En cada casa mexicana, sin excepción, hay un objeto extraño, amorfo, fétido, dudoso, nauseabundo, impío, viciado, ininteligible, turbio, corrupto, ilícito e inmundo que los mexicanos llaman “el trapo”. Desde el punto de vista de la astronomía, bien podría tratarse de algún tipo de materia interestelar. Es una mezcla sui géneris de materia y energía que emana y también absorbe partículas y ondas. Su campo magnético es innegable. No es un objeto en sí mismo, es un medio, pone en contacto a los objetos que lo rodean, sin importar su disparidad o disidencia semántica. Por ejemplo, un zapato y una cuchara se relacionan, se tocan, a través del trapo.
Desde el punto de vista de la física, es un sólido, ya que el entrelazamiento de sus átomos presenta una estructura definida. Aunque su cuerpo es claramente amorfo, tiene límites más o menos bien demarcados, sólo que es de naturaleza cambiante, lo que rebasa los marcos conceptuales actuales y lleva a confusiones tanto de percepción como de explicación. El trapo también es un líquido, su estructura se puede volver fluida y puede adaptarse a cualquier recipiente que la contenga; es un gas, puede liberar sus moléculas en el espacio y distribuirse por toda la cocina y más allá; es un plasma, pues puede comportarse de maneras impredecibles ante la influencia de un campo electromagnético –si no me cree, lo invito a hacer una prueba casera–. El trapo presenta movimiento cuántico, es decir, sólo se desplaza cuando no es observado.
Desde el punto de vista de la biología, el trapo se comporta como un protozoario, pues se le encuentra casi siempre en ambientes húmedos, aunque se han encontrado trapos sin presencia alguna de agua, olvidados, arrugados y hechos bolita en el rincón de alguna alacena o gaveta, pero que cobran vida de manera instantánea tan pronto entran en contacto con el elemento acuoso. Se reproducen asexualmente, por bipartición, y se tiene la sospecha de que es un ser vivo, aunque se carece de datos científicos al respecto, pues ningún biólogo serio se ha puesto a probar o a refutar estas sospechas.
Desde el punto de vista de la metafísica, es a un mismo tiempo ser y no-ser, esencia y existencia, idea y realidad, permanencia y cambio, causa y fin. En buena medida, y sin exagerar, podríamos afirmar que el trapo es una síntesis de los problemas que la filosofía occidental, en más de 2 mil 500 años, no ha podido o no ha querido resolver –si los filósofos dieran respuesta a semejantes aporías, ¿qué harían luego?, ¿dar clases?–. Por último, desde el punto de vista de la religión, el trapo es un ángel caído, un demonio provocador de diversos males, una entidad maléfica que existe nada más para joder el plan perfecto del dios absolutamente bueno y todopoderoso, un perturbador y atormentador menor, chiquito pero chingaquedito, capitán cruel de las legiones infernales del fregadero.
Si entre su planes próximos está adoptar un mexicano, siga los siguientes pasos. Por razones que escapan a mi entendimiento, las madres mexicanas consideran que obligar a su hijos a realizar labores domésticas es bueno para su carácter y futuro. Por favor no se atreva a contradecir semejante plan de educación y formación, por el contrario, continúelo y refuércelo.
Primer paso: el día que su mexicano recién adoptado llegue a su casa, hágale un regalo. Para calentar el corazón y darle la bienvenida a alguien, nada como una sorpresa con una bella envoltura y un moño coquetón. Puede ser que al romper el envoltorio brillante y abrir la caja, su mexicano se sorprenda y ponga cara de póquer, pero con el tiempo aprenderá el valor de haber recibido un trapo nuevo y limpio de sus nuevos padres adoptivos.
Segundo paso: como señalamos arriba, haga lo que hacen las madres mexicanas, convenza a su adoptado de que pasar el trapo, de manera insistente y a toda hora, por diversas superficies es parte de su preparación para el futuro. Hoy en día a este tipo de acciones se les llama pomposamente “estimulación temprana”, pero las mamás mexicanas saben por experiencia probada y comprobada que obligar a su polluelos a pasar el trapo por todos lados, y casi arrastrarse con él, los convertirá en personas triunfadoras, virtuosas y excelsas.
Tercer paso: tan pronto como su mexicano reciba su flamante trapo, es necesario que lo bautice con el nombre de su preferencia. Es preciso que le haga saber que debe cuidar a su trapo como si se tratara de una mascota, como si fuese un ser vivo, porque casi lo es: hay que pasearlo, por el suelo, claro; hay que bañarlo, con cloro y pinol abundantes; hay que tallarlo bien, contra todos los resquicios de la casa; hay que peinarlo, con las paredes de textura rugosa; hay que amarlo, con mimos de agua, palabras de aliento y, justamente, baños de sol.
Preguntas frecuentes: ¿El mexicano es trapero? Sí. ¿El mexicano es trapense? No. ¿El mexicano es trapeador? Depende.