Los molinos de la mente / Un mundo de locos - LJA Aguascalientes
15/11/2024

La mente humana está sujeta a una suerte de equilibrio químico y fisiológico para poder operar normalmente, y al decir normalmente quiero decir de forma habitual, consensuada, en una palabra, a lo que estamos acostumbrados de un raciocinio. Cuando la mente no actúa racionalmente se considera locura, y esta privación o desviación del intelecto que implica un comportamiento desatinado, irreflexivo o temeroso, contiene una falta de claridad y de valoración entre la causa y el efecto, es decir, el acto y la consecuencia. Demencia, insensatez, irracionalidad, insania, enajenación, vesania, frenesí, son algunos de los nombres más comunes para esta desviación mental. El resultado de la demencia es que el individuo deja de operar efectivamente el mundo social, comprometiendo su seguridad y la de los demás por su errático proceder. Pero el límite de la locura es difícil de establecer, es poco claro ya que se trata de un juicio de valor a cerca del comportamiento y de cómo funciona el entendimiento en un sujeto. Históricamente la humanidad ha tratado con temor y desconfianza a los desequilibrados mentales dado que ponen en riesgo el orden social, y no ha sido sino hasta fechas recientes, quizá a mediados del siglo XX, en que el trato y tratamiento para esta enfermedad ha sido humanitario. A los enajenados se les marginó, de la misma forma en que toda sociedad ha apartado a quienes no viven según el consenso social. Se dice que los primeros manicomios en la historia fueron implementados por los Griegos, pues a los enfermos mentales se les recluían en ciertos templos, no para darles tratamiento o ayuda, sino simplemente para marginarlos del resto de la comunidad, encadenándolos.


El primer manicomio del que se tiene razón en la historia se creó alrededor del año 1250 en Inglaterra, y se trataba del Bethlem Royal Hospital, también llamado St. Mary Bethlehem, Bethlem Hospital, Bethlehem Hospital y Bedlam. (Desde entonces la palabra Bedlam tiene el significado de caos y confusión). Aunque en esos tiempos era una mera reclusión al estilo de lo que los Griegos hicieron siglos antes. Los enfermos mentales quedaban recluidos en celdas, habitaciones similares a cárceles y muchos de ellos permanecían encadenados. No había prácticamente ninguna intención de tratar a los enfermos, sino de esconderlos de la sociedad, como vendría siendo casi la norma durante siglos posteriores. No sólo los pacientes del hospital de Bethlem recibían un trato carcelario e inhumano por parte de sus “cuidadores”, con el tiempo el lugar se convirtió en una suerte de circo donde la gente pagaba para ir a ver a los internos y cómo se comportaban. Ahora el Bethlem Royal Hospital es una de las más reconocidas Instituciones en el cuidado mental. El segundo manicomio lo creó un monje en Valencia, fray Joan Gilabert Jofrè, con la ayuda del comerciante Lorenzo Salom y se le llamó “Hospital de los locos e inocentes”. El trato con los enfermos era, a diferencia del manicomio anterior, más humano y con cierta intención reintegradora. Los internados gozaban de cierta libertad y se intentaba darles trabajo y actividades para ayudarles a desenvolverse en el mundo. Los manicomios, que fueron proliferando a lo largo de Europa entre los siglos XVII y XVIII conforme las ciudades iban creciendo y las sociedades iban desentendiéndose y estigmatizando a los enfermos mentales. Trataban a la locura como algo peligroso o inexplicable, y en muchas ocasiones la locura se consideró como un castigo divino. No sólo los enfermos no mejoraban en su estancia en los hospitales, sino que su marginación y la restricción de libertades los empeoraban. A esto se le llamó “neurosis institucional”, y si esto les recuerda al INEGI, al ISSSTE o al IMSS, o a cualquier otra Institución gubernamental, no es de extrañarse pues en estas instituciones hay más de un descarriado mental atendiéndonos. Los tratamientos de la locura frisaban en la tortura y en el mismo delirio. Desde lobotomías con picahielos, shocks de electricidad, golpizas, baños de agua helada, ayunos, purgantes, trepanaciones, etc. Afortunadamente la psiquiatría se replanteó seriamente este sistema de “tratamiento” a los enfermos mentales y se hizo una drástica reforma de estas instituciones para atenderlos desde un punto de vista terapéutico con vistas a que se pudieran reintegrar a la sociedad.


Pero cuando se trata de locura, todos estamos afectados por la irracionalidad, en un grado o en otro. Por ejemplo, tenemos a las gentes que “creen” que la magia existe como un conocimiento y poder oculto que es capaz de actuar e influenciar a las personas y a los acontecimientos; otros, “creen” en la existencia de seres espirituales que rigen y controlan el mundo; hay quienes rigen sus acciones según los horóscopos y las posiciones de los planetas; otros tienen amuletos de la buena suerte u objetos entrañables a los que les asignan cualidades extraordinarias. ¿Dónde está el límite de la locura? Aparentemente la locura se define en no poder conciliar éstas y otras ideas irracionales semejantes con la realidad. No encerramos en manicomios a los que creen en los ángeles o en dioses, en la cábala judía o en la magia negra o en la magia blanca; tampoco aislamos a quienes dicen que son intérpretes de una voluntad divina, ni a los médiums que sostienen pueden contactar a los espíritus del “más allá”, siempre y cuando sus ideas y creencias les permitan operar dentro de los lineamientos sociales. En la vida se nos permite una cuota de locura.

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