En la década de los 70, en medio de una crisis en la producción de vid derivada de la caída de los mantos freáticos, unos agricultores intentaron diversificar su producción apostando por la siembra de durazno, mismo que requiere menos agua. Lo malo fue que no consideraron completamente el ambiente local y en el primer invierno las heladas amenazaron con “quemar” los brotes, por lo que debieron usar en las noches quemadores de diesel, que logran elevar unos grados la temperatura pero cuyos humos se acumulaban por efecto del frío. De esta manera, durante varias semanas la ciudad amaneció cubierta de una acre capa de smog que producía picazón en vías respiratorias y empeoramiento de infecciones respiratorias en niño y ancianos. Ante el hecho, un grupo de profesionistas, quizá sensibilizados por la problemática del DF que vivía sus peores episodios de contaminación, iniciaron un movimiento en contra del uso de quemadores, acudiendo a medios de comunicación a presentar su campaña pidiendo a la población se uniera. Si bien en esos años no existían ni dependencias dedicadas al tema ni una reglamentación al respecto, la respuesta de la sociedad fue mayoritariamente positiva por lo que finalmente los agricultores desecharon el uso de quemadores y en consecuencia abandonaron el cultivo de duraznos. Fue ésta la primera aparición en la escena local del movimiento ambiental y fue triunfante.
En los 80, a consecuencia de la construcción de la planta nuclear de Laguna Verde, el ambientalismo empieza a tener una mayor presencia en México y por primera vez el gobierno federal reconoce el tema y se constituye una dependencia dedicada a ello, empero no llega a producir ningún resultado significativo. En lo que respecta a Aguascalientes, personal reubicado por el Inegi de forma incidental localiza restos fósiles en el curso del arroyo del Cedazo, entonces vertedero de drenajes, iniciando una campaña por su limpieza y el rescate “del patrimonio paleontológico” empero por el bajo perfil de la misma y la pobre relevancia que se daba al tema, pasa desapercibida y sólo años después por promoción de la UAA se logra recuperar la cuenca en el parque respectivo.
Si bien en la campaña de Cuauhtémoc Cárdenas en 1988 ya participan integrantes de la Alianza Ecologista, antecedente del Partido Verde, el tema en Aguascalientes no parece ser de suficiente interés para aglutinar y organizar a la sociedad y es hasta ya entrados los 90 cuando aparecen las primeras OSC ambientalistas, aunque su historial es poco edificante, casi tanto como la de la sucursal del Partido Verde.
En principio habría que señalar que el tema ambiental es complicado, bastante más que repetir consignas o presumir ciertas conductas; la Ecología, ciencia que lo estudia cada vez hace más complejos sus modelos analíticos y si bien en un principio se consideró una rama de la Biología actualmente incorpora lo mismo a la Economía que a la Física. Aunque ello no implica que para ser “ambientalista” haya que ostentar un Ph D, sí debiera ser necesario un mayor nivel de análisis puntual y la valoración de “opiniones expertas” en la materia. Por ejemplo, en la que fue la primera batalla ecologista del estado contra la instalación de una planta de semiconductores en plena mancha urbana, decisión autoritaria del ex gobernador Granados en contra incluso de sus propios planes de desarrollo urbano, la argumentación en contra se agota en este punto y aunque se mencionan los “riesgos” por los desechos, no se apela al estudio de la “manifestación de impacto ambiental”, documento oficial que aclararía definitivamente este punto. Finalmente, la creación de empleos es el argumento que inclina la balanza a favor y los eventuales riesgos a la salud no son considerados relevantes por la sociedad en general que apoya al proyecto.
Usando las OSC como principal argumento el “porque lo digo yo”, se soslaya la real situación ambiental de Aguascalientes, que sintetizada se expresaría en: alta concentración de población en una limitada extensión territorial, una decreciente o nula disponibilidad de recursos naturales, empezando por agua, compitiendo por estas actividades productivas de alto impacto y escasa compatibilidad: una planta industrial relativamente grande y poco amigable con el medio, una agricultura intensiva y consumidora de agua y agroquímicos, todo al lado de una mancha urbana creciente y poco planificada; el colofón de este reto a la sustentabilidad es un gobierno que prefiere ignorar esta situación y en consecuencia no enfrentarla.
Ante esta situación limítrofe, las OSC optan o por la irrelevancia de campañas puntuales simbólicas o, peor, el cinismo de la venta de “certificados de buena conducta ambiental”. La campaña en defensa de La Pona o, en otro nivel, contra los transgénicos de Greenpeace, mantienen ocupados y contentos a sus integrantes pero ningún impacto generarán en los reales problemas del Estado; empero éstos al menos intentan actuar. Peor aún es el juego de OSC como “Conciencia ecológica”, quien ha constituido su modus vivendi en la validación ciudadana de la inacción gubernamental en la materia, así no importa que la propuesta sea irrelevante y de nulo impacto, siempre se podrá apelar a la estrellita en la frente ambientalista. Mientras cada año nos seguiremos quejando del incremento de la temperatura, la ausencia de lluvias y la aparición de nuevas patologías y nadie nos señalará que todo es parte del mismo problema que nadie está atacando.