Habitar un país como México, lleno de contradicciones y contrasentidos, pletórico de diferencias, abigarrado en corrientes de pensamiento y cultura, ha hecho que los mexicanos seamos “plásticos”, “miméticos”, “eclécticos”. Ser mexicano es una forma de ser, intangible y múltiple. Somos famosos en el mundo por ser flojos y fiesteros, deshonestos y corruptos. No se nos concibe trabajadores como los alemanes, mucho menos honestos y eficaces como los norteamericanos, ni progresistas como los neozelandeses. Incluso nuestra concepción de nosotros mismos no es unívoca ni homogénea, dado el crisol cultural y étnico de cada parte de nuestro territorio. No es igual un habitante de Chihuahua a uno de Chiapas, ni un yucateco a un regiomontano. Somos distintos a fuerza de las diferencias culturales, y sería casi imposible encontrar líneas de comunión allende del lenguaje, de la religión y de que todos pertenecemos a este país. Por ende, existen tantas visiones e ideas como culturas en nuestra nación, y subyace, eso sí, como un común denominador, la falta de solidaridad e identidad nacional, así como de normas de pensamiento conducta y acción generalizada. No es endémico, en cada país existen distintas versiones del mismo según el tipo de personas con las que hablemos. Ni siquiera países medianamente unificados en el sentido cultural poseen pensamientos únicos o direcciones inequívocas. Nuestro vecino del Norte se debate actualmente, por ejemplo cercano, entre si deberían incursionar militarmente en Siria o no lo deberían de hacer. O Venezuela, dividido entre los Chavistas y sus detractores, igual que China, India, etc. La modernidad ha producido una pluralidad sorprendente, hija de la intercomunicación mundial y de una relativa libertad que otrora no existía. Así, no es de extrañarse que actores políticos como López Obrador y Cuauhtémoc Cárdenas, se entreguen a una “Cruzada” para evitar que ciertos productos y actividades petroleras sean desnacionalizados. En sus discursos al respecto, sostienen, categóricos y ufanos, que es algo que no se debe de hacer pues va en detrimento de la nación.
No dan razones económicas en números, ni hay fundamento social válido sino meras perogrulladas con tintes populistas. En cambio hay pura ideología en el estricto sentido del término: El concepto particular de “ideología” -dice Karl Mannheim- implica que el término expresa nuestro escepticismo respecto de las ideas y representaciones de nuestro adversario. Y el problema es ese: son adversarios del Estado. No actúan para apoyar el progreso y beneficio general, sino para boicotear las acciones del gobierno. Pensando que haciendo quedar mal al Gobierno se beneficiarán ellos y podrán ser elegidos para detentar el poder posteriormente.
Al menos esa es la postura oficial de estos dos personajes de nuestra vida pública, aunque en el fondo subyacen motivos políticos que aprovechan el tema para generar la ocasión de presentarse como representantes y protectores de los intereses de los mexicanos. Pero estos individuos no nos representan a todos, y su visión muy particular, debería ser promovida en el Congreso de la Nación y no en las calles realizando manifestaciones. Llevamos casi dos siglos de estancamiento económico, social y cultural en México. Y a partir de la inauguración de la democracia en México, siempre que se trata de hacer un cambio, surgen los oportunistas de ocasión para evitar que las cosas mejoren. Pemex nunca ha servido como catapulta o catalizador para la mejoría de los mexicanos mientras ha sido manejado por el Estado. Entonces por qué aferrarnos a que siga operando como hasta ahora. Simplemente no lo entiendo. Comprendo en cambio que es la bandera idónea para atraer simpatizantes. Pero ni es un peligro, ni va de por medio la soberanía. El discurso desmedido, alarmista e incendiario de López Obrador raya en los términos de la locura aparente, pero no hay que perder de vista que la vida política de este personaje se ha basado precisamente en dirigir peroratas, arengas, soflamas contra el Estado y orientadas a hacia las personas poco informadas e instruidas, para poder ganar el favor de su voto político. Por su parte el PRD, evocando como estandarte al General Lázaro Cárdenas recibe de vuelta a Cuauhtémoc para que se enfrasque en la batalla política de la no privatización del Petróleo. Ni Pemex es de los mexicanos, ni el petróleo. Pemex es el botín de la clase política y lo tratan de convertir en la bandera de una causa. ¿Cuál causa? La de ellos, la de sus intereses particulares políticos enmascarados de preocupación y acción heroica. Políticos jugando su guerra entre ellos, queriendo hacer ver que la búsqueda avara de sus intereses particulares corresponde a la búsqueda del bienestar común, al de todos los mexicanos.
Da tristeza que la “Izquierda” en este país muestre tal pobreza intelectual y que el único recurso político que poseen es el discurso incendiario, violento, amenazador, incoherente y sin argumentos de peso. Llaman a la movilización social, a la manifestación multitudinaria a cuenta de esgrimir el falso y gastado sermón de que el “pueblo” está con ellos. Su posición puede ser válida, pero ni siquiera se toman la molestia de intentar justificarla de manera adecuada. Se trata de llevar la contra en todo tema que pueda ser explotado como “popular”, evocando un falso nacionalismo. Ojalá tuviéramos en México una “Izquierda” más preparada, una nueva, que ya no esté dirigida por estos dinosauros de la política mexicana que piensan que aún nuestra nación vive en los años setenta. Una “izquierda” constructiva es lo que necesitamos con urgencia.