En México uno se acostumbra a la decepción.
Graham Green, Caminos sin ley (1939)
[Yo tenía] sólo mi piel morena, un acento y unas ideas blanqueadas
por la forma de ser estadounidense, y un profundo,
profundo amor por México, mi tierra, que ya ni siquiera podía explicar.
Alfredo Corchado, Medianoche en México (2013)
En la historia del país, tanto en su versión oficial como en la no oficial, se suelen otorgar a los migrantes un papel más bien marginal, apenas digno de unas pequeñas y circunstanciales menciones como si con ello se quisiese reafirmar, por otros medios, su exclusión del país. Con ello, la vida de los millones de mexicanos y mexicanas que por más de un siglo han buscado en los Estados Unidos las oportunidades y libertades que el país era y es incapaz de ofrecerles, ha permanecido en una suerte de limbo del que, de vez en vez, adquieren cierta visibilidad aquellas imágenes, anécdotas e historias que mejor se ajustan a los estereotipos que alcanza a tolerar nuestra mala conciencia. Y, sin embargo, es plausible pensar que la historia del país sólo es del todo comprensible en la medida en que incorporemos en el centro de su narrativa la vidas de esos millones de migrantes.
En este sentido el libro que recién ha publicado en nuestro país Alfredo Corchado, Medianoche en México viene a ser una oportuna y emotiva convocatoria para emprender esta tan necesaria inscripción de la vida de los migrantes en nuestro horizonte histórico y, a su vez, en nuestra presente tarea de imaginar y edificar un futuro más promisorio y acaso más digno, es decir un futuro donde, entre otras cosas, las aspiraciones de bienestar, prosperidad y seguridad puedan verse cumplidas aquí, en el país.
Pero el libro de Corchado también puede ser visto como una interpelación. Una interpelación que, siguiendo a Judith Butler, podemos entender como el momento en que surge el imperativo de “dar cuenta de nosotros mismos porque se nos interpela en cuanto seres a quienes un sistema de justicia y castigo ha puesto en la obligación de rendir cuentas”, es decir cuando ha llegado el momento en que no podemos eludir más una reflexión “sobre nosotros mismos en virtud del miedo y el terror”…y, añadimos, en virtud de que, pese a todo, debe persistir la esperanza y “una fe que ahuyente al mal.”
Y lo que ha hecho Alfredo Corchado con su Medianoche en México es hacer esta interpelación al poner ante nosotros un espejo de doble vista, de doble reflexión. En uno de sus lados podemos reconocer el miedo, el terror que empezó a apoderarse del ánimo del país a partir de la expansión, diversificación e intensificación de las actividades del crimen organizado en un contexto distinguido por la fragilidad del Estado de Derecho, por la persistencia de la corrupción e incompetencia de las instituciones públicas, donde la impunidad es moneda corriente y la desigualdad social sigue siendo tan profunda y agraviante como en la época de Humboldt. Este es el México acostumbrado a decepcionarnos, a exasperarnos, que duele en el estómago, un México “donde todos somos desechables”: un México sumergido en una larga medianoche.
Por el otro lado del espejo Corchado nos invita a ver y reconocer un México distinto, un país, acaso un tanto idealizado por la añoranza, pero más luminoso, que está hecho de las esperanzas y esfuerzos cotidianos –muchos de ellos con el carácter de una resistencia silenciosa, doméstica en muchos sentidos pero no por ello menos firme y digna–, un México que no acepta resignarse a vivir en el obscuro desaliento. Es el país que Corchado aprendió a amar pese a todos sus infortunios personales, familiares y profesionales, entre los que se encuentran lo mismo la experiencia de la migración temprana como las reiteradas amenazas de muerte de parte del crimen organizado.
Corchado está en una buena posición para hacer esta interpelación. Sí como migrante permanece en él la imperiosa necesidad de descubrir las razones y sin razones que lo llevan a amar con tanto fervor a un país, como periodista posee la vocación y las herramientas necesarias para llevar esa indagación a terrenos más amplios que los aconsejados por una reconciliación emocional.
Corchado nació en 1956 en San Luis Cordero, un pueblo de Durango donde más de la mitad de sus habitantes trabajó algún momento en Estados Unidos, entre ellos su padre y su madre. Llega a Estados Unidos en 1966 y crece en San Joaquín (California) y el Paso (Texas), donde finalmente se establece su numerosa familia (nueve hermanos) al abrir un pequeño restaurante, el Freddy’s Café, a sólo tres cuadras del puente internacional. En algún momento de 1986 se contagió de lo que llama la enfermedad incurable del periodismo. Trabaja en el Odge Standard-Examiner (Utah), El Paso Herald-Post, la oficina regional en Filadelfia del Wall Street Journal, y la mayor parte del tiempo –dos décadas– en el Dallas Morning News.
En 1994 el Dallas lo designa corresponsal en México. Ello le significa una gran oportunidad de desarrollo profesional, pero sobre todo el anhelado retorno a casa o, mejor dicho, a una de sus casas. El retorno no es sencillo. El México de sus entrañables recuerdos de infancia pronto se revela como un México “impredecible, indómito y cruel”. Y esto es comprensible: Corchado retorna el año en que los mexicanos destapamos una caja de Pandora que aún no hemos podido cerrar. Pero Corchado advierte también pronto que lo ocurrido en 1994 no era una excepción sino, más bien, la manifestación de una regla o una serie de reglas no escritas que en las décadas siguientes habrían de poner en jaque la tranquilidad y gobernabilidad del país.
Son las reglas que surgen cuando el Estado de Derecho es, en el peor de los casos, una triste ficción y, en el mejor, una realidad alarmantemente frágil. Son las reglas no escritas que lo mismo explican y sostienen la incompetencia, corrupción y cinismo de la clase política, como la amplitud y solidez de privilegios de pocos ante la carencia de los derechos más básicos de muchos y la expansión, intensidad y crueldad que fueron adquiriendo en todas las regiones del país las actividades del crimen organizado. Son, también, desde luego, las reglas de impunidad que dieron al crimen organizado la autoridad de facto para asesinar a números periodistas y de mantener bajo amenazas de muerte a muchos otros más, como ha sido el caso mismo de Corchado.
El libro de Corchado es así una crónica de los años de predominio de la sinrazón delictiva y asesina, pero es también un testimonio de primera mano de lo que, justamente, implica hacer con honestidad y valor dicha crónica o, en otras palabras, de lo que implica hacer realmente periodismo en un país sitiado por la impunidad y donde, como bien subrayara hace poco Fernando Escalante Gonzalbo, la prensa simple y sencillamente no está diseñada ni organizada para informar. Mucho del interés del libro Medianoche en México está en el relato que hace Corchado de sus hábitos de trabajo, de sus relaciones con sus informantes, de la forma en que localiza y confirma la información, de sus vínculos con el poder político y económico, de su trato con sus editores y colegas (incluyendo la larga y sinuosa historia de amor con su pareja, con su “Ángela preciosa”) y, por supuesto, de los muchos riesgos y temores que se enfrentan de manera inevitable en un país donde la obligación de informar y reportear volvió a todos los periodistas en “reporteros de la nota roja”.
Medianoche en México incluye, entonces, una crónica del país en sus horas más oscuras así como un vívido autorretrato del periodista asediado. En este sentido se trata de un necesario alegato, una interpelación urgente, hecha, en buena medida, en nombre de millones de familias y personas que, al ver el panorama que se despegaba ante ellos, se vieron obligadas a reconocer que “aquí no hay nada para nosotros…nada.” Pero, acaso en primera instancia, Medianoche en México puede ser leído como una apasionada declaración de amor a un país que, todos lo sabemos, no se deja querer con facilidad y que una y otra vez gusta de poner a prueba las lealtades, querencias y apegos. Corchado, sobreviviente de su desencanto, nos invita a no dejar de ver la luz al final del túnel no tanto por la contundencia de las evidencias, como por la radical necesidad de no abandonar la esperanza.
Nota de las fuentes. Medianoche en México ha sido traducido por Juan Elías Tovar Cross para Debate (2013). La cita de Butler proviene de su libro Dar cuenta de sí mismo. Violencia ética y responsabilidad (Traducción de Horacio Pons, Amorrortu, 2009). La apreciación de Fernando Escalante Gonzalbo está en su ensayo, Bartleby en la redacción, Nexos, agosto de 2013.