Es absurdo que un pueblo cifre sus esperanzas de redención y ventura en formas de gobierno que desconoce.
Emilia Pardo Bazán
Hace un par de meses recibí la llamada telefónica de una compañía que se dedica a hacer encuestas a los ciudadanos y acepté contestar pensando que mi opinión podría servir de algo. Después de unas cuantas preguntas alusivas a mis preferencias políticas, me pidieron que calificara una serie de posibles frases de campaña. Todas eran similares en la mediocridad de su mensaje y ninguna me parecía lo suficientemente inteligente como para cautivar a los electores, así que las califiqué bastante mal, la señorita se sintió algo decepcionada con mis respuestas, pero no podía darle otras. Desde entonces, las campañas y su gasto empezaban a dejarse notar.
Ahora ya las tenemos aquí, las campañas políticas llegaron de nuevo y como ya es costumbre vienen pisando fuerte, con todas las estrategias de mercadotecnia en acción. Han empezado invadiendo otra vez nuestras vidas sin piedad. Recibimos mensajes telefónicos de desconocidos aspirantes a diputados que, con voz fría y distante, leen una parrafada a la que nadie presta atención porque normalmente colgamos el teléfono antes de que terminen. Por otra parte, el paisaje urbano se ha llenado de enormes espectaculares con candidatos sonrientes, a los que el excesivo Photoshop los ha vuelto jóvenes eternos, sin arrugas ni defecto alguno. Las redes sociales también han sido tomadas por los partidos y, dado que en las pasadas elecciones, las casas encuestadoras perdieron la credibilidad, ahora miden su popularidad por el número de “likes” que reciben en Facebook o la cantidad de seguidores en Twitter.
Las promesas son las mismas de siempre, ellos sí que harán todo aquello que ningún antecesor ha logrado hasta ahora. Son ofrecimientos de una forma de gobierno ideal que parece que nadie ha podido cumplir y que nunca acaba de llegar. Son propuestas que tal vez nunca podrán cumplir puesto que en muchos casos la solución no dependerá de ellos. Pero el pueblo sigue creyendo y cifrando sus esperanzas en las promesas de los nuevos candidatos que aparecen en todos y cada uno de los constantes periodos de elecciones. Sin embargo, creo que ha llegado el tiempo en el que deben revisar sus planes de campaña, porque cada vez hay mayor desencanto e indiferencia ante unas propuestas sin creatividad ni lógica y en muchas ocasiones, absurdas.
Por otra parte, los candidatos son también el tema de cualquier reunión social y en ellas se habla de sus vidas y de sus obras, de lo que es verdad y de lo que sólo es un chisme inventado para destruirlos moralmente. Lo cierto es que como nunca, la vida privada del aspirante a gobernar, se vuelve una referencia para optar por uno u otro; todo ello ocurre porque al haberse diluido los principios que caracterizaban a cada partido y la facilidad con la que los candidatos cambian de camiseta, lo único que le queda al ciudadano de a pie es fijarse en cómo gobiernan su vida personal para poder imaginar cómo se comportarán una vez que estén en el poder. Algo así como decía Confuncio: ¿Uno que no sepa gobernarse a sí mismo, cómo sabrá gobernar a los demás? por tanto, si hay un consejo que les vendría muy bien a los candidatos es el de cuidar su imagen y su proceder mucho antes de postularse.
Otro consejo que los candidatos deberían seguir y que, a pesar de su antigüedad sigue estando vigente, es el que le da Don Quijote a Sancho Panza antes de irse a gobernar la Ínsula Barataria : “(…) has de poner los ojos en quien eres, procurando conocerte a ti mismo, que es el más difícil conocimiento que puede imaginarse. Del conocerte saldrá el no hincharte, como la rana que quiso igualarse con el buey”.
Los partidos políticos tienen mucha responsabilidad en el hecho de que los votantes se fijen más en la vida personal del candidato que en los colores que representan. La razones son los constantes pleitos y luchas internas por el poder, que afectan la imagen y los postulados que defienden, ocasionando un gran desprestigio al partido y decepción a los electores. Esta situación tiene su parte positiva porque vendría siendo un antecedente de lo que algún día puede llegar a convertirse en una realidad, y es el surgimiento de candidaturas ciudadanas en nuestro país. Creo que hay gente buena y capaz que sin duda haría un buen papel como gobernando. Aquí aplicaría lo que decía Aristóteles: “Un estado es gobernado mejor por un hombre bueno que por unas buenas leyes”.
La verdad es que resulta un poco ofensivo todo este despliegue de propaganda, pero sobre todo el gasto que supone para los ciudadanos que son quienes lo pagan con sus impuestos; por lo que es inevitable reflexionar sobre cuántas cosas podrían hacerse si cada candidato destinara este dinero para educación, salud o vivienda. Sería como cumplir esas promesas a priori y con obras concretas. Los candidatos resultarían más creíbles y los electores escucharían sus propuestas con interés y agradecimiento. Me encantaría que las campañas fueran así, a pesar de lo ideal que suena. Hay una frase de Alberto Moravia que también invita a la reflexión: “Curiosamente, los votantes no se sienten responsables de los fracasos del gobierno que han votado”.
Twitter: @petrallamas