El imperio blanco era por designio tuyo, el emperador Marco Aurelio te lo había heredado, por sus palabras te nombró próximo emperador. Cómodo supo que el imperio no iba a servirle a él y decidió deshacerse de Marco Aurelio, en esta ocasión no lo asesinó como en la ficción, lo desterró a tierras bávaras, y tu tragedia fue que te quedaste como soldado, que de ser emperador pasaste a segundo plano, te perdonaron la vida una y dos veces porque Cómodo sabía que el ejército estaba contigo y fácil lo podían derrocar.
Ganaste un par de batallas para un emperador que no se merecía el imperio blanco, no fue ni elegido por el pueblo ni por el senado, él se autoproclamó emperador. Caíste herido en una batalla como si Cómodo te hubiera mandado a lastimar, por traición, por medio de uno de tus soldados más fieles. Pero el emperador fue audaz y trajo a un soldado siervo suyo, que se infiltraría en el ejército y lo despedazaría en tu contra, traicionando así los intereses blancos, la fortuna del imperio y los valores históricos.
Te recuperas en una casa lejos del campo de batalla, vuelves con tus armas, con tus manos, sano y listo, como siempre lo has estado de defender la retaguardia de este imperio blanco y de este ejercito que te había nombrado capitán, pero ahora Cómodo, ese emperador traicionero que desterró a Marco Aurelio, que destruyó tu ejercito y te reemplazó te pone un alto, te afirma que ya no eres soldado, eres utilero, eres el que va a recargar las armas, va a limpiar los rifles y los fusiles, pero algún día como un Gladiador tomarás venganza, en alguna batalla tendrás razón, darás un golpe al emperador, volverás por lo que fue tuyo, por tu imperio, por tu ejército, más tarde que temprano aquel Cómodo Mourinho se arrepentirá de negarte el acceso a lo que siempre ha sido tuyo: el Imperio Real de Madrid.