Al escucharlo me sentí como si fuera yo mojado y anduviera por la main en McAllen, allá viendo a los políticos-empresarios que ocupan cargos públicos porque tienen para pagar las campañas. Me sentí defraudado por el precursor del programa oportunidades —hoy tan vitoreado— y del seguro popular que queramos o no fue una aportación significativa a la pobreza estructural que vive el país. Me sentí más mal de cuando se “echó a perder” el día en que decidió casarse con Marthita o cuando pronunció a Jorge Luis Borgues (Borges) en aquella reunión en la Real Academia de la Lengua en España. No se diga cuando le dijo a Castro: ¡Comes y te vas! Ante la sumisión norteamericana.
Esa serie de pifias de un presidente —en su momento— fueron todas ciertamente en un contexto político. Era el presidente y se expresaba a su manera. Era obvia su poca preparación diplomática pero de todos modos esa simpleza no a todos les caía mal. Es más, incluso cuando comenzó todo este tema de la legalización de la droga, que se incentivó por las elecciones americanas el año pasado, Fox asumió nuevamente un papel de defensor de la legalización de las drogas y dio algunos motivos. Todos supusimos que era otra pifia más ahora como ex presidente. Pero no. El tema es como siempre, la vulgaridad del dinero.
Resulta que en estos días, el flamante ex presidente de las botas de charol, afirmó que si la droga se legalizara en México, él podría ser productor, “yo soy agricultor” dijo, y podría dedicarme a esa industria una vez legal. “Eso le quitaría millones al narcotráfico” afirmó. Entonces el asunto es el dinero: quitarle millones al narcotráfico para dárselos a los productores como el agricultor Vicente Fox.
Aunque ya hemos abordado el tema en este predio, quiero comentar que por declaraciones como ésta, muchos activistas que se encuentran previniendo las adicciones, creando factores de protección (dícese de actividades, acciones o programas que protegen a la sociedad del riesgo de caer en las adicciones) ven caer años de trabajo en la materia de la prevención. Éste es el problema de que la palestra, el micrófono y la atención de los medios tenga los focos puestos en personajes que desconocen —porque sin duda no han estudiado el fenómeno— el daño que las adicciones le generan a la sociedad.
En América Latina y el Caribe, la Oficina de las Naciones Unidas para el Delito y el consumo de drogas, afirma que el incremento de la violencia y la inseguridad están estrechamente ligados a diversos fenómenos como la pobreza, la falta de educación y empleo, y por supuesto el consumo de drogas. Así mismo, según datos de Inegi de 2012, las empresas perdieron hasta 115 mil millones de pesos por delitos, asaltos y delincuencia, todos ellos relacionados en demasía con el consumo de enervantes. El 35 por ciento de los negocios sufrieron de asaltos y robos, y cada delito costó según este estudio, cerca de 57 mil pesos.
El costo de la legalización está por encima de la supuesta ganancia: si se legaliza la mariguana, se supone que los narcotraficantes tendrán que pagar impuestos por ello. También se supone que el consumo bajará, resulta que hoy hay muchos consumidores “porque lo prohibido se antoja más”, también se supone que bajarían los delitos por robos con arma blanca y la delincuencia en las calles, puesto que ya no tendrían que robar, sino llegar a su tienda preferida por la droga.
Pero el costo va más allá: con las adicciones —digo los que hemos tenido un alcohólico en casa lo saben— se destruye la economía familiar, tenga o no tenga dinero, el adicto requiere su dosis. Además, se destruye la comunicación familiar, incrementa la delincuencia callejera y los asaltos. Con la mariguana incrementan los homicidios —le recuerdo que esta semana un joven mató a sus padres y luego se suicidó— incrementan los suicidios. Entonces el gobierno tendría que gastar más en salud pública para atender a los mariguanos, tendría que gastar más en publicidad para prevenir el suicidio y la delincuencia, más en policías y patrullas, en fin. El costo económico sería mayor porque en lugar de destinarle los impuestos a la educación y a la salud —de por sí precarias ambas— habría que destinarlo al tratamiento y la rehabilitación.
Según la Organización Mundial de la Salud, las adicciones se definen como “el estado síquico y a veces físico causado por la interacción de un organismo vivo y un fármaco o droga, que modifica el comportamiento del individuo que las consume”, muchas veces con daños irreversibles. Además, según este organismo y el Instituto Nacional de Siquiatría, los consumidores de mariguana padecen con el tiempo problemas de memoria, de aprendizaje (digo pensando en que los clientes puedan ser niños, adolescentes y jóvenes), distorsionan la realidad, tienen pérdida de la coordinación motriz, sufren de ataques de pánico y daños irreversibles en el sistema nervioso central.
No se justifica ni “pa’ las reumas” que legalicen la mariguana. Con la legalización del alcohol, ni se redujo el consumo, ni se hicieron decentes los que lo vendían. Con la mariguana pasará lo mismo.
Nos preocupa a quienes nos hemos dedicado a las adicciones y las hemos visto de cerca con todo y sus consecuencias, que sólo porque otros países —Fox se refirió a que nos estamos quedando atrás a nivel mundial— están legalizando la hierba, se pueda pensar que ésa es una salida, para la economía. Todos los días según el sector salud mueren 60 personas por cuestiones relacionadas al tabaquismo. ¿Todavía queremos más? En materia de derechos humanos, el artículo 4 constitucional nos reconoce un derecho de protección a nuestra salud, si ya se saben los daños de las drogas, ¿Por qué le siguen buscando tres pies al gato?