Neoanalfabetos a contrarreloj / Opciones y decisiones - LJA Aguascalientes
23/11/2024

 

 

Tanto en la vida pública como privada, estar informados del acontecer en el propio entorno, así como a lo largo y ancho del mundo, es condición indispensable para estar a tiempo en el conocimiento de los requerimientos de una respuesta oportuna, tan pertinente, adecuada y proporcional a los hechos como sea posible. La idea fundamental que identifica a un ser vivo que está en pleno funcionamiento es su capacidad de adaptación al medio, gracias a la prontitud y adecuación a las nuevas condiciones que el medio ambiente le antepone. No hacerlo lo sitúa en posición de riesgo y acaso lo enfrente al límite de su propia supervivencia.

Tratándose de la persona humana, la condición de adaptación vital, aparte de los mecanismos automáticos de supervivencia, depende puntualmente del conocimiento de su entorno físico y crucialmente de su interacción social. Este conocimiento se construye con los contenidos inmediatos que se van generando ya sea en el plano físico o en el social; para lo cual dependemos esencialmente de las ideas que, funcional y operativamente dicho, aprehendemos desde la información disponible. Esta última, en la práctica, la recabamos mediante la lectura, ya sea impresa en diferentes medios gráficos, o bien de manera digital mediante todos los nuevos gadgets de la tecnología de la información cibernética.

El punto es que de manera analógica con las reacciones instintivas de los seres vivos, el ser humano aprende, decide y reacciona gracias al equipamiento de ideas cabales con fundamento en la realidad. Esta aprehensión inteligente e inteligible de la realidad se construye y perfecciona gracias a la lectura. De ahí la suma importancia del analfabetismo como carencia precisamente de esta habilidad y acervo intelectual, que es calificada estrictamente como un tragedia humana.

Pero existe otro analfabetismo, uno que “convendría titular impuro, contrahecho, artificial, criatura de la educación moderna, que se alza, sin darse él cuenta, frente a ella, como el máximo acusador de sus fallas. Dado que sabe leer, y que, sin embargo, sigue siendo humanamente analfabeto, le denomino el neoanalfabeto” (Pedro Salinas, Madrid 1891-Boston 1951, autor y catedrático de Lengua Española, en su obra: Los neoanalfabetos).

Este autor distingue entre los neoanalfabetos totales y los parciales. A los primeros pertenece aquél que habiendo aprendido a leer, renuncia al uso de su capacidad lectora, salvo en lo estrictamente indispensable: correo, programas de TV, cine, espectáculos y la guía de teléfonos, acaso superficialmente las notas de deportes. Los que le acompañan son esos hombres que se autodenominan “hombres de acción”, prácticos o que gustan presuntuosamente de identificarse como “dinámicos”. Son amos del teléfono, acometedores de eventos e hiperactivos por ocupación; pero, eso de leer, para nada; no pierden tiempo en el reposo informativo, hay que actuar. La pregunta central para él sería: ¿actuar, para qué? Hay que observar que una idea genial o creadora puede generar más, mucha mayor acción que mil desplazamientos o desplantes sin enfoque, sin sentido, sin contenido. Y a este neoanalfabeto le acompaña “el enamorado del progreso moderno”, el que se basta a sí mismo con la adquisición de máquinas y técnicas. Instrumentalizar el mundo con estos mecanismos maravillosos es condición de su éxito; no importa desconocer las ideas creadoras de tales invenciones, sólo hay que aprovecharlas y que ruede el mundo de las ideas.

Y luego vienen los neoanalfabetos parciales, aquéllos que todavía usan sus dotes de leer, pero reduciéndolas a la mayor estrechez, que hacen caber bajo el generoso manto del “especialismo”. De los cuales el más prototípico es el propiamente llamado “especialista”, sea químico, biólogo o lingüista, siempre están ocupados “en lo suyo”, no hay tiempo para más; van al cine o al teatro a ver una obra “ligerita” sólo para distraerme un poco; y aún hacen ostentación de su analfabetismo, “yo no leo Literatura; no puedo”. También lo hay sociólogos que no pueden bajar de las cumbres de sus ensayos y análisis, y por eso “no leen novelas”.

Entre estos neoanalfabetos destacan los “políticos”, que se precian de ser consumidores infatigables de artículos de fondo, noticas de actualidad, ensayos sobre problemas del momento y alguno que otro libro de avisados reporteros que, en las tres o cuatro semanas que tardan en dar la vuelta a un continente, se dan el aire de recoger todas las palpitaciones y angustias de sus naciones, y las comunican generosamente al mundo. Gozan de la tertulia “informada”, de la conversación enterada en la mesa de café y en echadas a pelear con los vecinos, con tanta furia y valentía como gallos de pelea.


Esta clase de neoanalfabeto es la que vemos proliferar en las ruidosas y polvorientas campañas políticas, que tratan de cubrir territorialmente y “por aire” los distritos electorales, para saturarlos con sus sabias o pedantes arengas de cómo ellos sí harán la diferencia, porque son la promesa de futuro que el terruño local o el país esperaba. No importa que exhiban un minúsculo acervo intelectual, lo que importa es el porte y el espíritu emprendedor que te da un micrófono y la estructura partidista que te agrega audiencias improvisadas; en donde lo importante es el copioso aforo de las plazas, calles y salones. Pero eso de “informar y formar” verdaderamente opinión, bueno queda para aquéllos dedicados a arrastrar el lápiz, ellos los “políticos” deben ser incansables en el saludo personal, así sea con olor a sudor y tierra, porque así se labra una gran contienda política. Las ideas, los conceptos, la estructuración de programas, de planes, de políticas públicas quedan para “los técnicos”, que para eso están y para eso graciosamente los contratan; para derramar sobre esos otros alfabetizados los dones de su éxito público. Ser generador, creador de ideas-fuerza, es tarea para ratones de biblioteca, para los modernos “nerds”. De modo que para ser político así, basta con tener saliva suficiente como para el atril o la tribuna.

Y la lección de los neoanalfabetos continúa: hay artistas, pintores, actores, poetas –en masculino y en femenino-, que viven enamorados de su arte, así sea segmentado del gran aliento humanista que envuelve al habitante ya sea hombre o mujer de esta Tierra. Lo que me trae a la memoria aquel sabio y certero adagio de Dom Hélder Cámara: “Que ningún problema humano te sea ajeno”.

Al final, hemos de reconocer que se enciende un alerta respecto de esta palabra: “Leer”, por su tremenda equivocidad, que puede comportar, sobre todo cuando decimos “aprender a leer” o “saber leer” que en su nivel superficial es entender el significado de la letra escrita; hay que ir a lo más profundo: la aptitud para ensanchar las potencias del alma, para impulsar al individuo hacia la plenitud de su ser espiritual –la de ser un analfabeto que sabe leer-.


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