hacia sus paisanos y el resto del mundo. A través del gobierno de los EUA, se obliga a toda la población de ese país, y de los países que viven en la órbita del capitalismo, a destinar todos sus recursos hacia el sistema financiero-monetario, el eje que mantiene desde hace siglos el control de la economía global. A los bancos se ha ido en cinco años, sin beneficio alguno para la humanidad, una cantidad equivalente a ochenta veces lo que cuesta limpiar el derrame de petróleo de la BP en el Golfo de México, o treinta veces lo que se requiere para reparar los daños causados por el huracán Katrina.
Mientras en la Cumbre Mundial sobre la Seguridad Alimentaria, celebrada por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y por la Agricultura (FAO) en Roma en 2009, se decía que se requerían 44 mil millones de dólares por año para erradicar el hambre en el mundo, el gobierno de los EUA destinaba en ese año, 39 veces esta cantidad para salvar a la banca de sus propios desaciertos.
Siguiendo la misma pauta en defensa de ese capitalismo, progresivamente más depredador en su actual fase de agonía, los gobiernos de todos los países sangran sus presupuestos vía transferencias de todo tipo hacia el sistema bancario. Están imposibilitados de atender las cada vez más básicas exigencias populares; simplemente no tienen con qué. Resulta así evidente que el régimen en que estamos, el sistema económico preponderante, ya no da más de sí. Sólo los necios, que cada vez son menos, y los propios dueños de la banca se niegan a aceptarlo.
El capital ya no puede gobernar un país. Rebasado el estado nacional por los monopolios dominantes a nivel global –siendo el monetario-financiero el primero de ellos–, el sistema capitalista nacional, el de la competencia, el del libre mercado, ha quedado relegado a mera entelequia teórica. Las sociedades reales, las de personas reales que pretenden tener estados que protejan sus derechos fundamentales y libertades civiles, no pueden ser ya gobernadas por medio del capitalismo.
La reciente crisis presupuestal del gobierno norteamericano ha dado una de las últimas señales de alarma. El mundo libre no es tal, no es nada, mientras no se desembarace del sistema económico que lo ahoga cada vez más.
Twitter: @jlgutierrez