Dice el maestro Espinoza Paz, un ente de la música grupera, destacado compositor cuyo nombre original es Isidro Espinoza, “heridas fuertes/heridas en el alma/que acabaron con las ganas de seguir dándote amor” y en efecto luego le pasa a uno que le hacen las canciones al pedido, sobre todo en la adolescencia cuando anda uno conociendo de los besos y las manitas sudadas. Pero quienes también padecen de heridas fuertes y en el alma, son los partidos políticos.
La operación cicatriz es un instrumento utilizado para el remedio post preelectoral. Las heridas que quedan en un partido político después de una precontienda para la contienda seria, son luego curables mediáticamente pero siempre pasa que hacia el interior quedan ciertas cuestiones que no se acaban de arreglar. Este proceso doloroso de la política es un costo de la democracia —o del proceso de designación interna de los partidos— que es necesario padecer para poder encontrar la mejor propuesta ante las mejores propuestas de los demás partidos.
En el matrimonio, las heridas emocionales, son como una fina copa de vidrio, que se ha quebrado: con paciencia y voluntad se puede reconstruir esa copa de vidrio, e incluso se puede restaurar la copa de modo que pueda volver a su objeto de creación, pero las cicatrices “las pegaduras” siempre serán un tema de qué platicar, tanto por su evidente y notoria presencia, como por su significado.
El desgaste en los partidos muchas veces no se supera, salen a la luz —desde las precampañas— guerras intestinas que dejan al descubierto las pobrezas democráticas o éticas de que padecen los partidos. Esta realidad expuesta ante todo público, no olvidemos que aunque las precampañas van dirigidas a los miembros de un partido, todos los ciudadanos se enteran de lo que andan haciendo los precandidatos, convirtiéndose en un arma de dos filos: una herramienta mediática para ir “calentando” el ambiente y darse a conocer, o una especie de revista de chismes en que toda la sociedad se entera de todo lo que pasa al interior de los partidos. Ése es un riesgo que hay que correr, hay q’ir dijo el piporro.
Eduardo Vírgala, un investigador español, afirma que la democratización de los partidos es un requisito ineludible para que el “instrumento” partido, siga vigente, ante la ausencia pues, de otros modelos de participación democrática en la sociedad. No cabe duda que el tema de las cuestiones internas, siempre será un asunto polémico, pero también se presta a la reflexión: si no democratizamos los partidos, tienen sus días contados. Ahora, en los procesos de democratización, sería bueno pensar que el utópico de los partidos es que la representación que ellos provean, sea la mejor calificada, no sólo la más respaldada, es decir, ante la sociedad, lo que debemos tener es a los mejores hombres y mujeres por sus cualidades, por su experiencia —lo que no significa que sea un asunto de años de permanencia en el partido, sino verdadera experiencia en cuestiones de política y toma de decisiones, en temas de ética y de responsabilidad— y que sean los méritos profesionales los que dispongan la candidatura de alguien. La pregunta será ¿cuándo podremos hablar de esto? Aquí podría pensarse que eso depende de la sociedad que le exige a los partidos, pero además de eso o quizá por encima de esa exigencia social, la exigencia de los afiliados, deberá ser el tenor con que se escriba la democracia en su partido.