El jazz como promotor de los derechos fundamentales / Cinefilia con derecho - LJA Aguascalientes
22/11/2024

Cuando en el año 2011 un conjunto de países, entre ellos México, solicitó a la UNESCO se declarara al 30 de abril como el día mundial del jazz, tenían plena conciencia de la herramienta importantísima con que se contaba en ese estilo musical, no sólo en materia de diversión y recreación, sino de política y diálogo de las culturas, de promoción de los derechos y en suma de hermanamiento entre los hombres. Y es que el tema de la interacción entre distintas razas, intereses, formas de pensamiento, han llevado a este mundo a conflictos armados cuya mayor desgracia se pudo apreciar en los dos grandes conflictos del siglo pasado que derivaron en la creación de mecanismos de diálogo: la ONU, organismos internacionales, tratados, asociaciones, y un largo y no siempre efectivo etcétera. Por ello, en la iniciativa en comento, se hace énfasis en esta cualidad del género musical “Reacio a toda definición, el jazz habla muchas lenguas y se ha vuelto una fuerza unificadora para sus seguidores, sin distinción de raza, religión, origen étnico o nacional”.

El jazz y el cine son ineludiblemente un binomio fundamental de la cultura contemporánea, dos ejemplos inevitables son Woody Allen y Clint Eastwood, tal vez los dos más grandes directores que Norteamérica le haya dado al mundo. Ambos incluyen en sus cintas bandas sonoras selectamente escogidas y el jazz suele aparece preponderantemente; ambos son además creadores de obras clave sobre la vida del jazz, el primero con Sweet and Lowdown (1999) que hace un homenaje a uno de los primeros virtuosos de la guitarra Django Reinhardt, y el segundo con su biopic sobre Charly Parker, Bird (1988). El punto medular no es en realidad el uso de la música como simple acompañante de las escenas o mecanismo auxiliar en las emociones que los cineastas buscan provocar en el público, en el caso concreto la música de jazz va más allá de la mediación, se transforma en artífice de la articulación de las relaciones intrapersonales, es conjugadora de las conductas sociales, por eso es claro comprender que una de las mejores bandas sonoras que se hayan usado en el cine, acompañe a Meryl Streep en su gran interpretación como Francesca, una abnegada esposa de una típica familia del campo norteamericano, que ante la asistencia de su marido y sus hijos a una feria lejos de casa, se ve sometida a un romance extramatrimonial que toca repentinamente y por azares de destino a su puerta, lo que generará una muy angustiosa encrucijada para la vida monótona de la ama de casa: decidir entre su familia o ese amor repentino, pasional, álgido y tormentoso (Los puentes de Madison, 1995).

La página web de la UNESCO señala que el “El jazz rompe barreras y crea oportunidades para la comprensión mutua y la tolerancia… eje de la libertad de expresión… El jazz es un símbolo de unidad y paz… reduce tensiones entre individuos, grupos y comunidades… fomenta la igualdad de género… refuerza el papel que juega la juventud en el cambio social… promueve la innovación artística, la improvisación, nuevas formas de expresión y la integración de músicas tradicionales en las formas musicales modernas… estimula el diálogo intercultural y facilita la integración de jóvenes provenientes de medios marginados”, todas estas características son inherentes a su esencia, a su nacimiento, y es que esta música aparece en las entrañas de un pueblo marginado, esclavo, explotado y relegado, cuyo único consuelo lo encontraba en aquellos instrumentos que representaban en su enorme posibilidad de improvisación (esencia del jazz) su medio de liberación; todos sabemos cómo los esclavos afroamericanos de Norteamérica inventaron ese ritmo que hoy es patrimonio cultural de la humanidad.

Y en esta vocación nacida desde el fondo de la marginación, se universaliza, todos escuchamos y nos gusta el jazz, ya sea en sus versiones más comunes, como la llamada música de elevador, la de acompañamiento de alimentos en las bodas y demás fiestas o como complemento en los cafés, hasta sus versiones más eruditas propias de público selecto e intelectuales. El jazz como este gran diálogo entre las culturas va más allá de ser un simple vehículo, bajo esa especie de lubricante de relaciones sociales en que se ha transformado, como ese perfecta herramienta que lo mismo abre las puertas de los gobiernos, las empresas o la sociedad civil, se constituye en un creador, promotor, y activista incansable de los derechos fundamentales en su integridad.

 

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