El hermano mayor en México tiene varios rostros, tan difusos como antojadizos. Contrario a lo que reza un cliché corriente y barato que sale a relucir cada que la realidad sigue su curso normal, México no es kafkiano, México es orwelliano. Como en la Oceanía de Orwell, también en el distópico territorio mexicano el hermano mayor es un ente omnipresente, enigmático, totalitario, vigilante, controlador, invasivo, se le conoce más bien por sus efectos represores, y más allá de eso se sabe poco, su objetivo a todas luces es dominar, someter, forzar, contener.
El hermano mayor mexicano es un lobo, y un chacal, y un coyote. Es jefe y guardián, las menos de las veces, juez y jurado, con justeza bipolar; es cruel, ávido y voraz, no duda en sacar provecho grande aunque no haya nada que aprovechar, aún al trapo más seco le puede exprimir una gota más, y otra, y otra más; es miedoso y fiero a traición, no es de fiar, prefiere las presas pequeñas, tan pequeñas como un insecto, o insignificantes o débiles o heridas. Los mexicanos tienen tres hermanos mayores. Uno político, otro empresario y otro más de sangre. Sus tres hermanos mayores se parecen al Big Brother de 1984, pero, eso sí, tienen su condimento local: los tres son abusones, mandones y jodones.
Su hermano mayor político en realidad está bastante lejos de su vista y alcance, pero es al que más milagritos le cuelga; es poderoso, de ahí sus enormes responsabilidades: trabajo, casa, educación, salud. Si algo falla en el país, es porque él falló como persona. Su presencia en los medios es ubicua, jamás, ni en broma, se asoma a la realidad. No se lo permiten. Su séquito de zalameros le construye diario una burbuja de colores. A diferencia del personaje de Orwell que todo lo ve y lo controla, este hermano mayor a la mexicana ni ve ni oye ni habla, sólo blande y agita el cetro que lo inviste por diversión y único objetivo en la vida. Tiene nombre: el Presidente.
Con su hermano mayor empresario tiene una relación de amor-odio, lo ama porque no le queda de otra, lo odia porque se ve orillado a hacerlo. Quisiera llevarse bien, una y otra vez vuelve a confiar, y una y otra vez lo vuelven a traicionar. Es un hermano mayor con una apariencia bien planeada de respetabilidad y honorabilidad, es sistemáticamente confiable, dice, pero en la práctica es ladino y poco menos decente que un tahúr. Le gusta regatear, abiertamente o con trampas. Se podría decir que es un ladrón, pero en realidad sus acciones lo definen más bien como un cleptómano, roba por inercia. Tiene varios nombres, todos con “t”: Telmex, Telcel, Televisa, TV Azteca.
Su hermano mayor de sangre es el más jodón de todos. Su poder se cimenta en el ejercicio de una fuerza física a base de pellizcos, jalones de pelo y orejas, sapes, “enchiladas” y manitas de puerco y en siempre ganar, inexplicablemente, el piedra, papel o tijera. Al mexicano no le queda más que obedecer ante los caprichos enfadosos de su hermano mayor, si no, ya no lo tratarán como sirviente sino como esclavo, y luego como perro callejero. Mejor cuidar el privilegio de recibir un coscorrón cariñoso por haber ido por las cocas y pagarlas, o por ceder el control de la televisión, que arriesgarse a caer en la esclavitud de trabajos caseros forzados o, peor aún, en la indiferencia matona de la ley del hielo.
Si entre sus planes próximos está adoptar un mexicano, siga los siguientes pasos. Como el mexicano que adopte seguro será el primogénito en casa, usted habrá de cerciorarse de que desempeñe su rol de hermano mayor de una manera adecuada.
Primer paso: dele todas las libertades posibles para que se convierta en un pequeño dictador. Mandar a sus hermanos, cuando los tenga, no será cosa fácil. Empodérelo públicamente, tendrá un brazo derecho en todos los asuntos pueriles del hogar, de los cuales es mejor no enterarse.
Segundo paso: rodee a su mexicano de un aura de enigma, eso lo volverá un ídolo ante los ojos de sus carnalitos. No sólo lo obedecerán y seguirán, lo adorarán como a un dios pagano al que hay que ofrendarle sacrificios de bueyes y doncellas de tanto en tanto.
Tercer paso: uno de los privilegios del hermano mayor es el de ejercer con impunidad el sutil y disfrutable papel de ser un cuchillito de palo o, mejor dicho, un chingaquedito. Chingar de poco en poco es una herramienta que le será útil sin importar si llega a ser el perro alfa o el beta. Dinero, amigos, influencias, planes grandes y pequeños, venganzas grandes y pequeñas, etcétera, todo se puede lograr y conseguir cuando se sabe cómo chingar a cuentagotas, como un hermano mayor.
Preguntas frecuentes: ¿El mexicano es un buen hermano? Sí. ¿El mexicano es un gran hermano? No. ¿El mexicano es un medio hermano? Depende.