Desde los cuatro puntos cardinales o hacia donde apunte la rosa de los vientos, el clamor de la ciudadanía mexicana debería concentrarse en demandar sin ambages el fin de los privilegios extremos de que goza la banca en México. Si aceptamos el consenso general de que la Política Fiscal es “la madre de todas las políticas de Estado”, estamos en sintonía con lo que debiera ser el eje rector del nuevo orden económico del país.
El malhadado o el bien-fehaciente Fobaproa, Fondo Bancario para la Protección del Ahorro, de 1994, dejó sembrado en el país el imperativo de rescatar a toda costa el sistema bancario mexicano imperante, y 18 años después a sabiendas de que se trata de una banca extranjera operando en sustitución de la otrora nacional, se hizo con tan máximo grado de autonomía hacendaria para definir sus propios términos de costos y recuperación del supuesto capital invertido, que nos puso a todas y todos los mexicanos a merced del dictado unilateral, de facto, para imponer cuotas, costos por servicios y condiciones extremas –llámense tasas pasivas- por créditos otorgados. Y, ¿dónde está el Estado Mexicano en esta suerte de neo-explotación discrecional del patrimonio de las y los ciudadanos de México?
A cualquier ciudadano español familiarizado con las firmas BBV o Santander le ardería la cara de coraje solamente al ver anunciado en pantalla el cargo por consultar su saldo o realizar un simple retiro de sus propias cuentas de ahorros o de cheques; estoy seguro que su ira encendería los más rápidos y furiosos improperios contra la banca que, a pesar del masivo desempleo predominante, atentara con desvalijar al ya de suyo despojado de un salario digno. O ¿qué piensa usted que diría con sajona o francófona vehemencia un habitante de Toronto o de Quebec al ver que su patriótico banco Scotia-Bank le escatimaba sus normales y regulares servicios bancarios de ahorro o manejo de cheques con inauditas cuotas de facto, ya no diga por pagar un día después, a pesar de ser un cliente siempre fiel. O ¿qué demanda interpondría un neoyorkino contra el banco que osara imponerle un cargo por los mismos servicios que nos brinda en México, su omnipresente y dominante Citi-Bank? Ocioso ahora será preguntar qué movimiento social de impugnación provocaría en Londres, el cobro indiscriminado y unilateral de cuotas por servicios bancarios –estipulados como normales en el libre juego de oferta y demanda- su orgullosamente british HSBC. En fin, ¿por qué no tenemos una Banca normal?
Razones hay de sobra para que en México todas y todos los ciudadanos nos levantáramos en una gran protesta tipo Anonymus (de la película Con V de Vendetta) por el ya intolerable juego impositivo de cargos, cuotas, cobros y las tan inaceptables como inexplicables tasas pasivas estratosféricas que nos cargan olímpicamente a todas y todos los mexicanos, con un abiertamente injusto, inequitativo y por todo punto de vista inaceptable diferencial respecto de las tasas activas que esos mismo bancos cargan con toda impunidad, falta de decoro y de vergüenza, en descarado anti-fair play contra los súbditos de los Estados Unidos Mexicanos.
Motivos sobran para estar, mostrarnos, manifestarnos y plantarnos como auténticos “indignados”; y no hacerlo es aceptar de manera inaudita y falta de dignidad ciudadana esta santa manifestación de ira irrefrenable contra la inequidad de las políticas bancarias, hacendarias y/o fiscales prevalecientes en nuestro país. Lo del IVA es peccata minuta comparada con la exacción directa o indirecta que el erario nacional toma universalmente de los contribuyentes, venga de donde venga, vaya a donde vaya –entiéndase alforjas y cajas de caudales de los bancos centrales a nivel global- y tope donde tope, sin mediar justa ponderación y decencia respecto del sometido usuario nacional –enfáticamente mexicano- de la banca.
El cuestionamiento no es de hoy, ya tiene prolegómenos cercanos, como es el caso de la conocida analista política Denise Dresser quien publicó una serie de interrogantes exactamente en los prolegómenos de la campaña política, al entonces candidato del PRI, que tituló: Preguntas para Peña Nieto, de las que versa así la número “19) ¿Cuáles serían las características concretas de la reforma fiscal integral que propones? ¿Cuáles son las exenciones que buscarías eliminar y los privilegios que intentarías combatir?” (Proceso/ 1827/ 6 de noviembre de 2011).
La respuesta todavía está en el aire. Pero lo cierto es que, como ciudadanos, tenemos que entrarle al toro por los cuernos y no dejarnos embaucar con las erizadas y delicadísimas pieles de los partidos de oposición que, en su turno, han manejado a su completo antojo, impudicia e impunidad los recursos públicos con destino electoral expreso; amenazando salirse del Pacto por México; rompiéndose farisaicamente las vestiduras ante un incidente local veracruzano de intento de aplicación de un programa de desarrollo social, reclamando destituciones y defenestraciones públicas de funcionarios recién nombrados. ¿Ahora sí va en serio la guerra anti-corrupción?
Al final, para nosotros ciudadanas y ciudadanos, debe quedar un grado de prudencia, pero también de sensatez, dignidad pública y auténtico respeto por las instituciones de la Re-Pública, para denostar, impugnar, denunciar y destituir, a quien pretenda hacer de la hacienda pública un coto de poder ya sea corporativo interno o transnacional, argumentando la “salud” de las instituciones, con cargo a la enfermedad crónica, progresiva y terminal que aqueje al resto de la ciudadanía.
Hay que decirlo alto y firme: más purgas o revulsivos hacendarios para beneficio exclusivo del Capital global inserto en los países centrales –además de intragables- son inaceptables. Y debemos ponernos en pie, para hacer que así sea. Pues en el siglo XXI debemos contar con un robusto sentido de reivindicación de los derechos universales humanos, sociales, políticos y económicos que nos invisten como personas humanas dotadas de inteligencia, poder de autodeterminación y disfrute de un desarrollo integral compartido equitativamente. O seguiremos tolerando que los neo-piratas de su Alteza la Reina Isabel II de Inglaterra apliquen su patente de corso en los mares del Caribe, del Atlántico y del Pacífico Sur; que los dilatados territorios de América sean el coto de caza de sus corporativos apasionados de la caza de trofeos para llenar con sus cabezas las elegantes salas. O que las sacrosantas alianzas paneuropeas logren resarcir sus inauditos déficits presupuestarios sustrayendo las carteras de los depauperados países emergentes. Debemos dejar la pereza y el “ahí se va” para adoptar de corazón, carne y hueso el ciudadano autonomizado y empoderado que somos.
La dignidad del pueblo mexicano está emplazada. Nuestros gobernantes, constitucionalmente instalados, deben saberlo, leerlo y escucharlo así, sin ambages, sin demagogias, sin retóricas falaces.