Las sociedades del aprendizaje colectivo y la organización urbana - LJA Aguascalientes
21/11/2024

En círculos internacionales interesados en el tema, se ha propuesto sustituir el concepto de sociedades del conocimiento por el de sociedades del aprendizaje colectivo. La sustitución planteada me ha animado a formular algunas reflexiones sobre la compleja interacción entre conocimiento y sociedad que me interesa compartir con mis lectores. La nueva denominación del papel del conocimiento en la sociedad humana sugiere que es resultado de un aprendizaje de naturaleza colectiva y esa sugerencia lo conecta con las nociones de creatividad e innovación, como veremos más adelante. Por consiguiente, me propongo, en primer lugar, ofrecer algunas razones que justifiquen las observaciones previas en relación al conocimiento y su papel en la dinámica social; en segundo, trataré de mostrar que las ciudades de cierto tamaño y con cierta estructura de organización urbanística son los lugares aptos para el desarrollo del pensamiento creativo que conduce a los actos innovadores.

Comencemos por decir, en relación a la primera parte del propósito aludido, que en tiempos más o menos recientes antropólogos y arqueólogos se ha propuesto investigar la evolución de la creatividad asociada a la inteligencia humana. Se busca saber, en principio, a partir de cuándo los seres humanos comenzaron a introducir innovaciones en la fabricación de los instrumentos empleados en su vida cotidiana; es decir, desde cuándo el pensamiento humano se tornó creativo e innovador. Al parecer no siempre fue así. Se sabe que ciertas herramientas elaboradas en una época determinada permanecieron sin modificación alguna que las mejorase durante periodos de miles de años. Una pregunta interesante sería entonces ésta: ¿qué fue lo que dio origen a ese cambio en la manera de adquirir y usar el conocimiento en el seno de las sociedades humanas? La pregunta es relevante porque no hay que pasar por alto que tanto la innovación como la creatividad, en sus implicaciones científicas y tecnológicas, han sido responsables de algunas de las más dramáticas transformaciones de la vida social de los seres humanos. Para responder a esa interrogante sobre el nacimiento de la creatividad ofreceremos razones que se despliegan en dos dimensiones: la biológica y la que podría llamarse cultural.

Parece no haber duda de que las capacidades de pensar, de abstraer, de manipular signos y símbolos y de expresarse en un lenguaje con doble articulación están relacionadas con el volumen y la configuración anatómica del cerebro. Se requiere un cerebro de un determinado tamaño y que sus partes se articulen de cierta manera para que pueda darse el conocimiento, tal como ocurre en el caso de los humanos. Pero esos atributos biológicos favorables al pensamiento, resultado de un larguísimo proceso de evolución y de selección natural, son una condición necesaria, pero no suficiente para que aparezca, en la historia de la humanidad, el acto creativo que conduce a la innovación.

La otra dimensión es la que puede llamarse cultural. Se sabe, por ejemplo, que los chimpancés son hábiles en extremo para el manejo de algunas herramientas: usan piedras o palos u otros elementos para mejorar y ampliar sus opciones de nutrición y proveerse de alimentos que no estarían a su alcance sin esas ayudas. Sin embargo, según comentan algunos especialistas que estudian la conducta de estos primates, una vez encontrada la forma de usar un instrumento o herramienta, no lo modifican: lo usan, ya para siempre, sin ninguna variación.

En el caso de los humanos la situación es distinta. Los seres humanos suelen adoptar las ideas de sus congéneres, pasados o contemporáneos, y modificarlas, ampliarlas, generalizarlas, adaptarlas o reorientarlas según sus propias necesidades. A partir de cierto momento, el homo sapiens emprende una tarea de permanente modificación de ideas que conducen a la innovación en materia tecnológica y científica; es decir, emprende un proceso de aprendizaje a partir de los elementos elaborados por sus prójimos actuales o de épocas pasadas. Esa forma de proceder se caracteriza, como ya se indicó, por el hecho de que siempre se actúa sobre una idea o un instrumento o dispositivo tecnológico previamente existente. Tal situación se consolida, al parecer, hace unos 40 mil años, que es el momento en que la creatividad y la innovación adquieren el potencial de desarrollo, al parecer inagotable, que sigue fortaleciéndose hasta hoy.

El punto clave en el desarrollo de esta capacidad creativa de naturaleza social puede desprenderse de un comentario de Mark Thomas del University College de Londres, quien dice, según un artículo del Scientific American de marzo de este año de 2013: “no se trata de qué tan inteligente seas; se trata de qué tan bien conectado estés”. Es decir, el desarrollo biológico de nuestro cerebro, por sí sólo, no explica la creatividad del pensamiento que conduce a la innovación; un componente social y demográfico es indispensable. No se puede excluir, en la génesis de las ideas creativas, el hecho de que los grupos humanos deben adquirir una cierta “masa crítica” y deben organizarse en comunidades en las que sea posible intercambiar ideas de un modo eficiente. Se requiere también de una capacidad de registro y conservación de los logros en el dominio del conocimiento que permita transmitir esas ideas a las nuevas generaciones para que la creatividad se despliegue en el tiempo.

En el mundo contemporáneo estas posibilidades del pensamiento creativo se dan en las ciudades. Ciudades de un cierto tamaño son los lugares aptos para el florecimiento de las ideas innovadoras. Aunque no puedo aportar las fuentes en este momento, recuerdo haber leído que hay una muy fuerte correlación estadística entre densidad de población, tamaño de la ciudad y número de patentes presentadas por año en diferentes sociedades. A ciertos niveles de crecimiento de la densidad de población y del tamaño de la ciudad corresponden altas proporciones de registro de patentes hasta que se alcanzan ciertos límites. Pero además, al menos desde mi punto de vista, las ciudades que pueden favorecer el pensamiento creativo deben cumplir otros requisitos. Deben organizarse para que la comunicación y el intercambio de ideas sean eficientes e impliquen una gran diversidad de puntos de vista y de habilidades distintas.

El proceso que lleva desde el primitivo avión que los hermanos Wright construyeron alrededor de 1903 hasta un moderno Jumbo trasatlántico, impulsado por turbinas de reacción, consta de un inmenso número de mejoras aplicadas a partir de los diseños originales. Téngase presente, para apreciar la magnitud de la evolución de la industria aeronáutica, que los hermanos Wright eran simples fabricantes de bicicletas. Hoy en día, la fabricación de aviones es una de las industrias más sofisticadas y tecnológicamente avanzadas del mundo. La sucesión de innovaciones que dan lugar a la aviación moderna se han desarrollado en etapas por un amplísimo número de especialistas en materias muy distintas. El Jumbo contemporáneo es inconcebible sin ese larguísimo proceso de mejora continua y diversa. Además, estos procesos parecen no tener término. Según algunas notificaciones que han llegado por Internet, muy próximamente la Boeing pondrá en el mercado un nuevo avión con capacidad para mil pasajeros que puede transportar hasta distancias de 16 mil kilómetros sin escalas a una velocidad de mil  kilómetros por hora.

Por consiguiente, aparte de la masa crítica de una ciudad y de la organización que favorezca el intercambio eficiente de ideas diversas, el uso de los conceptos y las realizaciones de los antecesores o de los contemporáneos, y su adopción como materia prima para el ejercicio de la creatividad, es otro factor a favor de una ciudad que quiera fomentar el conocimiento innovador. Por el contrario, las tendencias hacia la segmentación, la separación y la uniformización de las ciudades van en contra de las formas de organización favorables al espíritu de crear e introducir nuevas formas de pensar y de hacer las cosas.


Es más, las propias ciudades muestran discrepancias y diferencias sustanciales en sus distintas componentes cuando no se parte de la mejora e innovación sobre las pautas urbanas previas. Cuando se procede de esta manera, la ciudad deja de ser una ciudad y se convierte en un conjunto de parches de concreto que soportan construcciones carentes de un principio unificador que las provea de armonía y de sentido racional y estético.

Finalmente, se puede querer o no, conscientemente, que las ciudades fomenten la creatividad y la innovación. Ahora bien, si nos inclinamos por la primera opción, una regla general para actuar podría ser la siguiente: hay que organizar la ciudad para que favorezca el aprendizaje colectivo a partir del uso y la memoria de lo que nos ha sido dado. Parafraseando a Schopenhauer se podría decir que el conocimiento es del género femenino; para dar a luz a un nuevo ser requiere recibir previamente la semilla.

Creo que un paso en la buena dirección ha sido la creación del Consejo de la Ciudad junto con la buena disposición de las autoridades municipales para escuchar y responder a las evaluaciones y propuestas de este organismo de la sociedad civil. Esperemos que estas instituciones persistan, sigan operando activamente y no volvamos a empezar con ideas que desechan lo previamente bien hecho en materia de desarrollo urbano. No se trata sólo de disponer de conocimientos y usarlos así sin más; se trata de comprometernos con un esfuerzo permanente de aprendizaje colectivo.


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