Para La Maestra Pineda, mentora de vida
Por supuesto que el título del presente artículo alude a las y los profesores, y claro que es una paráfrasis de la inolvidable película protagonizada por un jovencísimo Sidney Poitier, Al Maestro con cariño (To Sir with Love, 1967) que muchos conocemos. Todos o por lo menos la gran mayoría, pasamos por las aulas y tuvimos profesoras y profesoras entrañables. Pero en esta ocasión el tema es menos idílico, pues como bien opinan Bellinghausen o Aguayo, entre otros, un dato clave para calibrar el deterioro de nuestro desdibujado modelo de convivencia social y política es la mala voluntad desatada desde muchos de los poderes (constituidos o fácticos) contra las y los profesores.
Porque hoy pareciera que profesoras y profesores, en especial los más pobres y disidentes, con muchas y justas reivindicaciones gremiales, son carne de cañón a la que se puede y se debe reprimir, ya que a los ojos de estos poderes factuales de una más que dudosa representatividad, ellas y ellos carecen de razón, prestigio o ascendiente social. Así, en ese discurso tan facilón como malintencionado, los profesores son por definición perezosos y revoltosos. No podemos dudar que efectivamente haya muchos así, como también los hay en otras ramas del quehacer humano: ingenieros, contadores o abogados, por ejemplo. Pero no pueden ser todos. Y si lo fuesen, que no lo son: ¿dónde queda la responsabilidad social, empezando por la del estado mexicano, que es quien administra y financia el sistema? recordemos que ya muchos años atrás los profesores también fueron blanco perfecto de las fuerzas más oscurantistas y retrogradas de la Revolución mexicana en la época cristera (hay abuelos que nos cuentan que los facciosos estuvieron a punto de desorejarlos cuando recién se estrenaban como maestros de pueblo, sólo por el hecho de serlo en una escuela pública, allá en los 20 y 30 del siglo pasado), que no dista mucho de las medidas de represión emprendidas hoy desde varios frentes contra ese gremio.
Pero lo cierto es que evidentemente un país como el nuestro, que no considera socialmente a sus maestros, tiene graves problemas. Así en sentido contrario, está más que diagnosticado que la clave de modelos educativos exitosos como el escandinavo (Suecia, Dinamarca, Noruega y señaladamente Finlandia, quien ocupa el primer lugar en el escalafón mundial de la calidad educativa según diferentes mediciones e indicadores), no tiene que ver con un festival de reformas constitucionales o con liderazgos sindicales corporativos, sino con la importancia de Estado que se concede a la formación de los candidatos a profesores. Y es que sólo los mejores estudiantes pueden aspirar a ser profesores; que acceden al puesto después de rigurosos exámenes de oposición que no cualquier titulado pasa. De modo que los profesores en esas sociedades y en otras, gozan de merecido prestigio y de enorme consideración social y profesional. Y sus salarios y prestaciones caminan a la par.
Acá parece que la enseñanza pública, gratuita, laica y de calidad estatuida por la Constitución en su artículo tercero, cada vez gusta menos a los poderes fácticos y no tanto, ya que puede ser atacada desde cualquier frente con total impunidad. Mucho se ha hablado de la reforma constitucional con que el gobierno federal en turno comenzó su festival de reformas “estructurales”. Al respecto, comparto la visión de otros juristas en el sentido de que nuestra Constitución ha sido recargada de temas que desde luego no deberían aparecer en ella, sino ser dejadas para la legislación secundaria. Sin duda la llamada “reforma educativa” es una de ellas, y por eso sólo desde el punto de vista de la técnica constitucional y legislativa la reforma es deficiente.
Luego, al estigmatizar la protesta y movilización contra dichas reformas, no se repara en que muchos de los profesores, como los militares por ejemplo, son gente del pueblo, personas en muchos casos de extracción humilde y en esa medida candidatos perfectos a migrantes o comerciantes informales que en cambio decidieron servir. No es poca cosa. La enseñanza pública les dio esa oportunidad de vida, y ahora ni las telenovelas de los soldados del presidente y sus herederos, ni las pésimas películas de televisa satanizando al gremio se los pueden quitar. Así, la guerra contra los profesores no es nueva, ni tampoco su resistencia.
Bienvenidas las reformas que ayuden a lograr una reconsideración social de la educación y de los profesores, en especial de la educación pública como valiosa y estratégica herramienta de movilidad social. A ver si de paso a alguien en algún momento se le ocurre proponer reformas educativas sustanciales que toque de lleno a la universidad pública, que muchas veces amparada en una pretendida autonomía mal entendida, es poco transparente y no rinde cuentas de su quehacer institucional.
En este último renglón hay mucho por hacer: estandarizar los métodos de selección y acceso de profesores y funcionarios, introducir la oposición y concursos de méritos públicos y abiertos para contratar a todo el personal y en especial a los profesores, depurar las plantillas, uniformar procedimientos, salarios, prestaciones y pensiones, eliminar farsantes sin vocación ni capacidades docentes, sin grados académicos y sin producción científica original y relevante; o delimitar muy bien la figura del profesor investigador universitario e introducir indicadores transparentes, objetivos y auditables de desempeño docente e institucional.
Y aun con todo, necesitamos mejores profesores. Normalistas o universitarios, rurales o urbanos, públicos o privados, sindicalistas o independientes, partidizados o apolíticos, pero que no se dejen. De vuelta en nuestra realidad, no es un lugar común decir pues que “el maestro, luchando, también está enseñando”. Y no se piense que sólo luchan los profesores mexicanos. Los estadounidenses, los griegos, los franceses, los turcos o los españoles también lo hacen en estos días tan adversos al estado social y de derecho. La diferencia está el punto de partida en cada sociedad.
@efpasillas