Parte de la tribu / Sofía Ramírez en LJA - LJA Aguascalientes
24/11/2024

 

Tu palabra es ya parte de la tribu

María Baranda

Los premios no son garantía. La obtención de un premio está sujeta a los gustos y parámetros de quien lo otorga, que no siempre son los gustos y parámetros de los otros -colegas escritores y lectores-. Sin embargo, son un beneficio: tanto para el poeta galardonado como para los lectores en general. Del primero, su ganancia es obvia; de los segundos, porque tienen oportunidad de leer un libro nuevo, una nueva propuesta; porque actualizan la idea que tienen de la poesía y van reconstruyendo la secuencia de la tradición literaria. Aunque el seguimiento de esta línea de la tradición tampoco es garantía, pues difícilmente se conocen los libros no ganadores -a menos de que un valiente poeta diga “participé con este poemario y no gané”-, por lo que nuestro criterio se limita al criterio de los jurados. Sin embargo, lo que se rescata es la posibilidad de elección que dan los premios: conocer el trabajo de los poetas o no, luego, si se lee el libro premiado, nuestro propio criterio dictará si es de nuestro gusto o no, y así nuestra relación personal con poemarios víctimas de galardones. Una ventaja: no podemos comparar, sólo rechazar o aceptar.

En los 45 años en que el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes, hoy Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes, se ha otorgado, es posible tener un panorama de la literatura actual, de los cánones de la poesía contemporánea y el desarrollo de la misma, pero sobre todo, contamos -o deberíamos contar- con 45 libros –no olvidemos las ocasiones en que el premio se ha declarado desierto (dos) ni la vez en que no se publicó el poemario ganador en su momento, sino 20 años después, fuera de la colección -, lo que nos da la oportunidad de leer a 45 autores y sus respectivos trabajos.

En el transcurso de estos años, ocho poemarios que han obtenido el premio han sido escritos por poetas mujeres. Esto en realidad, y según mi consideración, no quiere decir nada, porque desconozco si participan más escritores que escritoras, por ejemplo, lo que me indicaría una probabilidad; o bien, no poseo ninguna información estadística en la que se establezca si en México hay más autores que autoras -lo siento, pero no creo que al Inegi le inquiete demasiado-; y aun conociendo esta ociosa información, no sería muy útil, pues ésta no podría ser indicador de la calidad: el hecho de que un libro haya sido escrito por una mujer o por un hombre no le concede ninguna cualidad extra -sólo existe la poesía-; sin embargo, limitar mi universo de poetas a las ocho mujeres que han ganado el Premio Aguascalientes, me permite centrar este texto.

En 1978, Elena Jordana fue galardonada con el libro Poemas no mandados. La cuarta de forros de la publicación presume “Elena Jordana es la primera mujer que obtiene el Premio Nacional de Poesía, patrocinado por la Casa de la Cultura de Aguascalientes”. La autora tiene a cuestas una responsabilidad, pero sobre todo se ganó la estrella dorada que le otorga ser la “primera mujer”, y otra estrella dorada porque el jurado que le confirió el premio estaba integrado nada más ni nada menos que por Roberto Fernández Retamar, Efraín Huerta y Jaime Sabines.

Elena Jordana abre su poemario con un prólogo: “Sabines dijo:/A la chingada las lágrimas/y se puso a llorar/como se ponen a parir./ Yo dije:/Al carajo la poesía/y me puse a escribir/como se ponen a vivir.” Pero la poeta no puede disociar escribir de vivir, o viceversa, pues sus poemas precisamente hablan de la vida, de ésa que se vive a diario intensamente y de los pequeños detalles que la hacen única cada día. La rutina se vuelve rito sin grandes pretensiones “apenas pido volver a sentir/el olor del pasto recién cortado/el sabor del agua/el tacto de tu mano en mi cuerpo”, y el hombrecito pequeño, un gran amor, “ese hombrecito que/sin embargo/asiste a su oficina cada día/saluda con la misma deferencia/al linotipista que al jefe/y mira de reojo/adolescentemente tímido/a la recepcionista”. Elena Jordana trastoca la realidad doméstica y la transforma en emoción, en unos cuantos versos del poema XXVI recorre sentimientos, situaciones, el destino del hombre, “Amo las migas de pan y las manchas de vino sobre/el mantel”, “Amo ciertos silencios/ciertos sonrojos/ciertas ausencias”, “Amo incluso los bastones/las muletas/las sillas de ruedas”, “y amo también /en ciertos casos/ciertas puteadas”.

Poemas no mandados es un libro uniforme, sencillo, cuyo título le da sentido al conjunto: poemas sueltos pero no aislados, que no ambicionan más de lo que expresan.


Tres años más tarde, en 1981, un jurado compuesto por Carlos Illescas, Jaime Augusto Shelley y Tomás Segovia, decidió que El ser que va a morir, de Coral Bracho, era el elegido para quedarse con el premio. El libro está dividido en una presentación y tres partes; sin embargo, implícitamente hay un hilo que se va entretejiendo entre las palabras, los versos y la forma, que nos conduce a través de los sentidos hacia el placer del cuerpo y la satisfacción del amor, “Vivo junto al hombre que amo;/en el lugar cambiante;/en el recinto que colman los siete vientos. A la orilla del mar./ Y su pasión rebasa en espesor a las olas”. Y no hay más.

Myriam Moscona obtuvo el Premio de Poesía Aguascalientes en 1988 con su libro Las visitantes. El jurado estaba conformado por Jaime Labastida, José Javier Villarreal y Jan Zych. Las visitantes se resume en el epígrafe de Enriqueta Ochoa que abre la primera parte, “Seré siempre la anónima, la gris, la desterrada”. Repartido en lienzos, mitos y retratos, el poemario es un conjunto de cantos que revela, refleja, los múltiples rostros de la mujer. La dama, las mujeres del mercado, las hembras, unidas en una sola voz: “Hay un rumor que las empuja:/el celo colectivo”; mujeres que “comparan sus cuerpos en silencio” y retan al extranjero a perderse en sus “lenguas de aceite” o entre sus telas. En Tánger, Fez, Tetuán o San Juan Chamula existe un solo lamento, una “mirada silenciosa” y un secreto verdadero: “Sus amorosas pérdidas se ocultan bajo el velo./No se han detenido en las planchas de parir:/han soñado apenas con el adúltero que pondrá el veneno”. Myriam Moscona logra que las mujeres se visiten unas a otras, y Eva, Eurídice, Amazona y Goral, la mujer de Lot, poseen el mismo conocimiento, “Para matar panteras no basta el cazador:/una vez abierta la caja del cuerpo/se sabrá por qué el plexo es solar/y por qué la luna está del lado de las hembras”. Los retratos, las evocaciones, la casa, el destino, la nostalgia, todo en un libro de música y palabras, de evocación y silencio, de exilio, “Oculta su corazón para caminar en el desierto/dibuja su sexo en la arena/y espera la oscuridad”. Las visitantes es una exposición de trazos convocados por una voz constante, clara, precisa, determinante.

Al año siguiente, 1989, Elsa Cross ganó el premio con el libro El diván de Antar. El jurado estuvo compuesto por Gloria Gervitz, Myriam Moscona y Eduardo Lizalde. Un solo poema donde la naturaleza seduce suavemente, sin pasiones desbordadas, “El filo de una hoja de hierba,/las lindes del estanque/hablan/el sauce se duplica” pero no por eso menos intensas, “En mí palpitan tus muchas almas”.

En sí mismo, el nombre de Malva Flores invita a la poesía. En 1999, Casa nómada se coronó con el premio. Los poetas Dolores Castro, Antonio Deltoro y Hugo Gutiérrez Vega fueron quienes así lo decidieron. Y no hay duda: Casa nómada es un collar de hilo en el que se engarzan las palabras, los versos, los poemas; uno conduce al siguiente y éste predice al posterior, y así sucesivamente, nada sobra, nada falta, “las palabras dispersas/buscando acaso un hilo, la aguja que enhebrando/un collar de azules opalinas pudiera desmontar/el caos, la incertidumbre: esas letras bailando sin/sentido en su boca maltrecha.” La casa como imagen de lo que habitamos, pero paradójico en su adjetivo: si bien, la casa es el lugar estable, aquí la casa es movimiento: “En su proclividad a lo gregario/se cuecen los cimientos/de aquella casa nómada”, o bien, “Esa voz alimenta el engrane:/agua que modifica la noria circular,/-esa raíz del miedo,/la costumbre-/y la vuelve camino,/curso pluvial para la casa errante.” La casa es la consigna, el sitio para volver, sólo un guiño en esa búsqueda continua de pertenencia: “la piedra sola/es mundo”.

Para el 2003, Dylan y las ballenas, de María Baranda, fue premiado por los jurados Hugo Gutiérrez Vega, Víctor Sandoval y Francisco Hernández. En este claro homenaje al poeta Dylan Thomas, María Baranda permite el diálogo de ella con el poeta, “¿Qué son, Dylan, esos sonidos que se oyen/desde el blanco bosque/de tu boca de agua?”; del poeta con el lector, “Aquí se nace por el aire/transparente, nombre a nombre,/en el negro mar enlutado y pertinaz/de las profanaciones/entre las rancias manos de los hombres.”; y del poeta -o la poeta- consigo mismo(a), “Ésta es la hora que conozco/la parte rota de mi historia”, “No tengo ya otra luz que la del río/que se aleja hacia el cielo de mis años”. Dylan y las ballenas es testamento del poeta galés, “De nada me arrepiento,/de nada pido perdón a la fortuna”; y legado, “Y al hombre,/al hombre sólo le dejo la triste costumbre/de ser hombre.” Y al mismo tiempo es testimonio de María poeta, María lectora, “Quizá tengas razón y nosotros,/los hombres solos, los huecos/capaces de cargar con la esperanza ajena,/hemos ido anocheciendo poco a poco”, donde las ballenas multiplican sus posibilidades y significados: “Afuera las ballenas parecen lágrimas/sobre la breve calavera de la vida”.

María Rivera escribió su nombre entre los premiados. En 2005 a su libro Hay batallas se le otorgó el premio Nacional de Poesía Aguascalientes, cuando María Baranda, Jaime Augusto Shelley y Eduardo Hurtado fueron jurados. Hay batallas se presenta como un entretenido juego de formas, en el que la escritora va de la prosa a la poesía, descubriendo atajos en el estilo, cortando al verso con precisión de cirujano para dar la sensación de caída. En este libro, Rivera pretende explicar(se) la “arquitectura del silencio” y el “legado de las sombras” y justificar la escritura: “Hay un poema latiendo en el silencio/ríos espesos que escapan a nuestra memoria” y “dónde está la escritura que la vida/debió emprender para salvarnos del olvido”.

Boxers, de Dana Gelinas, obtuvo el premio en 2006. Hugo Gutiérrez Vega, Pedro Serrano y Ernesto Lumbreras así lo consideraron. El libro es una broma, un paseo por un centro comercial y tiendas departamentales, en una fecha precisa, cuando hacen su agosto los comerciantes: San Valentín, 14 de febrero.

Roberto Juarroz consideraba que crear es lo contrario a producir, lo opuesto a un objeto de consumo, por lo que en poesía vale la creación, con oficio, donde emoción e inteligencia convivan en equilibrio. Porque la poesía nace, o debería nacer, desde la sangre, como destino. Desgraciadamente los premios no siempre consideran este valor y se otorgan a la producción más bien vulgar y simplista, lo cual tampoco importa, no debe desanimarnos ni como escritores, que bien podemos seguir apostando porque alguno nos caiga, por suerte, por azar o por valor, ni como lectores, que bien podemos seguir forjando nuestro criterio leyendo libros que nos caen por suerte, por azar o por elección.


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