Orfeo: el descenso a los infiernos / Los molinos de la mente - LJA Aguascalientes
22/11/2024

 

En los principales sistemas de creencias de la humanidad el lugar a donde van las almas después de la vida ha sido una constante cultural. El “más allá” es el sitio, el territorio allende de este planeta, de este universo físico, –un sector de locación indeterminado regularmente- donde la imaginación de nuestra especie, ha depositado la resolución del sentido de la vida. Con el “más allá”, el conflicto de vivir para morir encuentra una resolución agradable, placentera. La continuación de la vida, nos aporta un sentido a la existencia que la realidad no nos da, exentándonos de un final absoluto y rotundo. Pero el “más allá”, a cuenta de cobrar coherencia, regularmente está dividido en dos sitios: uno a donde van las personas que han actuado correctamente según el acuerdo social de lo que es bueno, y un segundo espacio destinado aquéllos que durante su existencia no se comportaron adecuadamente, rompiendo las reglas sociales. Hoy nos interesa esta segunda región, esta zona, a donde van a parar aquéllos que infringieron las normas del deber ser y se apartaron de los lineamientos sociales en detrimento de los demás: Los condenados, los pecadores. El “más allá” para los pecadores, los perversos, los avarientos, los lujuriosos, en resumen, los injustos y ventajosos, ha recibido un sinfín de nombres y de características. El inframundo en las creencias y religiones paganas (como el Mictlán de los aztecas, el Annwn de los celtas, el Naraka de la mitología hindú, por mencionar algunos), el Infierno cristiano o musulmán, el Gehena de los judíos, el Averno para griegos y romanos, el Tártaro de la “Iliada”, etc. Estos sitios mitológicos no sólo han servido para ser los depositarios y la morada de los transgresores sociales y malvivientes, sino que han dado cabida a las gestas más heroicas de la literatura universal, inaugurando la máxima aventura de que cualquier persona sea capaz, esto es, viajar al “más allá” ya sea para rescatar a un ser querido o para cumplir con alguna gesta que permita que la humanidad continúe existiendo.

El héroe que se aventura al inframundo, al infierno, no en busca de Dios ni de los ancestros, quienes viven en otro utópico lugar donde la vida agradable continua, sino al terreno donde habitan los muertos y los dioses del infausto. Un lugar siniestro sin retorno, regularmente vigilado por una deidad maléfica y estricta que mantiene a los condenados sujetos al sufrimiento merecido por su extraviada conducta mientras vivían. El viaje al “país de los muertos” y el poder salir con vida del sitio para regresar al mundo de los vivos es, a mi juicio, la máxima proeza, la mayor aventura de cualquier héroe.

El caso de Orfeo es trágicamente poético. Considerado como un virtuoso de la música en su tiempo, se dice que los hombres y las mujeres se embelesaban con la música de su lira, que tenía un efecto pacificador y liberador. De hecho su tragedia comienza cuando enamora con su música a la que sería su esposa, Eurídice. Hay varias versiones al respecto de la muerte de Eurídice, las dos más comunes son en que ella muere al ser picada por una serpiente mientras huía de Aristeo (hijo de Apolo y de Cirene) y la que reza que muere durante un paseo con el propio Orfeo. El viudo, desconsolado por su pérdida, entona las más tristes melodías que llegan a conmover a los dioses y a las ninfas, quienes le incitan a que viaje al inframundo en busca de su amada. Orfeo emprende camino y comienza la aventura por rescatar a su amada difunta. Se dirige al Averno, que era un cráter cerca de Cumas, al sur de Italia en la costa del Mar Tirreno, que griegos y romanos tenían en su mitología como la entrada al inframundo, camino al Tártaro. (El Tártaro era para los griegos la región más profunda del Inframundo, incluso más allá del Hades, el hogar de los muertos donde reinaba el hermano de Zeus. La Mitología dice que cuando Cronos tomó el poder, encerró a los Cíclopes en el Tártaro, custodiados por gigantes de 50 enormes cabezas y 100 fuertes brazos. Y fue Zeus quien los liberó para que lucharan contra Cronos y así poder reinar).

El viaje de Orfeo da comienzo encantando con su música al Can Cerbero, que era el perro de Hades, un monstruo enorme de tres cabezas que se encargaba de custodiar las puertas del inframundo para que los muertos no abandonaran el Hades y para que los vivos no entraran, logrando que la bestia le concediera el paso. Así, embestido por sus atributos musicales excelsos, Orfeo va superando pruebas y conmoviendo a las deidades del inframundo, hasta que Tántalo (o Tártaro, porque también la deidad reinante de esa parte del inframundo recibía el mismo nombre) le concede la posibilidad de que rescate a Eurídice de la muerte, bajo la condición, que durante su viaje de regreso a la tierra de los vivos, él fuera delante de ella y no volteara hasta haber conseguido salir totalmente a la luz del sol. Tras un oscuro, penoso y largo viaje de regreso, Orfeo una vez que ganan el averno y se encuentran saliendo, giró sus ojos para ver a su amada, pero ella aún no estaba completamente bañada por los rayos del sol, así que volvió a morir desvaneciéndose para siempre. Orfeo tuvo la desdicha de ver morir a su amada en dos ocasiones.
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