Hace poco me estuvieron contando, explicando, lo que significaba en términos simples las compras de “Futuros” que tanto se usan en el mundo bursátil. Los Futuros no son otra cosa que compras garantizadas desde hoy y con un precio fijo, independientemente de las condiciones y el precio que lleguen a tener los productos. Es como ir con un campesino y hacer un contrato donde él se compromete a vendernos 10 toneladas de aguacate a seis pesos el kilo en marzo del año entrante, y nosotros nos obligamos a comprarle a ese precio. Los Futuros son, al fin de la cuenta, ventas garantizadas por adelantado. Estas operaciones tienen la ventaja para el vendedor de que su producto ya tiene Cliente y se encuentra vendido de antemano; mientras que para el comprador la ventaja radica en comprar el producto a un precio muy razonable y asegura que su compra futura no se vaya a ver afectada por alzas importantes en el precio de mercado a futuro. La obligación del vendedor es entregar en la fecha establecida la cantidad de producto a la que se comprometió, pase lo que pase. Si su cosecha se pierde por cualquier motivo, su responsabilidad de entregar al vendedor la cantidad estipulada permanece, de manera tal que el vendedor, en caso de haber perdido su cosecha llegado el plazo fijado, tendrá que comprarle a otro productor la cosecha para cubrir su contrato, pues las penalizaciones en la compra y venta de “Futuros” son muy grandes para que sirvan de incentivo para que las partes cumplan con lo pactado. De igual manera, el comprador está obligado a entregar al vendedor el precio pactado, sin salvedad, sin excusa ni pretexto. Así las cosas, pareciera que los Futuros son en esencia un trato conveniente para ambas partes. Y en general lo son, salvo cuando alguien comienza a especular para mover los precios del mercado. Ya pasó más de una vez que alguien ejerció su influencia económica en los mercados para variar el precio y beneficiarse de su compra de “Futuros”. El caso más relevante se trató de la compra de plata a mediados de los años 90, que fue el tiempo fértil para todos los grandes especuladores. Así, una asociación de individuos se dedicó a comprar en “Futuros” toda la producción de plata de la mayor parte del planeta. El truco fue sencillo aparentemente, prometieron comprar a dos pesos (por poner un ejemplo) toda la existencia que pudieron pactar para 1995. Pidieron a sus vendedores más producto del que sabían que podían producir para la fecha. Y los vendedores pensaron que, siendo una venta segura, la diferencia la podrían comprar en el mercado y cumplir con el contrato obteniendo una muy buena ganancia. El problema para los vendedores fue que cuando quisieron comprar el excedente se encontraron con que toda la plata disponible estaba ya en manos del comprador, y que todos los yacimientos conocidos tenían el compromiso de vender su producción al vendedor, lo que tuvo repercusión en que el comprador puso un precio de venta del triple del valor al que estaba comprando.
Otro caso de especulación bursátil de “Futuros” lo hicieron los matemáticos Myron Scholes y Robert Merton, ambos galardonados con el premio Nobel de Economía en 1997. Ellos desarrollaron una fórmula estadística conocida como la “Caja Negra” en el que calculaba el precio de las acciones a futuro, y vendían a los inversionistas la posibilidad de comprar tal o cual acción de una empresa en el futuro a un precio fijo, independientemente del valor que ésta llegara a tener al vencimiento del contrato. Así en 1993 formaron una empresa llamada “Long Term Capital Mangment” que garantizaba un precio de compra fijo a futuro para cada acción contratada. La premisa era básica. Por un cinco o 10 por ciento del valor de la acción que el inversionista pagaba, ellos se comprometían a mantener el precio de dicha acción para una fecha futura, según los cálculos de su fórmula de riesgo y de comportamiento bursátil. Si la acción no subía de precio, el inversionista no ejercía la opción de compra, y sólo había perdido el cinco o 10 por ciento del contrato de “Opción”. En cambio si subía, el inversionista ejercía su opción de compra al tiempo en que había realizado el contrato y obtendría una ganancia. La fórmula usada por Scholes y Merton, les llevó a ser una de las principales fuerzas bursátiles internacionales en sólo cuatro años. Para 1997 la compañía poseía un capital de 7 mil millones de dólares en sus activos, pero tenía un portafolio de 26 mil millones. Los 19 mil millones de diferencia eran créditos que la compañía usaba para especular. Su fórmula estadística casi siempre funcionaba y el negocio marchó viento en popa desde el principio, hasta que intervino en el mundo financiero una variable que su fórmula no podía calcular: Rusia se vio envuelta en una crisis que derivó en una crisis bursátil internacional, que disparó el precio de muchas de las acciones que tenía en opción. En 21 días del mes de agosto del 1978 la compañía había perdido más de 550 millones, y un mes después el gobierno de Estados Unidos tuvo que hacer un rescate financiero para evitarles la quiebra. La especulación es un negocio de dos direcciones, y en cualquier momento puede dejar de ser un negocio y convertirse en una verdadera pesadilla.