Desde la Redacción / ¿Revolucionarios? - LJA Aguascalientes
22/11/2024

Revolucionario.- “Perteneciente o relativo a la revolución./Partidario de la revolución./Alborotador, turbulento”. Revolución.- “Cambio violento en las instituciones políticas, económicas o sociales de una nación./Inquietud, alboroto, sedición./Cambio rápido y profundo en cualquier cosa”. Estas son las definiciones que la Real Academia Española de la Lengua (RAE) tiene para un concepto que ha tenido, en México, tanto uso –principalmente dentro de la esfera política– desde aquel periodo convulso de nuestra historia llamado precisamente Revolución Mexicana, hoy en día tan vanagloriada y referenciada como fuente de orgullo nacional y como base ideológica de la mayoría de las leyes que nos rigen.


Y esto gracias, en buena medida, a que la organización política que se creó en torno al poder, luego justamente de dicha revolución, y que se estructuraría como el partido hegemónico por más de 70 años, se encargó de difundir los valores y logros de este evento trascendente en la historia del país y de construir instituciones en base a sus ideales –al menos en teoría –. Nos referimos justamente al Partido Revolucionario Institucional (PRI), nacido originalmente como Partido Nacional Revolucionario, quien precisamente plasma en su nomenclatura el concepto al que nos referimos. Pero, luego de ver la trayectoria de este partido desde su creación hasta nuestros días, podríamos cuestionarnos: ¿qué de “revolucionario” tiene el PRI?


La pregunta salta a la vista, pues ¿qué puede tener de revolucionario un partido que, en el gobierno federal, mantuvo un statu quo por más de 70 años y que aún en algunos estados que gobierna lo sigue conservando? Si nos apegamos a las definiciones que da la RAE, no encaja el “Revolucionario” del PRI en el concepto de “alborotador” o “turbulento”, ni siquiera de “cambio violento en las instituciones”, pues, como su propio nombre aclara, es Revolucionario Institucional, contradictorio ya de por sí. Pero si le concedemos la definición de “perteneciente o relativo a la revolución”, quizás y pudiera encajar, pues incluso en el primer artículo de sus estatutos aclara: “El Partido Revolucionario Institucional es un partido político (…) comprometido con (…) los principios de la Revolución Mexicana y sus contenidos ideológicos plasmados en la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, que se inscribe en la corriente socialdemócrata de los partidos políticos contemporáneos”#.


Con esto se sobrentiende que el PRI es un partido emanado del proceso de institucionalización de los ideales base de la Revolución Mexicana, por tanto su relación con el concepto. Aunque si bien esto viene en los estatutos priístas, se sabe perfectamente que en la práctica ha sido, en buena medida, completamente diferente el respeto y apego de dichos “ideales revolucionarios”, basta sólo recordar la democracia casi nula en buena parte del periodo hegemónico del PRI en el poder; la escasa libertad de expresión; la represión a expresiones y movimientos sociales ajenos al gobierno; la inexistente igualdad social; entre muchos otros aspectos que hacen seguir dudando de la calidad “revolucionaria” del PRI.


Pero si lo vemos desde otro punto de vista, el propio partido se autodefine como un “partido político nacional en permanente transformación interna (…) que mantendrá el compromiso de anticipar y adecuar sus planes, programas y acciones a los cambios vertiginosos del mundo moderno, mediante la integración de propuestas visionarias y estrategias de largo plazo que lo ubiquen como el partido de vanguardia en el siglo XXI” (Artículo 4, Capítulo 1, de los Estatutos del PRI).# Si bien aquí podríamos vislumbrar un cierto carácter de continuo cambio, lo que se asemejaría de alguna manera al concepto revolucionario de “cambio rápido y profundo de cualquier cosa”. Pero también se puede interpretar como un mero oportunismo del partido, que puede cambiar sus posicionamientos, sin importar sus bases ideológicas, a lo que mejor le convenga, con miras, como es obvio, de ganar el mayor número de votos.



En este punto, vale la pena recordar al sociólogo alemán Robert Michels, quien se refiere así de los partidos: “A medida que la organización aumenta de tamaño, la lucha por los grandes principios se hace imposible. El objetivo principal de la organización es incorporar el mayor número posible de miembros, por lo que toda lucha ideológica dentro de los límites de la organización ha de ser considerada, por fuerza, como un obstáculo para la realización de sus propósitos; (…) un obstáculo que debe ser evitado a cualquier precio. Esta tendencia está reforzada por el carácter parlamentario del partido político. “Organización partidaria” significa la aspiración del mayor número de miembros. “Parlamentarismo” significa la aspiración por el mayor número de votos. Los campos principales de actividad política son la agitación electoral y la agitación directa para conseguir nuevos miembros. ¿Qué es, en realidad, el moderno partido político? Es la organización metódica de masas electorales”#.


Este argumento también es válido para los demás partidos políticos de nuestro país, particularmente para el PAN y el PRD. Este último, por cierto, también incorpora en su nomenclatura el concepto de “revolución”, cuestionable también, sobre todo al combinarse con el concepto “democrático”. Pero aún con todo esto, aceptando que dichos partidos –PRI y PRD– se intenten identificar con lo revolucionario, con los ideales de aquel periodo histórico, con los cambios profundos que requiere actualmente el país para hacerle frente a los retos del futuro; más allá de esto, lo que más llama la atención, desde mi punto de vista, son las organizaciones y agrupaciones alrededor del PRI, los cuales también se autodenominan “revolucionarios”, como la Liga de Economistas Revolucionarios o el propio Frente Juvenil Revolucionario (FJR), entre otros.


Según los estatutos priístas, tales organizaciones adherentes a su partido “sostienen una plataforma de principios y programa de acción que se identifican con los postulados de la Revolución Mexicana” (Artículo 3, Capítulo 1, de los Estatutos del PRI).# Pero ante la situación que se ha generado dentro del proceso electoral que atravesamos, tomando en cuenta las manifestaciones juveniles en rechazo de la manipulación de la información y de la demagogia de los partidos y sus candidatos –particularmente del candidato presidencial priísta, en la mayoría de los casos–, algunos sectores de esta gran organización política “revolucionaria” han reaccionado negativamente y descalificando dichas expresiones, mostrando cierto conservadurismo.


Y es aquí donde uno se pregunta, de manera más enérgica, ¿qué de revolucionario puede tener un Frente Juvenil que, aunque si bien dice respetar –de manera un tanto forzada– a expresiones como #YoSoy132, manifiesta un aire de conservadurismo al apoyar a un partido que, aunque se vanagloria de novedad, no ha mostrado cambio alguno en sus prácticas, tanto electorales como gubernamentales, y que da muestras de autoritarismo? Baste ver, sobre todo, el posicionamiento del FJR con respecto a la cancelación del simulacro electoral en la Universidad Autónoma de Aguascalientes: “es una manipulación, un juego sucio y parte de una serie de artimañas al que están acostumbrados los partidos de izquierda y con el que pretendían contaminar a la máxima casa de estudios y a quienes forman parte de ésta”.#


De esta forma califican un ejercicio de simulación electoral que plenamente tiene todo el derecho de desarrollarse en una democracia, y que bien hubiera dejado ver las preferencias electorales de los jóvenes universitarios. El punto aquí es apoyar la cancelación de un ejercicio que no le había favorecido en lo más mínimo al PRI en otras universidades del país, por lo que puede interpretarse como una forma de apoyar el que se evite el surgimiento de voces que evidencien rechazo de su estructura partidista.


No se pretende aquí decir que está mal que dicho Frente no esté de acuerdo ya sea con #YoSoy132, el simulacro electoral o cualquier otra expresión juvenil o ciudadana. Lo que se hace notar es el mal manejo del término “revolucionario”, tan distorsionado, que incluso hace perder su verdadero sentido, sobre todo con estas organizaciones que se perciben tan alejadas de los tan mencionados ideales de la Revolución Mexicana. Tampoco se pretende señalar que revolucionario es sinónimo de izquierda; lo que se resalta es que lo revolucionario va en contra del conservadurismo, del statu quo, sinónimo de cambio, de reestructuración profunda, de movimientos sociales, de crítica y autocrítica constante, incluso de lucha. Pero nada de esto lo vemos en el FJR, tampoco en el PRI, o al menos no de manera clara.


Por último, parece inevitable citar uno de los fragmentos más conocidos del discurso del ex presidente socialista chileno Salvador Allende en la Universidad de Guadalajara: “…ser joven y no ser revolucionario, es una contradicción hasta biológica; pero ir avanzando en los caminos de la vida y mantenerse como revolucionario, en una sociedad burguesa, es difícil”.


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