Will & Grace
A finales de la década de los noventa y hasta el 2006 se transmitió la serie Will & Grace, comedia sobre la relación de amistad entre un abogado homosexual y su mejor amiga, a ese dúo se unían constantemente Jack McFarland y Karen Walker, personajes disparatados como pocos. Mucho es lo que se puede decir sobre la serie, pero no es mi tema, me pasa que cuando pienso en ese programa, me da por recordar el acoso mediático que sufría el actor Sean Hayes (Jack) por la hilarante interpretación que hacía de una loca, era tan bueno, lo hacía con tanto genio, que constantemente los reporteros de espectáculos insultaban su actuación preguntándole si era o no gay.
Erick McCormack, quien interpretaba a Will, también fue cuestionado por la prensa acerca de sus preferencias sexuales, él sí cedió a la presión y en más de una entrevista se declaró heterosexual; no recuerdo que Hayes lo haya hecho, es más, tengo la certeza de haber leído una entrevista en que se negaba a validar las preguntas sobre si prefería acostarse con hombres o mujeres porque no se relacionaba con su actuación.
Quizá esté inventando, no lo sé, el gesto es acerca de lo que quiero hablar, es la declaración acerca de lo que importa y no, prefiero recordar a Sean Hayes señalando lo irrelevante que era con quién se acostaba en relación con su actuación, a visualizar a un poco gracioso McCormack subrayando sus dotes actorales porque su preferencia sexual era contraria a la de su personaje.
Hipócritas
Me cuesta trabajo abanderar la tolerancia como valor supremo, siempre creo que quien la presume y exige, en el fondo, comienza por señalar una diferencia con el otro, que está siendo hipócrita, quizá por eso “Respetar las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias” está en el cuarto lugar de las acepciones, mientras que las primeras definiciones del diccionario hablan de sufrir, llevar con paciencia, resistir, permitir algo que no se tiene por lícito sin aprobarlo y hasta soportar.
Es decir, lo soporto pero no lo apruebo, eso es lo que refleja la actitud ignorante con que los reporteros preguntaban sobre su sexualidad Hayes, lo que querían escuchar, para calmar su aflicción, era una respuesta como la de McCormack, para así poder decir, qué buen actor es, interpretando a un maricón sin serlo. Y todos tranquilos.
En estos tiempos de corrección política y buenpedismo, debemos ser tolerantes, la convivencia nos obliga, lo que está de moda es demostrar que estamos de acuerdo con los que no son iguales a nosotros, pero como ésa no es una convicción que nazca del conocimiento, es una imposición a la que nos obligamos para coincidir, para no ser señalados. Máscara que se cae a la primera provocación, en la plaza pública y ante el micrófono nos reservamos, hablamos de igualdad y derechos, en la conversación en corto, nos hacen felices los chistes sobre jotos, hay cierta alegría insana cuando se puede referenciar a una figura pública como maricón.
En marzo pasado, la Suprema Corte de Justicia decidió que utilizar los insultos “puñal” y “maricón” está prohibido, que su uso va más allá de la libertad de expresión y que son manifestaciones discriminatorias… y todos tan contentos, vaya, hasta que apareció la “policía del lenguaje”, como los llamó Enrique Serna en un artículo, con quien coincido cuando señala que “nos guste o no, el lenguaje homofóbico estará vigente mientras haya gente que odie o tema a los homosexuales. Ese odio se puede extirpar, quizá, con largas campañas educativas, no con la imposible prohibición de injurias hondamente arraigadas en el vocabulario popular. Hay muchos otros denuestos que también discriminan a grupos sociales respetables: ruco, tira, naco, panzón, enano. ¿Emitirán un fallo para condenarlos?”.
Una vez establecido que la tolerancia me da grima, puedo decir que si hay algo que no tolero es la estupidez, que me parece el verdadero origen de los actos discriminatorios. ¿A qué lo anterior?, a la demanda en contra del locutor que todos los días insulta a la gente, no sólo por sus preferencias sexuales, sino porque cree que el micrófono le da el derecho de abusar de la ignorancia de los otros. Lo que lamentablemente va a ocurrir, es que en su defensa se arropará en la “libertad de expresión”, cobija que los estúpidos jalan más allá de su definición para permitirse la falta de argumentos. Es una pena que no se pueda demandar a alguien por imbécil.
For Oscar Wilde posing as a sodomite
El creador de las reglas del boxeo moderno, John Sholto Douglas, marqués de Queensberry, era además, padre de Alfred Douglas, amante de Oscar Wilde y quien lo empujó a la ruina al pedirle que enfrentara a su padre en juicio. Una tarde de 1895, el marqués dejó en el club una tarjeta para el autor de El retrato de Dorian Gray en la que escribió “Para Oscar Wilde, quien presume de sodomita”.
Quién sabe cuáles serían las razones por las que Wilde decidió mentir acerca de su conducta sexual, enfrentar al marqués en un juicio y demandarlo por difamación –para mí lo único que lo explica es la pasión por complacer a Bosie, como llamaban a Alfred Douglas–, todo sale mal. Como cuenta José Emilio Pacheco en el prólogo de Epistola: in carcere et vinculis (“De Profundis): Queensberry exige que pague los costos del juicio, Wilde tiene que declararse en quiebra, su esposa e hijo huyen, “sus obras son retiradas de los teatros, aun en Broadway, donde se representaba An ideal husband. Sus libros desaparecen de la circulación. La prensa organiza una implacable campaña de odio. Inglaterra entera se lanza contra el hombre al que ayer había aplaudido. No sólo es juzgado por sus actos: también por sus escritos, sus opiniones, su frecuentación de personas de otras clases sociales”.
Oscar Wilde muere de meningitis, el 30 de noviembre, en París; después de la experiencia de la cárcel y la ruina, todavía pudo escribir dos textos maravillosos: The ballad of the Reading Gaol y la extensísima carta a Alfred Douglas que se conoce como De profundis; esta misiva, conmovedora, por decir lo menos, comienza así:
“Querido Bosie:
“Tras larga y vana espera, me decido a escribirte por tu bien y por el mío. Me desagrada pensar que he pasado dos largos años de encarcelamiento sin recibir una línea tuya, ni siquiera noticias o al menos un recado, excepto aquéllos que me causaron dolor.
“Nuestra desdichada y lamentable amistad terminó para mí en la ruina y la infamia pública. Sin embargo el recuerdo de nuestro antiguo afecto me acompaña a menudo, y me resulta muy triste la idea de que odio, amargura y desprecio deban ocupar para siempre el sitio que en mi corazón perteneció una vez al amor. Y creo que tú también sentirás en tu corazón que sería mejor escribirme mientras yazgo en la soledad de la vida carcelaria…”.
Imposible no conmoverse ante estas líneas. Imposible también pensar en la restricción de la Suprema Corte, y la rebeldía necesaria para usar ciertas palabras que permitan aproximarse a una explicación de lo que la discriminación, el odio, la ignorancia, le hicieron a Wilde; difícil no relacionarlo con la imbecilidad de un locutor que concita al odio a través de su micrófono.
Coda
¿Oscar Wilde era homosexual?, no importa; Bosie, ese sí era un maricón de mierda.
@aldan