Para hablar propiamente del tema “cultura” partiré de la definición del mayor marxólogo del siglo XX, Georg Lukacs, quien en su Historia y conciencia de clase la refiere como “todo producto de la actividad humana”, idea emparentada con la tesis de “base económica y superestructura” pero que en su simplicidad permite el análisis de circunstancias históricas específicas. Así, es coherente reconocer que la pintura renacentista se dio gracias a los cambios sociales que determinaron el fin del feudalismo, o que la revolución industrial también masificó el consumo de literatura correspondiendo a Víctor Hugo y Charles Dickens ser los primeros creadores de best sellers. Siguiendo en esta lógica, las grandes convulsiones sociales también se reflejaron en los productos culturales: la guerra civil norteamericana y la revolución mexicana generaron sus formas culturales concretas, en la música, la plástica y la literatura. Específicamente en México en los últimos años vivimos un incremento de la violencia relacionada con el crimen organizado, en lo que se llamó “la guerra de Calderón”, que terminó generando su correlato cultural, aunque en este caso fue un reflejo magnificado por la especial interrelación de los creadores con el aparato oficial de promoción.
Intentemos para empezar cuantificar el “impacto” de la convulsión, pues si bien los números de muertos se modifican al gusto del narrador, los agregados estadísticos nos dan una perspectiva más objetiva: específicamente en tres años la tasa de homicidios se duplicó, de poco menos de 10 por 100 mil a más de 20. En lo que hace a la distribución geográfica del fenómeno, correspondió a unos pocos estados y de éstos a unos municipios la mayor concentración de hechos, por cada municipio que vivió intensamente la guerra en 50 no hubo mayor afectación que la mediática. Aunque los eventos existían fue la percepción lo que determina la apropiación y consecuente preocupación generalizada, no obstando que por ejemplo, el riesgo de morir en accidente de tránsito fuera el doble al de homicidio, aquél no existe en el imaginario popular.
Pero además del impacto real, estuvo la perspectiva opositora: Calderón llega con el voto de una exigua mayoría, más del 60 por ciento de los votantes no sufragaron por él y una fracción de éstos opta por no reconocerlo. La oposición a Calderón lleva al rechazo a lo que se percibe como su “guerra” y en ello poco importa que se asumiera la posición de los contendientes: el crimen organizado; si el Presidente es el mayor culpable consecuentemente las demás culpas se soslayan y pasan a segundo término. Ahora, un sector denodadamente opositor a la “guerra de Calderón” fue el de creadores culturales, quienes encuentran chic y a la moda salir a denostarla, no importando mucho que se hiciera sin mayor análisis, sin formular opciones o sin siquiera conocer el problema. Un ejemplo de esto lo marca la novela La voluntad y la fortuna de Carlos Fuentes, escrita al botepronto donde el escritor recicla sus lugares comunes usando una cabeza cercenada como narrador, pretendiendo pontificar a un México que ya ni conoce.
El aplauso de sus congéneres a cualquier obra que se apunte opositora deviene entonces en un estímulo poderoso, por ejemplo la “instalación” con cobijas ensangrentadas de Rosa María Robles es éxito masivo de crítica y descalificación a quienes se preguntan los “valores plásticos” de la propuesta, sospechosos de seguidores de Calderón y su guerra. El aparato oficial de promoción a la creación cultural hizo también su aportación, otorgando “puntos adicionales” a cualquier propuesta en que siguiera esa perspectiva: si denuncia a la guerra de Calderón es automáticamente mejor evaluada, pues nadie quiere ser tildado de represor y cómplice en la guerra.
Deviene así una situación win/win a la que pocos creadores escapan: si te asumes “opuesto a la guerra” no sólo obtienes el aplauso de crítica, sino tienes mayores posibilidades de obtener el premio o apoyo oficial para salir de pobre. El infierno, cinta financiada por Imcine y apología del narco, de escaso valor cinematográfico pero premiada y enviada, con dinero oficial, a todo festival es el peor ejemplo de esta “cultura subsidiada”; a otro nivel, en las últimas dos emisiones del premio de grabado “Posada” los ganadores fueron obras muy pobres, pero furibundas denuncias a la guerra calderoniana, recuerdo particularmente un “narcodólar” con la imagen del Chapo Guzmán; para mala suerte de los participantes que creyeron que la propuesta estética era lo importante para ser reconocido y premiado.
El más reciente episodio linda en lo patético, cuando a un poeta provinciano amateur, de ésos que pasan la vida tallereando entre afines mientras consiguen financiamiento para editar una plaqueta que circulará entre familiares, se vio remunerado con el medio millón de pesos del Premio Aguascalientes gracias a una obra de pobre lenguaje pero inflamadamente panfletaria dedicada a los acontecimientos de los últimos años en Ciudad Juárez, masacre de Salvarcar y muertas incluidas.
Pero lo bueno también acaba, el nombramiento de Tovar de Teresa en Conaculta, creador del sistema de estímulo asegura la continuidad del mismo, pero bajo otros parámetros: la beca y el premio ya no serán automáticas y, sobre todo la guerra al narco no será el gran tema; pues una prioridad del gobierno es eliminarla de la lista de preocupaciones generales. Lo siento por los vividores de la cultura, deberán pasar un largo periodo de aprendizaje para que entiendan cómo masca la iguana ahora y de donde vendrá la lana… suerte fellas.