Por cuarta ocasión consecutiva, las elecciones intermedias renuevan el panorama político, conformando lo que parece una buena costumbre de la ciudadanía local. Desde 1995 y sin fallar una, el terreno muy parejo con que empezaban los ejecutivos estatales se altera en el entreacto político y, en lugar de recibir en las urnas la confirmación ciudadana de la que asumen una gran administración, la fría realidad les da en la cara y hace despertar de sus ensueños. Ahora, hay que considerar que esto que “los votos cuenten y se cuenten” no es tradición ancestral local sino todo lo contrario, pues fue precisamente en esa elección que los conceptos de legalidad y transparencia empezaron a ser de uso común, pues todavía en 1992 aunque el ex gobernador Otto Granados prácticamente no tuvo competencia efectiva salvo un PAN adocenado, a la hora de recuento exigió se le copetearan unos votos de más con el fin de verse más avasallante.
Como sea, el pasado domingo la precaria hegemonía que el PRI presumía tener sobre el estado se vio resquebrajada, dando paso a una situación en que se fortalecen políticos opositores y antiguos aliados quedan en situación de vender cara su alianza. En principio, aunque en la propaganda se presumía un estado “100 por ciento priísta” sólo una obra maestra de ingeniería electoral había logrado que una primera minoría que apenas rebasaba el 30 por ciento de la votación deviniera en aplastante mayoría en el 2010, obteniendo todas las alcaldías y casi la totalidad del Congreso, aunque en el camino el gobernador y su partido hubieran perdido la elección estatal, por goliza en el caso de la capital, sólo rescatado por la sumatoria de los partidos aliados: Panal y Verde.
El reto de reafirmarse en las elecciones intermedias implicaba al PRI una serie de condiciones que indefectiblemente no se fueron cumpliendo, empezando por una administración estatal a la medida de las expectativas. Ahora, Luis Armando había dejado la partida muy simple, al caracterizarse su gobierno por una mezcla de frivolidad, corrupción y tintes de autoritarismo, la percepción que Lozano de la Torre “sí sabía cómo hacerlo” fue la principal motivación para su elección; empero la “experiencia”adquirida en los 80 se pretendió fuera válida en el 2010 y sin importar que el escenario económico nacional e internacional fuera ya radicalmente distinto, se apostó el éxito del gobierno en una nueva industrialización de Aguascalientes. Esto no ha funcionado y aunque la nueva planta de Nissan se presume como el gran logro y prueba de validez de la propuesta, lo cierto es que los 2 mil empleos que generará no representan más que la sexta parte del requerimiento anual de nuevos empleos ¿y de dónde saldrán los otros 10 mil? Mientras la tasa de desempleo local consistentemente se ha ubicado por arriba de la media nacional y la prosperidad no ha llegado y sobre todo el pequeño empresariado, gran generador de empleos, se muestra más escéptico con el nuevo gobierno.
Si la nueva administración no hizo su parte, su partido mucho menos. 12 años en la oposición habían logrado mermar su “capital político” tanto su presencia en las clases medias ligadas al trabajo en la administración pública, que se habían hecho panistas por supervivencia, como entre las bases despenseras acostumbradas a votar por quien pagara. Para enfrentar este reto, la opción ilógica fue un PRI disminuido, donde toda “expresión” no expresamente subordinada al nuevo Ejecutivo estatal fue hecha a un lado; apostando más a la exclusión que a la inclusión, diversas “tribus” priístas se vieron fuera de la dinámica de campaña no dejándoles más alternativas que o ser espectadores o francamente hacer labor de zapa. Llama la atención, por ejemplo, que el grupo ligado a la alcaldesa trabajó para lograr el triunfo de sus candidatos a diputados, pero no para la alcaldía, por lo que ya empiezan a trascender los augurios de nuevos ajustes de cuentas. Y si a este PRI disminuido se le impone un muy cuestionable candidato, en teoría “grande” que debiera arrastrar a los pequeños, quedó armada la bomba política que estalló hace una semana.
El segundo trienio bajo nuevas condiciones marcó diferencias en las pasadas administraciones estatales: Otto y Felipe González debieron echar mano izquierda y recomponer alianzas y ceder espacios, logrando una cohabitación pacífica con los opositores, tan exitosa en el caso de Felipe como para entregar el mando a un candidato de su partido (las malas lenguas dicen lo mismo de Otto); por su parte Luis Armando ni siquiera intentó administrar el declive y ya en caída libre, quiso aterrizar en blandito con la victoria del PRI, jugada que le ha salido bien, hasta ahora. Las habilidades políticas no son el fuerte de Lozano, lo suyo es mandar y que le obedezcan como político de jurásico priísta, condición empeorada por la gerontocracia de la que se ha rodeado; gobernar en un ambiente no favorable le será en consecuencia complicado, siendo su lógica primera opción la cooptación, pudiendo con dinero ampliamente repartido reconstruir su mayoría en el Congreso; más complicada será la situación con los ayuntamientos, pues los tres mayores quedan en manos de la oposición real, donde habría que recordar que si no pudo entenderse con Lorena Martínez, que en teoría era de su partido, más difícil le será con los nuevos. Como sea, serán tiempos interesantes para vivir.