Por José Luis Villalpando Ortega
Ya estamos entrados en el proceso electoral de 2013 en nuestro Estado. Y con ello comienzan a sonar los spots del Instituto Estatal Electoral alentando a los electores al voto. En la semana, transportándome a la universidad, escuché en la radio uno de estos anuncios, que decía: “el voto es la manera que tenemos como ciudadanos para decir lo que pensamos”. Por unos segundos me quedé pensando en lo que acaba de escuchar, y me pregunté: ¿el voto es el único medio que tenemos para emitir nuestros juicios, opiniones y argumentos sobre la vida cívica de nuestra sociedad?
La mayoría de las veces que hablamos de democracia, la primera imagen que se nos viene es la de gobernantes, partidos políticos, elecciones, voto. Lo curioso pasa cuando mencionamos términos como familia, escuela, fraccionamiento, colonia o amigos. Estas palabras difícilmente las relacionaremos con democracia o política. Y esto sin duda sucede, porque la enseñanza cívica que recibimos del carente y obsoleto sistema educativo, nos refiere a una política autoritaria, característica del siglo XX. La idea formada de la política es de agentes gubernamentales –de los clásicos políticos- separados de la sociedad civil; como si fueran dos esferas completamente distintas en un mismo espacio. Con asertividad diremos que esto es una falacia.
Hoy en día se nos habla mucho de democracia, que nuestro país está en vías de ser plenamente democrático, y que contamos con legislaciones eficientes e instituciones protegiendo los derechos de los ciudadanos, como el voto. Pero la idea de democracia nos pide más que ello. Pocos son los ciudadanos que comprenden qué cosa es eso que llamamos democracia. Y por comprender, no sólo me refiero a hacer una reflexión o a emitir un juicio crítico sobre el tema. Comprenderlo significa experimentarlo. Es necesario vivirlo.
Si bien política y democracia son términos distintos, son conceptos complementarios. En estados en el que existe un autoritarismo férreo, difícilmente existirá un sentido amplio de hacer política. En cambio, una sociedad altamente democrática comprenderá que la política es el espacio donde el ciudadano, comenzando por uno mismo, participa en pro y beneficio de los que conforman la sociedad. Por ello, entre mejor compromiso haya hacia la política, hablaremos de un Estado democrático.
Los griegos no se equivocaron al nombrar su sistema polyteia; es decir, lo referido a la polis. Y al mismo tiempo, los consideramos como los creadores de la democracia. Esto no fue posible sino por su sentido de pertenencia a un grupo, a una comunidad, a un Estado. Ellos entregaban parte de su privacidad (incluyendo su familia, su trabajo, las ganancias, y sobre todo, su tiempo) a la discusión de los problemas que incumbían a todos: la participación en la guerra, la elección de autoridades, la distribución de los recursos como el agua, etc. Comprendían que toda decisión tomada afectaría a sus intereses como ciudadanos libres e individuales. Así, su libertad les exigía ceder parte de sí mismos para ganar. Existía un perfecto equilibrio entre la libertad –considerada como aspecto del ser individual- y la igualdad –en dirección a la comunidad-. Los griegos crearon la democracia porque desde su individualidad lo consideraron benéfico para todos.
Si bien las sociedades han cambiado mucho, y en nuestro país distamos en muchos aspectos de ser parecidos a los griegos, la idea que presumimos sigue teniendo su raíz. La democracia no es sólo votar. No es sólo emitir un juicio, muchas de las veces pasionales, hacia un color, un candidato o movimiento. Es ser parte de ello. Y para dar ese paso se necesita otorgar muchos aspectos de nuestra privacidad en beneficio de la comunidad, siendo aquí donde se nos traba el sistema.
Ciertamente, la dificultad para lograrlo parte de nuestra ineficiente educación en la cultura cívica y la ética política. Pero en el fondo no es complicado. Aspectos democráticos los vivimos todos los días: cuando una pareja se comunica adecuadamente para decidir el rumbo de su relación; o cuando una familia en un domingo se pone de acuerdo para saber a dónde pasear. Cuando en una escuela se reúnen los directivos y los maestros para preparar la ceremonia de graduación; o cuando una junta de colonos se comprometen para limpiar un terreno baldío. Aquí hacemos política con un alto sentido democrático, pues no imponemos intereses egoístas sobre el agregado grupal, sino que llegamos a un acuerdo.
Pero, ¿qué pasa entonces al ampliar nuestros ejemplos? ¿Qué sucede cuando reflexionamos sobre alguna legislación que no nos beneficia como sociedad civil o cuando se reprime algún grupo por expresar sus ideas? ¿Qué pasa cuando no estamos de acuerdo –nuevamente, como sociedad civil- en la asignación del presupuesto, que son nuestros impuestos? Nos quedamos de brazos cruzados, siguiendo en nuestra cómoda privacidad, como si esto fuera asunto sólo de los políticos. Y nos indignamos, decimos que está mal, pero nos pasamos de largo. La separación de la sociedad civil con la sociedad política es producto de la apatía y la pereza por hacer política. Porque pensamos que eso sólo es para los políticos. Ello es un pensamiento incompleto; la política es de los ciudadanos, es una característica de nuestra naturaleza. Somos capaces de decidir, crear nuestras leyes, tener compromisos.
Parafraseando al politólogo italiano, Gianfranco Pasquino, la democracia nos exige un compromiso latente con el grupo social en el que nos desenvolvemos. Nos exige el respeto y la obediencia a la ley por todos, la comunicación efectiva entre los distintos agentes sin importar la jerarquía, la inclusión de otros participantes en la toma de decisiones colectivas, y sobre todo la organización por llevar los intereses de grupos en un debate más amplio. Porque las grandes transformaciones sociales se han dado bajo un esquema de organización. De movimientos y manifestaciones que exigen a la autoridad el cumplimiento efectivo de sus funciones.
Por ello, en las próximas elecciones además de emitir el voto consciente de las propuestas y los candidatos, busquemos la manera de vivir en la democracia. Organicemos juntas vecinales para promover cambios en la legislatura, para agilizar los servicios públicos, para que se respeten las reglas en nuestra colonia. Emprendamos manifestaciones públicas para requerir el cumplimiento de la ley, la repartición de justicia y el respeto de los derechos. Exijamos a los representantes cuentas claras y actividades responsables en pro de quienes conformamos la comunidad. Innovemos con cualquier otra actividad social que aliente nuestra libertad y responsabilidad política. Y por supuesto, admiremos y comprometámonos con quienes lo hacen, porque ya viven en democracia.