Los trajeados / Guía para adoptar un mexicano - LJA Aguascalientes
22/11/2024

 

En México las fiestas de traje no son aquellas donde un código de vestimenta es el boleto último para convencer de un vistazo al cancerbero de que somos parte del club privilegiado o de que fuimos invitados al evento de exclusividad dudosa –si no cumplimos con ese código, así seamos los anfitriones, el gorila de la entrada con gusto estará dispuesto a demostrarnos las dotes lingüísticas y argumentativas de su especie y su indudable capacidad muscular–; aquellas donde más que una reunión de personas parece un baile de vestidos de la última moda de los ochenta, collares de fantasía bling-bling y trajes burocráticos combinados con camisas color lila, corbatas de estridencia vociferante y una competencia de boleros por el zapato más lustroso, de peluqueros por el cabello con más gel y de estilistas por el peinado que más se asemeje a un algodón de feria; aquellas donde el menú es invariablemente minimalista, tanto en porciones como en sabores, y donde el plato principal lo constituye siempre pechuga o lomo sobrecocidos y bañados en un gravy a base de maicena, lo que nos lleva a maridar obligatoriamente el platillo con vasos y vasos de agua natural.

En México las fiestas de traje son aquellas donde las botanas, botellas y viandas son provistas por cada uno de los convidados. Hay un anfitrión, que pone la sala de su casa a disposición de los interesados; hay invitados, que llevan alimentos y bebidas; hay una lista, improvisada y confeccionada en cinco segundos; hay invitaciones, que corren como pólvora de boca en boca. El eterno impasse de la economía mexicana, cuando no franca crisis, obliga al mexicano ya no a racionalizar los recursos sino a hiperracionalizarlos. Las fiestas de traje son un ejemplo de esto. Es un modo barato y rápido de organizar una fiesta: uno pone la casa, otro lleva un guisado, aquel arroz y frijoles, el otro unas botanas, el otro refrescos, el otro un tequila. Aunque la mayoría de las fiestas de traje son improvisadas, en general los resultados son buenos, lo cual es prueba de que el sistema funciona. Las fiestas de traje son una especie de cooperativa del huateque: los costos y labores se distribuyen entre todo el grupo, no recaen en un solo individuo y, por supuesto, el disfrute es también colectivo.

Hasta aquí todo pinta excelente, en teoría siempre todas las piezas encajan. En la práctica, como sabe, estimado lector, las cosas suceden de un modo ligeramente diferente. En efecto, un viernes por la tarde, ante un propuesta que surge de la nada, un grupo de amigos decide reunirse esa misma noche con la modalidad de fiesta de traje. Los cargos se reparten, todos están de acuerdo, todos hacen explícito su compromiso. Ya en la noche, las pequeñas sorpresas no dejan de suceder. El que puso la casa, resulta que tiene un historial de desencuentros con los vecinos y con la policía, las miradas en el barrio no son amables, la patrulla no deja de merodear. El que quedó de llevar una cochinita pibil, resulta que ese preciso día se agotaron los ingredientes necesarios en toda la ciudad y termina llevando un picadillo, también muy sabroso, dice, aunque sospechosamente sabe a refrigerador. El que quedó de llevar las botanas, lleva dos megabolsas de botanas adolescentes –o sea, de frituras– y ya. El que quedó de llevar los refrescos, llega como si nada con una coca y un agua para doce personas. Igual el que quedó de llevar las cervezas que llega con un six y el otro que generosamente lleva una botella de vodka y otra de brandy, y otra de ron y otra de tequila, todas con un cuarto o menos de líquido. Y, finalmente, están los que hábilmente se esperaron hasta el último para levantar la mano, esos sí cumplen con sus compromisos: uno lleva una bolsa de vasos desechables, otro una bolsa de hielos, otro un kilo de tortillas.

Si entre sus planes próximos está adoptar un mexicano, siga los siguientes pasos para salir avante cuando su mexicano ofrezca contentote su casa para una fiesta de traje.

Primer paso: aunque este tipo de reuniones tienen un aire casual, asegúrese de que todos los invitados sepan que es de traje. No dude en comunicarse unas horas antes y recalcarles, subrayarles, reiterarles con un tono muy coqueto qué le tocó a cada quien. No quiere gorrones.

Segundo paso: aunque la reunión es informal, usted es el anfitrión, reciba a cada invitado en la puerta y haga un rápido paneo para verificar que no llegan con las manos vacías. No quiere gorrones.

Tercer paso: si alguien llega sin nada e insiste en entrar, no haga una escena, déjelo pasar a condición de que se siente en algún lugar al margen de la reunión, en el rincón de la ignominia, y que al final limpie toda la casa, especialmente el baño y la cocina. No quiere trastes sucios.

Preguntas frecuentes: ¿El mexicano es buen anfitrión? Sí. ¿El mexicano es buen invitado? Sí. ¿El mexicano es buen gorrón? Sí.


 

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