El mexicano vive con normalidad entre pensamientos angustiantes y pensamientos violentos. La angustia le viene desde arriba, la violencia desde abajo. Pero, no se asuste estimado lector y próximo adoptante, el funcionamiento cotidiano del mexicano es normal y se desenvuelve sin problemas en los distintos círculos sociales en los que se tiene que mover: casa, escuela, trabajo. La sensación de angustia proviene de la creencia de que su vida o el mundo va a llegar a su fin en cualquier momento, por la ira de Dios o por las inclemencias del tiempo. El primer acto que realizan los mexicanos cada día es agradecer a Dios por amanecer vivos de nuevo, para los mexicanos la posibilidad de una muerte súbita mientras se duerme es bastante real, pues Dios dispone, de ahí las plegarias diarias, casi entre lágrimas, apenas se acaban de despertar; lo que los mexicanos hacen a continuación, en cuanto puedan realizarlo, es voltear a ver el cielo para tomarle la temperatura a la posibilidad de una catástrofe climática o una apocalipsis divina, ¿tsunami o diluvio bíblico?, ¿calor o lluvia de fuego?, ¿tornado o dedo de Dios?, ¿ángeles y demonios o meteoritos y ovnis?, ¿sí o no?; aunque durante el transcurso del día los mexicanos por lo general saludan a su congéneres con un positivo “hola” o un “buenos días”, siempre acompañan el saludo con un expectante, fatalista y catastrófico “¿qué pasa?”, un “¿cómo estás?” o un “¿todo bien?”, como si las respuestas no fueran a ser siempre las mismas: “nada”, “bien”, “sí” –por supuesto, los mexicanos aman cuando una que otra vez las respuestas escuchadas son negativas, pues por fin se cumplen sus expectativas de mal agüero y por fin pueden pronunciar frases que les llenan la boca, “ya ves”, “lo sabía”–. La sensación de violencia le proviene al mexicano de todo lo que lo rodea: personas, animales, cosas; en casa trae pleito con el cónyuge por el chivo o los ronquidos, con los hijos, especialmente si son adolescentes, por no comportarse como los adultos que todavía no son, con el perro por meón, con el perico por hocicón, con la puerta que rechina, con la llave que gotea, con el color de la cocina; fuera de casa, trae pleito con la vecina chancluda por cualquier cosa, literalmente con todos los conductores que osen cruzarse en su camino, con el despachador de la gasolinera, como si él estableciera los precios, con cada semáforo, como si conspiraran personalmente en su contra, con los amigos de la escuela o con los colegas del trabajo por las plumas o los clips, al parecer, los bienes más preciados y los activos de mayor valor de cualquier oficina.
Para paliar y administrar estas sensaciones, los mexicanos se enfrascan en conductas absurdas que les proporcionan cierto alivio. Algunos realizan rigurosa y repetitivamente revisiones de las llaves y cerraduras de las puertas de acceso a la casa y de estufa o boiler, hasta descomponerlas y generar, ahora sí, un peligro real; otros tienen vocación de trapo y aspiradora y libran a diario una batalla a muerte contra el polvo, los gérmenes y, uy, las enfermedades; otros fueron jefes de almacén en alguna vida pasada y reordenan, reorganizan, recatalogan, redistribuyen y reagrupan, todos los días o nada más cada domingo, el refrigerador, la alacena, los cajones, los clósets, etcétera, a veces la secuencia por colores los satisface, a veces por tamaños, a veces ninguna; otros forman largas y vastas colecciones de culpas y dolores ajenos y cargan con ellos con estoicismo preocupón y con la seguridad de que la posteridad se los reconocerá; otros, los más peligrosos, como primer y último acto de cada día, mascullan oraciones mientras visualizan imágenes de violencia mística.
Si entre su planes próximos está adoptar un mexicano, siga los siguientes pasos. La técnica aquí consistirá en sustituir esas obsesiones chafas por otras de corte racional, las matemáticas son un buen comienzo, el ideal es llegar a la filosofía.
Primer paso: obligue a su mexicano a que siempre cuente cuántas veces mastica cada bocado de comida y que lo haga siguiendo de manera estricta una secuencia determinada, números primos, múltiplos de 7 o 9 en orden ascendente o descendente, etcétera.
Segundo paso: obligue a su mexicano a contar todos sus pasos, deberá llevar una bitácora detallada y precisa, que habrá de pasar en limpio a la computadora, para generar gráficos con diversas comparativas, con el fin de descubrir patrones y optimizar su caminar por la vida.
Tercer paso: obligue a su mexicano a pensar y traducir todos sus usos lingüísticos a lenguaje binario, el día que su mexicano empiece a hablar sólo con ceros y unos, habrá logrado su objetivo, estará curado de las obsesiones típicas que afectan a todo mexicano.
Preguntas frecuentes: ¿El mexicano es obsesivo? Sí. ¿El mexicano es persistente? No. ¿El mexicano es reincidente? Depende.