Si bien coincido con la mayoría de los ciudadanos respecto a la pésima imagen de los “políticos”, no por ello concuerdo con el abstencionismo paralizante, con el sumario juicio de “todos son iguales” que lleva a convalidar en los hechos todo desatino de la vida pública. En este contexto, actuar en la arena política implica distinguir los matices del gris y definir cuál es el “mal mayor” que se busca evitar; para mí, de acuerdo a mi experiencia es éste el PRI y desplazarlo como partido gobernante deviene en prioridad, aunque también haya que distinguir matices en este terreno.
Descartando de arranque los extremos que simplifican y achacan al PRI o cuánto mal ha asolado al país en el último siglo o la construcción de las instituciones que casi nos han llevado a la modernidad, se deben poner en perspectiva tanto los actos de represión y autoritarismo como fueron la masacre de León en los años 40 o el 2 de octubre de 1968; o el desarrollo de sistema de educación pública que logró casi desterrar el analfabetismo o la constitución de un aparato político lo suficientemente estable para ahorrarnos las dictaduras como las del cono Sur; sin embargo todo dentro de una tónica donde la negación y la limitación de las libertades democráticas y la corrupción y apropiación de los recursos públicos marcaron su estilo de gobernar. Reconociendo que entre priístas hay diferencias, llegado el momento se cierran filas en pro de su visión de autoridad y lucro personal; ninguna reforma interna los llevaría a romper el vínculo de impunidad que los suelda.
Si el juego democrático electoral es la vía para el cambio político, son los partidos las opciones que se deben considerar para una participación, centrando en este caso en el PAN y PRD la baraja de posibilidades, sobre todo ante la alianza que han signado en el estado. En la primera victoria del PAN en 1995, poco importaba la nula experiencia de gobierno del candidato a alcalde de la capital o la ausencia de una propuesta mínimamente coherente, lo importante era cascarle la corona al PRI, las metidas de pata del mosco Reyes como alcalde quedaron como daños colaterales de la democracia; si bien poco mejor fue el saldo del primer gobernador panista, quien guiado por el pragmatismo supo evitar fundamentalismos y administrar con cierta eficiencia, las evidentes corruptelas del segundo abrieron las puertas a esta restauración priísta. La lección es que nunca más se debe otorgar “carta blanca” sólo porque no es el PRI; una propuesta coherente, integrada y modernizadora debiera ser pre requisito para asignarle el voto, pero esto es lo que hemos visto del PAN: lugares comunes, consignas simplistas y, sobre todo y a la menor provocación, exhibición de un conservadurismo cristero donde pareciera que el obispo dicta su agenda. Tal vez la experiencia de la debacle republicana les es muy lejana, pero si en los dos últimos procesos el simplemente apostar a que la ciudadanía es católica y conservadora no les brindó ninguna ganancia, quizá la lección les debiera obligar a pensar un poco más sus propuestas, empero no dan ningún signo en este sentido.
En el contexto de la alianza, el PRD bien podría aportar los elementos cualitativos para integrar una agenda moderna, donde los derechos y libertades sociales e individuales llevarán primacía y se transitará del clientelismo y asistencialismo hacia la ratificación y exigibilidad de derechos humanos y sociales; empero, fieles a la cruz de su parroquia, en materia económica se está reciclando por enésima vez su agenda decimonónica, donde la sacrosanta soberanía petrolera es piedra fundacional, el rechazo a la reforma hacendaria modernizadora deviene dogma, incluso la conservación de los equilibrios financieros siguen causándoles resquemores, demostrando que su capacidad de aprendizaje es nula o limitada, pa que no se enojen tanto. Lo peor viene en el terreno de las libertades individuales, donde replicando la lectura que la población es “católica y conservadora” el PRD ha asumido una posición medrosa, como si esperara también la bendición del obispo, incapaz de salir a la palestra en defensa de una posición mínimamente liberal. Ante la campaña por la “defensa de la vida” por ejemplo fueron diversas organizaciones de la sociedad civil quienes se atrevieron a salir a cuestionarla, mientras el PRD no dijo ni “esta boca es mía” y usaba retruécanos políticos para justificar su inacción; a nombre de la alianza ni siquiera se han atrevido a cuestionar los dislates del panismo más cavernario, recientemente desatado.
Mal negocio se hace cuando los dos socios aportan más sus limitaciones e incapacidades que sus potencialidades; dos debilidades no conforman una fortaleza y las ignorancias no sólo se suman, sino se potencian. Quizá la alianza no esté destinada al fracaso, la posibilidad de la combinación de un mal candidato priísta con un buen candidato aliancista no es remota y bien pueda dar lugar a otro giro en la alternancia, pero sin que esto represente una mejora que la ciudadanía evalúe como saldo positivo de la democracia, sino por el contrario un episodio más que confirme el “todos son iguales”.
Si bien había manifestado mis intenciones de volver a la “arena política”, ni la defensa de la vida ni de la soberanía petrolera entran en mis prioridades, en consecuencia mis opciones serán la observación, el comentario y, chance hasta no anule mi voto en este proceso. Dicen hay otras opciones pero dejemos su autopsia para nuevas oportunidades.