“Hoy, les quiero comunicar que ésta es la última generación a la que imparto la materia de “partidos políticos””. Así, con más o menos palabras, el sociólogo y maestro Francisco José Paoli Bolio, nos anunciaba que por decisión propia daba por concluida su cátedra sobre dicha asignatura. Seríamos el último grupo de estudiantes en tomarla. Corría el año de 1982, conformábamos la generación 1981-1983 de la maestría en Sociología de la Universidad Iberoamericana, Campus Prado Churubusco, Ciudad de México. Compartíamos su clase con alumnos de posgrado de la UNAM, FLACSO y probablemente del ITAM.
La razón que nos ofreció, para tomar al parecer tan drástica medida, fue que el papel histórico de los partidos políticos para formar gobiernos había tocado su fin. Y, al mismo tiempo, anunciaba con regocijo que se iba a ocupar de analizar el papel de “las profesiones” en el impulso de carreras políticas hasta los puestos de mando superiores, particularmente la Presidencia de la República. Y se podía hacer un sumario rápido de las profesiones más relevantes en este sentido -carrera de las Armas, Generales, Abogados, Ingenieros, Doctores, Maestros y una larga secuela de tecnócratas-. Repase, usted, mentalmente los nombres de los presidentes de México, después de Plutarco Elías Calles y verá la realidad de tal afirmación.
Ya entrados en el siglo XXI, quizá para la generación actual de #Yosoy132 y su reciente escisión en la #GeneraciónMX, que no les cause tanta perplejidad que precisamente su movimiento –ahora bifurcado- se enderece en contra o a favor de la insignia y marca del partido político, innombrable por antonomasia, el PRI; añadiendo a renglón seguido que se trata de una alineación apartidista de origen y por naturaleza.
Su motto abiertamente beligerante es ser “anti-Peña Nieto”, por encarnar supuestamente como candidato, lo más denostable de ese instituto político, su larga historia en el poder, su “dictadura perfecta” o su engañoso ser cariñoso y amoroso de “ogro filantrópico”. En fin una imposición tallada a mano por el cuarto poder, los medios electrónicos de comunicación masiva dominantes en el país.
A treinta años de distancia, la posición académica del Dr. Paoli Bolio, cifrada en aquella su obra emblemática El Socialismo Olvidado de Yucatán (1977), encuentra un significativo cierre de pinza sobre tu temática preferida, en estos días en que publica su libro: Las Guerras de Justo, que es una novela histórica sobre la guerra de castas en Yucatán; y el personaje central es Don Justo Sierra O’Reilly, jurista, novelista y periodista yucateco. Nótese el énfasis en las ocupaciones principales del protagonista, en que resalta su oficio como periodista.
Pues bien, hemos de tomar en cuenta que aquella obra de los inicios dice referencia directísima –por citar a un clásico, el Dr. Jorge Carpizo McGregor- (curiosamente nacido en San Francisco de Campeche en 1944, abogado, jurista y político), al nacimiento y conformación del Partido Nacional Revolucionario, crisálida del PRI. Algo nada circunstancial para su carácter fundacional, que abrevó profusamente de aquel célebre, bien organizado y de firme ideología política, el Partido Socialista del Sureste. Sin cuya estructura y filosofía política, sería ininteligible el PRI emergente.
Y para analógicamente decir con el poeta barroco sevillano, Rodrigo Caro, “Estos, Fabio, ¡ay dolor! Que ves ahora…partidos de soledad (…) fueron un tiempo insignia famosa”. En efecto, los mexicanos que vivieron la guerra revolucionaria, que padecieron en carne y hueso los levantamientos, asonadas, motines, cuartelazos, sangrientos magnicidios y violentos golpes de Estado; vieron un atisbo de paz y de concordia en aquella inédita y abigarrada formación de “un partido único” conformado por un rompecabezas de partidos, organizaciones y clubes regionales y locales.
De cuya efectivamente barroca arquitectura se construyó aquello que Plutarco Elías Calles anunció en el año 28 como hito histórico: -se acabó el tiempo de “los hombres necesarios”, ahora inicia “el tiempo de las instituciones”, para luego dar unción y consagración pública al gran partido aglutinador y unificador de aquellas pluralísimas corrientes: el Nacional Revolucionario.
Mosaicos y rompecabezas, configuraban un rostro de Nación. Tan plural como barroco, tan disímbolo como convergente; tan excéntrico como axial. Y de esta crisálida, las sucesivas metamorfosis. 84 años lo atestiguan. Y el problema eterno que siempre lo atraviesa transversalmente es el de ser crisol (melting pot) de filias y fobias políticas, eso sí aglutinadas dentro de una misma disciplina, que las hace parecer de la misma especie o clase, a pesar de sus intrínsecas diferencias. En suma, y aunque suene trillado y ofensivo, todas las generaciones dentro de su octogésima vida, fuimos PRI de alguna manera.
La tan denostada, hoy, oligarquía criolla es la misma sangre sucesoria de aquellas familias de abolengo porfirianas o juaristas, que de terratenientes pasaron a comerciantes, y a industriales y a banqueros, y a constructores de fraccionamientos. Basta expurgar un poco los nombres de aquellas familias actuantes del “protosiglo” revolucionario, para darnos cuenta que sus líneas sucesorias hoy se albergan en las oficinas de los corporativos mandantes, de los palacios de justica, del palacio nacional, de los palacios de gobierno estatales o municipales, de las grandes casas editoriales, de la cultura, de la radiodifusión, de la televisión o de la imprenta; y que no se olvide también en las casas de los obispados a lo largo y ancho del territorio nacional. ¡Ah! La línea sucesoria del Ejército Nacional, sí continúa su larga trayectoria emergente del pueblo y de aquel histórico “quinto acurrucado”.
Entonces, se vale disentir y estar en contra de esa que se dice entelequia revolucionaria; pero, lo que no se vale es olvidar o evitar verse a sí mismo, en aquella imagen abigarrada que conformó el PRI como síntesis de reunificación nacional. Es decir, no debemos padecer un complejo de Edipo, al revés: odiamos la imagen que vemos en el espejo, sin atinar a saber que de algún modo es el reflejo de nuestra propia cara que sí queremos y admiramos.
Se puede dejar de creer en la vida, muerte y probable resurrección de la Marca política, por antonomasia; pero no podemos –so pena de ser incongruentes- regresar por causa de amnesia histórica al “caudillismo” o peor aún al mesianismo que está a la base de la estructura y prácticas de la vida política mexicana. Así lo dijo el Ing. Heberto Castillo M., así lo dijo el Ing. Manuel J. Clouthier, así lo dice la historia nacional. Podemos, sí, dar un salto cuántico y hacer el sueño democrático.