Extravíos Siria: el retorno de Ares y el eclipse de Atenea - LJA Aguascalientes
22/11/2024

 

 

Preámbulo

De acuerdo al Reporte Global que, desde 2007, prepara anualmente el Center for Sytematic Peace (CSP) sobre los grados de conflictividad, violencia y estabilidad que observan la mayor parte de los países del mundo, Siria registró en 2011 un Índice de Fragilidad de 10 puntos. Ello significa que el país se encontraba en una situación intermedia en el mapa mundial: muy distante de la situación que, en un extremo, se encontraban los países con muy alta fragilidad –con índices de 20 a 25 puntos– como Somalia, Sudán, Congo, Afganistán, Chad, Myanmar, Etiopía y Costa de Marfil y, en el otro extremos, también muy distante de la situación que observaron los 21 países con cero grado de fragilidad como, entre otros, Gran Bretaña, Taiwán, Suecia, Eslovenia, Portugal, Corea del Sur, Japón, Alemania, Costa Rica, Canadá y Austria. Así, de acuerdo a este Índice, en 2011 Colombia, Ecuador, Bolivia, Nicaragua, Venezuela y Guatemala, por sólo mencionar países latinoamericanos, tenían una fragilidad institucional mayor a la de Siria. Con toda certeza, cuando en otoño de este año se presenten los resultados correspondientes a 2013, Siria ocupará uno de los más altos sitios en la clasificación, sino es que el primero reflejando con ello el acelerado tránsito de una dictadura estable a una guerra civil con un más que incierto desenlace.

Primer acto: del reclamo demócrata a la guerra civil

Como una de las consecuencias no previstas del todo de la mal llamada primavera árabe, en abril de 2011 miles de ciudadanos sirios tomaron la calle en varias ciudades del país para hacer un claro y firme reclamo democrático, un reclamo por mayor libertad política, mayor respeto a los derechos humanos y una mayor participación ciudadana en las decisiones públicas. Las manifestaciones fueron multitudinarias, ruidosas, pacíficas y, ciertamente, de una orientación reformista toda vez que en ese momento nadie, más por pragmatismo que por otra cosa, proclamaba el derrumbe o sustitución del régimen. La expectativa ciudadana era que, al igual que en Egipto y Túnez, fuese posible cambiar las reglas del juego político sin incurrir en un derramamiento de sangre.

El presidente Bachar Al-Asad tenía, sin embargo, otra perspectiva del asunto. Desde el primer día de las manifestaciones dejó muy claro tanto su menosprecio ante lo que se le reclamaba como su genética incapacidad para dialogar con los disidentes. Al-Asad fue también muy claro -y contundente- en cuanto al tipo de respuesta a dar: reprimir, encarcelar, secuestrar, torturar, violar y asesinar. Abril de 2011 fue, entonces, sino el mes más cruel, sí el mes en que se comenzó la temporada en el infierno sirio, hecho acentuado por la sequía generalizada y la hiperinflación en los precios de los alimentos que el país vivía en esos momentos.

La reacción de Al Asad no sorprendió a casi nadie ya que, desde que asumió el poder en 2000, nunca mostró especial disposición al diálogo y la negociación y, por lo demás, su respuesta no fue nada distinta a la que aprendió de su padre, Hafez Al Ased, quien a lo largo de las cuatro décadas en que se mantuvo en el poder (1971-2000), dio reiterados ejemplos de la naturaleza dictatorial de su régimen. Lo que sí sorprendió a unos y otros fue, por un lado, la persistencia de la resistencia civil, como, por el otro lado, el hecho de que la población comenzó a defenderse y, a las pocas semanas, a combatir militarmente contra las fuerzas armadas y la policía siria.

El conflicto fue, entonces, creciendo día a día e ingresando, de manera inevitable, en una espiral de violencia en que la búsqueda de soluciones pacíficas fueron alejándose progresivamente del escenario, mismo que fue haciéndose cada vez más complejo. A ello contribuyó, sin duda, el hecho de que la respuesta represiva de Al Ased lejos de moderarse se volvió más cruenta, pero también a que, conforme fueron armándose, la beligerancia de los grupos civiles se acentúo, a la vez que una parte del ejército se escindió para formar el Ejército Libre Sirio y la presencia y activismo de grupos fundamentalistas –los yihadistas, opuestos al régimen no tanto por sus modos dictatoriales sino por su secularismo- se intensificó en zonas estratégicas del país.


Desde la situación de la oposición civil el panorama fue en especial cada vez más confuso toda vez que, al interior de los grupos más activos, lo que tendió a predominar fue la dispersión más que el establecimiento de acuerdos y liderazgos, el voluntarismo armado más que  la definición y operación de estrategias y la mezcolanza de demandas políticas y cívicas, con proclamas ideológicas confusas y una maraña de resentimientos sociales y étnicos-religiosos. Pronto, en fin, los sirios aprendieron no sólo que no es lo mismo tomar la calle para manifestarse que enfrentar militarmente a un ejército profesional bien armado y cohesionado, sino que tampoco es tan sencillo pasar de ser un ciudadano activo a un insurgente armado y, desde luego, que es extremadamente difícil mantener bajo un marco de oposición cívica y laica a grupos fundamentalistas con la capacidad de organización, movilización y ocupación como la que mostraron, en tan poco tiempo, los yihadistas.

Intermedio: las oportunidades perdidas

A nivel regional e internacional el panorama fue también ganado en complejidad. Si Turquía, Arabia Saudita y Estados Unidos desde un inicio apoyaron a los rebeldes –con financiamiento, armas y, en el caso de Turquía, abriendo sus fronteras a miles de refugiados- el gobierno ruso –con fuertes interés comerciales y políticos en Siria donde, además, tienen, en el puerto de Tartus, su única base naval fuera de territorio ruso- y con menor incidencia el de Irak, apoyaron también desde el inicio al gobierno sirio con armas, recursos y, sobre todo, con cobertura diplomática. En este escenario la Organización de Naciones Unidas, por mediación de su ex Secretario General Kofi Annan, diseñó e impulsó una salida negociada en que, a la par que se establecía un cese inmediato al fuego y límites a la transferencia de armas y material bélico a las partes beligerantes, abría una etapa de negociación política que, si bien no necesariamente suponía el abandono inmediato del poder por parte de Al Ased, tampoco descartaba una transición, pacífica, en el régimen político.

La iniciativa de Annan, surgió en el momento adecuado y era, al menos hipotéticamente, la mejor opción que se había puesto en la mesa. Pero de manera irresponsable no se le dio la oportunidad de ponerse en marcha. La señal esta vez provino de los aliados internacionales de los opositores. En abril de 2012, un año exacto después de iniciado el conflicto, un grupo de países reunidos en Estambul y encabezados por los Estados Unidos, declararon su decisión de ampliar su apoyo militar, operativo y financiero a los opositores, en particular al Ejército Sirio Libre y, más grave aún, declararon su convicción de que la única forma de empezar a resolver el conflicto era teniendo a Al Asad fuera del gobierno. La entonces Secretaría de Estado, la señora Hillary Clinton, no dejó lugar a dudas de sus intenciones al afirmar: “Creemos que Asad debe irse.”

Por supuesto que Asad, junto con sus aliados rusos e iraquís, no creía que debería irse a ningún otro lado. Pero esta toma de posición de Estados Unidos y sus aliados tuvo graves consecuencias. Para empezar, lejos de atemorizar o debilitar la posición de Asad logro más bien afianzar su voluntad de permanencia en el poder. Además, endureció la postura de los rusos quienes, por lo demás, no habían visto con malos ojos la propuesta de Naciones Unidas, propuesta que ahora se veía muy debilitada. Finalmente enmarco a buena parte de las fuerzas de oposición en un contexto de confrontación o negociación maximalista -“o se va Asad o continua la guerra”- que, al menos de principio, querían evitar.

Según Javier Solana, antiguo Secretario General de la OTAN, unos meses después, el 30 de junio de 2012, la comunidad internacional tuvo otra oportunidad de lograr una salida consensada y pacífica. Ese día se reunió en Ginebra el Grupo de Acción para Siria -constituido por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, esto es Estados Unidos, China, Rusia, Francia, Gran Bretaña e Irlanda del Norte-, la Liga de los Estados Árabes y Turquía- para evaluar un nuevo paquete de seis propuestas presentadas esta vez por Naciones Unidas y la Liga de los Estados Árabes. Desafortunadamente no se logró entonces consenso alguno, mostrando, de nuevo, el fracaso del multilateralismo y de las presuntuosamente llamadas “estrategias del poder inteligente”. El resultado de todo ello fue, entonces, el retorno de Ares y el eclipse de Atenea.

Ante este escenario de impotencia de la comunidad internacional para hacer algo que ayudase mínimamente a los sirios a encontrar una salida negociada al conflicto, la guerra adquirió una escala aún mayor con el resultado de que, hasta agosto de 2013, su costo humano era ya obscenamente alto: más de 100,000 muertos, 4 millones de personas desplazadas y cerca de 2 millones de refugiados –todo ello en un país con 22 millones de residentes.

El panorama, sin embargo, habría de tornarse aún más obscuro. De manera extraña, dado que en el aspecto militar el gobierno sirio estaba recuperando terreno, y de acuerdo  a los observadores de Naciones Unidos, el pasado 21 de agosto del año, el gobierno sirio utilizó armas químicas contra la población civil. Y, si bien parece existir moralmente una mayor diferencia entre asesinar a la población con una ametralladora o con gases o misiles, la utilización de armas químicas implicó el traspaso de una frontera legal –el Convenio de Ginebra de Armas Químicas de 1925 -y política, la famosa “línea roja” que trazó Obama, que, desde la perspectiva de quienes apoyaban a la oposición resulta ya inadmisible.

Tercer acto: cuando la paciencia deja de ser una virtud

Ante este hecho, el presidente de Estados Unidos ha pedido autorización a su Congreso para intervenir militarmente en Siria. Los militares han manifestado que se encuentran listos para iniciar en cuanto reciban la orden, aunque Obama no ha precisado la naturaleza y alcances de ésta intervención. Hay aún dos pendientes. El primero es la autorización formal del Congreso norteamericano. Los representantes ya presentaron una resolución que delimita los alcances temporales y militares de la intervención, pero falta la votación del pleno, misma que se provee tenga lugar en las primeros días de ésta semana. Es de esperar que, a diferencia de sus colegas británicos que le dieron un rotundo no a su Primer Ministro, los representantes norteamericanos apoyen a su presidente.

El segundo pendiente es obtener el apoyo del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Esto, desde luego, es  mucho más difícil y no es nada improbable que, si ingresa a la agenda del Consejo, los rusos y chinos utilicen su poder de veto en contra de la intervención militar. Para Estados Unidos el no contar con la aprobación del Consejo de Seguridad y la legalidad que ello supone, le representará ciertos costos políticos, pero es poco probable que ello lo disuada para no intervenir. Recordemos que, después de todo, la ley internacional nunca ha sido un impedimento para las intervenciones militares norteamericanas. En todo caso, debe recordarse que cuenta con el respaldo de naciones como Arabia saudita, Turquía, Gran Bretaña, Alemania, Israel y Francia, entre otros.

La intervención militar despierta serias dudas e inquietudes. No tanto, por cierto, por el alcance propiamente militar u operativo que pueda tener, sino, ante todo, porque, al corto plazo, no es nada claro la ruta de salida o transición política que puede darse en un ambiente político en que se han extremado las posiciones de los actores políticos, militares y sociales involucrados tanto dentro como fuera del país.

Obama ha dicho que su intención inmediata no es reemplazar al actual gobierno de Siria sino detener la masacre que éste ha estado cometiendo contra su población en los últimos meses. Sin embargo, es claro que, cualesquiera que sean las declaraciones e intenciones de Obama, la intervención militar incrementará, de manera inmediata, tanto la guerra civil siria como el grado de conflictividad e inestabilidad en la región, conflictividad e inestabilidad que pueden alterar la situación geopolítica de Medio Oriente en general. O, dicho de otro modo, no podemos a estas alturas entender la intervención militar americana sólo como una intervención humanitaria –aspecto que en sí misma es del todo atendible- sino, quizá esencialmente, debemos verla como parte de una estrategia geopolítica tendiente a debilitar, más que a Siria en sí mismo, a sus aliados rusos e iraquís.

Con todo y, si como parece ser el caso, la intervención militar es inevitable, Obama puede en esta ocasión hacer de la necesidad virtud y podría, por la fuerza de los hechos y bajo un riguroso pragmatismo, impulsar la reapertura de un proceso de paz liderado por las Naciones Unidas y con la participación de la Liga de los Estados Árabes, Estados Unidos y Rusia. Dejada a su propia inercia la intervención militar no se resolverá nada. Acompañada de una ágil y abierta gestión política y diplomática, la intervención militar podrá disuadir a la dictadura siria a moderar o detener sus ataques a la población civil a la vez que podría desactivar la capacidad militar y financiera de la oposición y contribuir así realmente a una transición política menos dolorosa, con un menor grado de sufrimiento de parte de la población siria.

Epílogo

Los ciudadanos sirios salieron a la calle en 2011 con la intención de conquistar la democracia. Su lucha era en favor de derechos civiles y humanos. Sería algo más que una dramática paradoja el que la ambición de sus gobernantes, la miopía y falta de generosidad de la comunidad internacional y el temperamento fundamentalista les impidiese alcanzar tales metas. Las opciones de los ciudadanos sirios no deben limitarse a escoger entre una tiranía, una teocracia o una ocupación militar. Por ninguna de estas tres opciones fue por la que los ciudadanos sirios tomaron valientemente las calles en 2011.


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