osMéxico está en decadencia y la realidad ya no puede más que ser parodiada para poder asimilarla, a ese grado de cinismo político gubernamental hemos llegado. Los acontecimientos que el país está viviendo estas semanas nos hace recordar una secuencia de la película El Infierno, estrenada en septiembre del 2011, inmortalizando una triste, pero real afirmación: “esta vida es el cabrón infierno; en este pinche país no haces lo que quieres, sino lo que puedes”.
Para el nuevo PRI, dirigido por el viejo PRI y auspiciado por el nuevo PAN, esta frase es un evangelio y ley de vida, pues han convertido la administración pública y sus derivados en un brazo más del crimen organizado. Son el cártel más poderoso y peligroso, capaz de corromper, manipular conciencias, torturar con hambre, amedrentar, controlar masas y someter a una nación.
La Dirección Nacional de Inteligencia de Estados Unidos catalogó a los cárteles del narcotráfico de México como una “amenaza de inteligencia significativa para las entidades estatales y no-estatales”, debido a su alto poder de generar narcoviolencia y corrupción, acusándolos de ser los responsables de los altos niveles de violencia y corrupción en ese país, y contribuyen a la inestabilidad en Centroamérica”.
Pero como reza un dicho popular: “la culpa no la tiene el indio, sino el que lo hace compadre”. Para que el narcotráfico y la delincuencia organizada adquirieran tal magnitud de poder existió un poder aún más grande que le abrió la puerta y le permitió infiltrarse en los rincones más recónditos de la vida política y social del país: el gobierno.
La historia de esta “narconovela” es más vieja que los asquerosos arreglos entre Yarrington y Oziel Cárdenas Guillen, líder del Cártel del Golfo y mucho más antiguo que la complicidad entre el ex gobernador de Veracruz Fidel Herrera y los Zetas. Esta historia de terror se comenzó a escribir desde 1929, cuando se formó un partido político absolutista y al probar el poder se envició y comenzó a hacer cuanto era necesario para prevalecer en él.
Desde entonces los grupos criminales comenzaron a tomar fuerza, y décadas más tarde alcanzarían un poder inimaginable, mismo que estuvo contenido mientras los pactos e intercambios de poder estaban controlados. El narcotráfico se realizaba libremente y las autoridades facilitaban y se beneficiaban de este gran negocio.
Míticos personajes que encumbraron a gobernadores, presidentes, alcaldes y legisladores, hoy son el oscuro pasado del nuevo PRI. Desde Miguel Ángel Félix Gallardo, que en la década de 1980 fundó el primer cártel de Guadalajara y se convirtió en el zar de la cocaína en México. Llegó a controlar todo el trasiego ilegal de drogas hacia los Estados Unidos; todo con la ayuda, colaboración y encubrimiento de Flavio Romero de Velasco, miembro del Partido Revolucionario Institucional, diputado federal en tres ocasiones y gobernador de Jalisco en ese entonces.
Otro capo de convicción priísta fue Rafael Caro Quintero, quien fundó el Cártel de Guadalajara, junto con Miguel Ángel Félix Gallardo, ambos impulsados, patrocinados y respaldados por Alfonso Genaro Calderón Velarde, gobernador de Sinaloa en 1979, quien prueba las primeras mieles de una representación popular durante el régimen del presidente Miguel Alemán, siendo su diputado federal consentido en la XL Legislatura; en 1951 fue tesorero municipal de Ahome; y presidente del Comité Municipal del PRI. A él se le atribuye en gran parte el fortalecimiento de los cárteles sinaloenses y jaliscienses de la época.
Amado Carrillo Fuentes, conocido con el sobrenombre de Señor de los Cielos, líder del Cártel de Juárez, también fue favorecido por los gobiernos priístas. La DEA describió a Carrillo Fuentes como el traficante más poderoso de su época, y varios analistas le atribuyen beneficios cercanos a los 15 mil millones de dólares, llegando a convertirse en el hombre más rico de México. Su principal padrino y colaborador, además de intermediario en el tráfico de estupefacientes en la frontera con Estados Unidos fue, según la DEA, Fernando Baeza Meléndez, político mexicano, perteneciente al Partido Revolucionario Institucional que ocupó entre 1986 a 1992 la gubernatura del Estado de Chihuahua.
Un grupo que también tomó un importante lugar dentro del crimen organizado del país, gracias al aprovechamiento de sus influencias y compadrazgo político, fueron la familia Arellano Félix, fundadores y líderes del cártel de Tijuana. Oscar Baylón Chacón, gobernador de Baja California en 1989 fue el principal protector y promotor del imperio Arellano Félix. Este personaje inició su carrera política siendo director de Obras del territorio chihuahuense; luego fue presidente Municipal de Tecate de 1959 a 1962, época en la que se presume conoció a Ramón Arellano Félix; director de Catastro en Juárez; diputado del Congreso de Baja California de 1965 a 1968; y oficial Mayor del Gobierno del Estado. En 1976 fue electo Senador de la República, cargo que desempeño hasta 1982 y el 6 de enero de 1989 fue designado gobernador.
También al sur del país, la confabulación entre el poder político y el del narco ha resplandecido; en Oaxaca, Pedro Díaz Parada, líder del llamado cártel del Istmo, traficó con marihuana y cocaína a su libre albedrio. Se le considera como el más importante productor de marihuana que ha tenido México, tendiendo su centro de operaciones en San Pedro Totolapa.
Con la ayuda del gobernador Manuel Zárate Aquino, a finales de la década de los 70, extendió su actividad hacia el tráfico de cocaína y marihuana, utilizando lanchas rápidas y avionetas. La protección de la policía estatal de Oaxaca y el poderío de los Díaz Parada era evidente, tanto así que creció a niveles internacionales.
El gobierno de Manuel Zárate Aquino, en el Estado de Oaxaca, se caracterizó por proteger a latifundistas, caciques y narcotraficantes que despojaban de sus tierras a los campesinos e indígenas; en esa época se produjeron asesinatos y desapariciones de campesinos e indígenas; persecución, secuestros y encarcelamientos de dirigentes sindicales, estudiantiles y populares, además de imposición de autoridades en la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca. El Estado quedó convertido en una especie de dictadura regional, donde reinaban el autoritarismo, la antidemocracia y la ilegalidad. Oaxaca era un polvorín a punto de estallar y todo el control lo tenían los Díaz Parada.
Estos son tan solo datos para reflexionar sobre la incursión y complicidad histórica del narcotráfico y los políticos en México. Poco nos debe de sorprender que actuales gobernantes sean vinculados con el crimen organizado, pues es una costumbre ya tradicional dentro de esas amañadas cúpulas para mantenerse en el poder. Ahora los actores secundarios han cambiado, ya no son los Arellano Félix, los Caro Quintero, los Díaz Parada o los Carrillo Fuentes; sin embrago los actores protagónicos siguen siendo los mismos: los del PRI.
No se puede tapar el sol con un dedo, o en este caso, con un copete. Yarrington, Fidel Herrera, Manuel Cavazos y Moreria, entre otros, son solo la punta del iceberg.
Esta es una razón más para buscar el cambio y la transformación real del país, el cártel del PRI y su brazo armado el PAN no deben, ni pueden mantenerse en el poder; hoy al pueblo le toca salvar al pueblo.