¿Cómo habrá de ser nombrada nuestra época? Algunos han llegado a decir que vivimos en una hipermodernidad, ultramodernidad o transmodernidad. (Las dificultades e imprecisiones surgen cuando se confunden los terrenos: la posmodernidad literaria, por ejemplo, no inicia ni se entiende igual que la posmodernidad filosófica). Otros, por influencia de Zygmunt Bauman, han adornado nuestro tiempo con el adjetivo “líquido”. (¿Será lo mismo, por decir algo, hablar de economía líquida que de filosofía líquida?) Aún no tenemos la distancia suficiente como para decir qué carajos es esta vorágine que estamos viviendo: las redes sociales y el consumo, las guerras y las protestas, la sabiduría y la información, esto y aquello. El término de Bauman, sin embargo, parece un comodín que no discrimina nada.
La Revista Ñ, en estos días, volvió a publicar una entrevista que le hizo a Zygmunt Bauman en 2009. Ahí encontramos opiniones que podemos suscribir sin problema: “El dolor que en la actualidad se lamenta, […] tiene profundas raíces en la forma de vida que aprendimos, en nuestro hábito de buscar crédito para el consumo.” Bauman ganó el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades 2010 por su contribución al campo de las ciencias sociales. Su pensamiento pertenece ahí. Supongo que habrá quienes no estén de acuerdo con sus planteamientos, pero nadie podrá cuestionar que, actualmente, es una lectura (casi) obligada para continuar problematizando nuestros días.
Su multifuncional adjetivo ha posibilitado que un montón de campos del conocimiento se lo apropien. El arte, evidentemente, no ha escapado de esta inercia.
Dos años antes de la entrevista con Ñ, la editorial Sequitur publicó Arte, ¿Líquido?, donde Bauman y otros pensadores y artistas y editores reflexionan sobre el título del libro. Los textos, en su mayoría, se caracterizan, como el tema que los convoca, por ser líquidos: Endebles e intelectualmente frágiles. Que sirvan dos ejemplos. Tenemos romanticismo barato: “Creo que la razón del arte es ayudar al mundo, cuidarlo y arreglarlo.” (Metzger). Desconocimiento del mundo tecnológico (acaso explicado porque el señor tiene más de 80 años): “Quizá los únicos productos que se anuncian como duraderos, casi indestructibles, son los CD-ROMs y los varios soportes en los que se graban y guardan datos.” (Bauman) Sería un libro francamente prescindible de no ser por una curiosidad que, más que rigor intelectual, es chisme líquido. Bauman es impreciso en su interpretación al hablar de la obra de Herman Braun-Vega. El agraviado fue informado de la situación y le contestó al teórico. Ambos textos están disponibles en el libro. Éste es un diálogo bastante simpático con un vencedor: el artista. Ocurre que los juicios de Bauman sobre arte no hacen justicia al Bauman sociólogo.
Así comienza Bauman: “Para ponerme al día sobre la situación del arte me fui a París: ¿dónde si no? En París está lo último, ahí se puede ver lo que se está haciendo y descubrir no pocas cosas que interesan al tema que estamos abordando.” Nuestro autor, en materia de arte, guarda un respeto tremendo por el anacronismo.
Una vez en la capital francesa, Bauman se fue a ver la obra de Jacques Villeglé, Manolo Valdés y Herman Braun-Vega. El filósofo menciona que la obra de esta tríada “refleja las características de la experiencia líquido-moderna: cancelación de la oposición entre creación y destrucción, aprender y olvidar, ir hacia delante y hacia atrás -una flecha del tiempo sin punta-”. Repito: acaso, en lo general, su argumento se sostenga. El problema es cuando pretende aplicar su marco teórico a la obra de un artista: se tropieza. Dice sobre la obra de Braun-Vega: “pinta lo que podríamos llamar encuentros imposibles: […] el papa Pío XI leyendo una declaración reciente de Juan Pablo II en un periódico…” Braun-Vega responde: “Ese cuadro representa, en verdad, al Papa Inocencio X, pintado por Velázquez. Y lo que lee es un periódico que comenta la pedofilia en la Iglesia de los EE.UU. […] En la mano izquierda del Papa hay un periódico que menciona los escándalos de pedofilia en los que se vio envuelto el Vaticano en el 2003.” La pintura es mostrada en el libro y, en efecto, el artista presenta una fuerte crítica a la Iglesia Católica donde Bauman sólo alcanza a ver un “encuentro imposible”. Donde Bauman ve algo transitorio (“estos artistas de la era líquido-moderna […] se centran en acontecimientos […] que se sabe que serán efímeros”), Braun-Vega presenta un problema mayúsculo y deplorable. Las opiniones son radicalmente opuestas. Según cuenta el artista, Bauman le respondió “aduciendo que los errores se debían al cansancio, a que su visita había sido veloz y que había descrito [sus] cuadros de memoria”. Memoria líquida.
El arte contemporáneo, con sus happenings y con sus performances, con sus obras conceptuales y con sus obras efímeras, probablemente encaje, en general, con lo que entiende Bauman por experiencia líquido-moderna. Su observación, de lejos, al parecer, es puntual. No así cuando se aproxima al fenómeno: o sus ejemplos están muy pobres, o su teoría está muy bien para sociología pero no para arte, o ya está viejito, o qué sé yo, pero que se dedique a pensar, a la distancia, sobre nuestro mundo contemporáneo. Zapatero a tus zapatos.
@jorge_terrones
Arte, ¿Líquido? Editorial Sequitur, 2007