Los deficitarios del alma / Guía para adoptar un mexicano - LJA Aguascalientes
15/11/2024

Al mexicano le gusta estar en deuda, moral o material. Constantemente está dispuesto a vender su alma al mejor postor, si el diablo existiera, en definitiva sería el principal acreedor de los mexicanos, pero como el diablo no existe –de verdad, ¡no existe!–, son muchos los dueños de ese activo llamado dignidad: bancos, nuevos bancos, microbancos, tiendas departamentales, de electrodomésticos, abarroteros, prestamistas de barrio –despreciados como usureros por la industria del crédito establecida, a pesar de las muchas similitudes, y primera y última línea de crédito para muchos–, entre otros, muchos otros. Si el diablo existiera, bastaría ofrecer nuestra alma –supuesta riqueza– a cambio de otra riqueza –real, ésta sí–: tiempo, salud, dinero, fama, talento. El trueque saldría barato y sería justo, renunciar a nuestra alma por toditita la eternidad a cambio de lo que queramos. ¿Por qué no? Así lo entendió Robert Johnson, y gracias a ese desprendimiento espiritual podemos escuchar hoy las 29 geniales canciones del guitarrista de sonrisa enigmática. Quería ser el mejor, y lo fue, a un precio que se antoja de ganga. ¿La humanidad hubiera ganado algo si mister Johnson hubiera conservado su santa alma? No, otro buen samaritano, nada más. Por fortuna, don Robert tuvo el buen juicio de firmar un contrato con el Señor de las Tinieblas a cambio de obtener habilidades musicales sobrenaturales y se le concedió su deseo, y la fortuna se ha extendido hasta nuestros días y seguirá muchos años más. Pero como el diablo no existe –de veras, ¡no existe!–, la leyenda del bluesman del Delta es sólo otro cuento más de la mediocridad postrera para justificar su falta de talento (de Beethoven o Mozart se decían patrañas similares). Robert Johnson tenía un talento extraordinario, nada más. Si el diablo existiera, confiaría en nosotros, en nuestra solvencia, nos daría crédito, confiaría en nuestra voluntad y en nuestra palabra, en nuestra capacidad de honrar una obligación contraída –mediante un contrato firmado con sangre, claro está–, pero como el diablo no existe –en serio, ¿una personificación del mal?–, no tenemos otra opción más que tomar, casi a ciegas, los créditos que nos ofrecen otros mortales a cambio de nuestra alma y una que otra cosa más.

El mexicano se siente cómodo como deudor. Ahorrar le resulta engorroso, invertir le parece un riesgo y un peligro. Le resulta más familiar y conocido, por ejemplo, comprar a crédito un bien material pequeño, mediano o grande –ropa, auto, casa–, que emprender un pequeño negocio. Buscar, comenzar, echar a andar una nueva forma de hacer dinero es adentrarse en terrenos desconocidos, es salir de una zona de seguridad y confort, es tomar demasiados riesgos, pues además de perder dinero, se puede fracasar, y eso pesa mucho, más que las monedas y los billetes. Mejor no. ¿Guardar dinero?, ¿para qué?, quién sabe si mañana haya vida, hay que gastarlo o, mejor aún, utilizarlo para contratar deuda. Así, en sus cuentas mentales, al mexicano le parece un gran negocio demostrar que gana un peso para obtener otro peso más a crédito y tener, ipso facto, dos pesos en el bolsillo, él es el que sale ganando, incluso en el fondo cree que hace tontos a los otros: le dan un peso más y él sólo tendrá que dar nueve centavos al mes por 24 meses, ¡qué tontos son!, ¡qué gran oportunidad!

Si entre sus planes próximos está adoptar un mexicano, siga con cuidado los siguientes pasos. Tenga en cuenta que la deuda es el diablo y que su mexicano es un fanático religioso de las dos cosas.

Primer paso: el punto de partida es volver a su mexicano un administrador concienzudo y riguroso de sus recursos. No será tarea fácil, pues años de fatalismo católico lo han vuelto un derrochador fervoroso. Su mexicano habrá de ceñirse a un presupuesto con austeridad asceta y habrá de llevar las cuentas con minuciosidad Médici. Para lograr estos objetivos, hágale firmar un contrato por su alma. La firma al calce, por supuesto, debe ser con sangre.

Segundo paso: una vez que su mexicano se haya vuelto un buen administrador, el siguiente paso es enseñarle a guardar los pequeños o pequeñísimos excedentes que tendrá de cuando en cuando. Esos pequeños ahorros podrán parecer poca cosa en el corto plazo, pero hay que hacerle ver que a largo plazo, por el interés compuesto, éstos pueden multiplicarse de manera exponencial. Para que su mexicano cumpla con los objetivos, se recomienda renovar contrato como el anterior y reforzarlo con una Walpurgisnacht.

Tercer paso: una vez que su mexicano sea un buen administrador y un ahorrador regular, el siguiente paso será que aprenda a invertir los excedentes de efectivo acumulados. Un nuevo emprendimiento, acciones, bonos, petróleo, oro, bienes raíces son buenas opciones. Recuérdele a su mexicano que un auto para uso personal no es una inversión, una casa tampoco, no producen dinero, sino todo lo contrario. Nuevamente, para que su mexicano alcance sus metas de inversión, se recomienda firmar con sangre nuevo contrato por su alma y, para reforzar los compromisos adquiridos, obligue a su mexicano a escuchar mucho black metal. Esto es totalmente inocuo, pero su mexicano creerá a pie juntillas que lo que escucha son las mismísimas voces del averno.

Preguntas frecuentes: ¿El mexicano cree en el diablo? Sí. ¿El mexicano cree en sí mismo? No. ¿El mexicano cree en Dios? Depende.

 

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