¿Me estás oyendo inútil?
En un encuentro literario me tocó atestiguar una diatriba en contra de una escritora que no estaba presente; apenas se acomodó en la mesa, el ponente se hizo del micrófono y comenzó a insultar a la ausente. No recuerdo qué defendía, seguramente algo que no valía la pena, pero lo hacía de forma vehemente, incluso retó a la escritora a que diera la cara porque él, él no iba a permitir que nadie, absolutamente nadie, se burlara de la comunidad artística o académica, tal y como lo había hecho la escritora… que no estaba.
En un principio era incómodo, quien se aferraba vociferante al micrófono, increpaba a la escritora y nos hacía partícipes de su enojo, cómplices; pero a medida que avanzaba con su reto, ya era simplemente ridículo, todos sabíamos que la escritora a la que se hacía referencia no estaba ahí, todos, incluso el acusador, quien después de su larga perorata cruzó los brazos desafiante, en espera de una respuesta, que evidentemente no iba a llegar.
Vergonzoso.
No te metas con mi cucu
Otro encuentro literario, otro episodio de pena ajena. Un poeta de renombre, que inició su presentación al señalar que siempre se le dificultaba elegir qué leer entre los 9,504 poemas que había publicado, divagó durante una hora acerca de su triunfo ante la crítica pues había logrado la “invisibilidad” de sus influencias… aburrido, sí; ya hacía el final de su exposición, se regodeó en una metáfora sobre lo que el artista debe defender, dijo que se debía elegir una casa, apropiársela y protegerla de cualquier ataque externo para así construir un fuerte desde el cual se pudiera crear. Entonces saltó un exaltado a increparlo.
De entre el escaso público, otro escritor, escupió todo su odio porque nadie le iba a venir a decir a él, a un mexicano, que no debía defender la calle, que el poeta de renombre mostraba toda su ignorancia al proponer esa idea cuando lo que los jóvenes tenían que hacer era salir a salvaguardar la calle.
Los asistentes despertamos. El poeta de renombre (y extranjero) intentó explicarle al férvido escritor que era una metáfora, que no había planteado disyuntiva entre la calle y la casa; pero el otro no lo escuchaba, ya había dicho lo que quería, fogoso, manoteó un minuto más y se retiró del lugar.
Alguien me preguntó si sabía quién era el impulsivo defensor de la mexicanidad. “Una gloria pasada”, un escritor que se ganó un premio nacional allá por 1975 y que no ha vuelto a escribir nada que valga la pena, ahora se dedica a investigar escritores regionales del Siglo XVIII o XIX. Después me arrepentí de mi maledicencia, no de mi caracterización.
El poeta extranjero de renombre, abrumado por el ataque, salió avante justificando el uso de las metáforas, pero ya no lo escuchaba su opositor. No escuchó ya, la frase lapidaria con la que cerró el poeta y que, quizá, fue lo que valió la pena de haberse quedado a escuchar la selección que realizó de sus 9,504 poemas: La exaltación es el mal latinoamericano.
Vivir con pasión
¿Es un mal la exaltación?, pareciera que no, el estado emocional que describe comúnmente se relaciona con los ganadores, es el espíritu con que se celebran las victorias, el ánimo que acompaña el triunfo, con que se aderezan los éxitos (incluso las conquistas pírricas o las ganancias mediocres, con la exaltación adecuada, un empate de la selección de futbol es un triunfo de la nación, no perder frente a un equipo también se convierte en gesta heroica digna, es cuestión de entusiasmo pues). El problema de esa pasión con que se vive, es que invariablemente se tira la piedra y se esconde la mano, o bien, se toma lo que nos conviene y se transforma en un argumento debatible, sin importar si lo dijo o no.
La exaltación es nuestro mal porque el ímpetu con que se argumenta, invariablemente, es contra algo; solemos inventarnos gigantes ahí donde no hay nada que discutir, pero sobre todo, nada que construir.
Es nuestro mal porque la respuesta exaltada suele buscar la vía rápida, no el diálogo lento, y en esta época de discusiones estériles vía redes sociales, nada como un tuit o un comentario en Facebook para incendiar la aldea y salir huyendo; además, se cuenta con el pretexto perfecto: las redes sociales no son el sitio para las discusiones serias, ahí va uno nomás a pasar el rato, a banalizar la información, no se exige que la participación sea comprometida con una idea, se trata de ganar, y siempre gana el más chistoso.
Coda
Los caminos de la sinonimia siempre son reveladores, si bien exaltación en primera instancia se refiere a estar excitado, emocionado, nervioso; otro de los usos se relacionan con esa enfermedad latinoamericana referida líneas arriba; elija de la lista siguiente cualquiera: borrachera: desbordamiento; frenesí; paroxismo… Ahí estamos. Con los oídos sordos, los dedos prestos sobre el teclado o el smartphone, dispuestos a defender, a través de la pantalla lo que consideramos nuestro territorio… siempre y cuando el otro, al que denostamos, esté a tiro de un tuit o comentario en Facebook, jamás cerca, no sea que vaya a contestar.
@aldan