A primera vista la Plaza del Sol en el corazón de Madrid parecía invadida por un ejército de trabajadores municipales de limpia. Con sus chalecos color verde brillante se distinguía a una enorme cantidad de personas entre la multitud que a la hora pico de entrada al trabajo caminaba por la plaza. Pero al acercarme pude distinguir que mientras con esa vestimenta y una escoba eran apenas unos cuantos, todos los demás tenían un letrero en el pecho: “compro oro”. Así llamaban la atención para abordar a los transeúntes ofreciendo “los mejores precios” para arrebatar de su competencia en las mismas calles y plazas a quienes cedían ante la insistencia de venderles sus anillos, pulseras, cadenas, brazaletes y todo tipo de joyas con algún contenido del metal amarillo.
La escena se repite en casi todo el centro de la capital española y en diversos lugares públicos. Según me informan, también sucede en otras ciudades de la península ibérica y, aunque en menor medida, igual sucede en varias ciudades más del antiguo continente. Es constante, e incómodo para el visitante, esta forma de ser abordado por alguien que te demanda constantemente comprarte el oro que puedieras traer encima. El desempleo ha hecho que muchos españoles encuentren en esta práctica la solución, al menos temporal, de la falta de ingresos. Pero por otra parte descubre una nueva y creciente fiebre del oro, en un mundo que teme un próximo colapso en las cotizaciones de las divisas.
Es muy sintomático el renovado y ferviente comercio de oro en el continente donde el sistema bancario parece haberse encontrado en un callejón sin salida. El caso del obligado pago por el rescate bancario por parte de los depositantes chipriotas dictado hace unos días, ha provocado que millones de europeos pongan sus barbas a remojar. En Europa huele ya a un posible colapso financiero y muchos, como protección ante ello, buscan cambiar su tenencia en divisas por el preciado metal dorado.
México parece no querer quedarse atrás. Hace unos días en su columna Bajo la Lupa en el diario La Jornada, Alfredo Jalife rescató la insólita noticia que en forma radiofónica daba The Voice of Russia el último día del pasado mes de febrero: “las reservas de oro, compradas fehacientemente por el Banco de México y extrañamente depositadas en el banco central británico (The Bank of England, BoE), parecen haber sido alteradas en su cantidad y calidad física”. La noticia, ha sido retomada por fuentes de información financiera, ajenas a cualquier duda de tinte ideológico, como el portal suizo The Daily Bell (5/3/13).
Como lo demuestra la historia de todas las operaciones de pánico con valores financieros, el riesgo de acelerar un colapso con dichas operaciones es muy alto y siempre son más los que pierden que los que ganan. Según las notas que rescata Jalife, al parecer México es ya uno de los grandes perdedores. La fiebre del oro ha llevado al Banco de México a ser víctima de uno de los más burdos timos con metales preciosos que realizan los comerciantes sin escrúpulos. Nos han cambiado los millones recién adquiridos en lingotes, supuestamente depositados en las bóvedas del BoE, por simple papel; una promesa de entrega a futuro de un metal que parece no existir. El mundo, lo hemos dicho una y muchas veces en esta columna, posee como valor en papel y asientos contables una cantidad exorbitantemente mayor que la cantidad física de valores reales –como el oro y la plata- que existen en el mundo. Los otrora confiables bancos internacionales, como el personaje de doble personalidad de la novela de Robert Louis Stevenson, doctor Jekyll y señor Hyde, han mostrado su cara tenebrosa. En un evento que, además del serio problema que para las reservas internacionales de nuestro país, provocarán una oleada de desconfianza global de incalculables consecuencias.
Pero la paradoja de esta crisis donde el oro resulta ser el eje de todo el problema global, es que quien logre acumular más de este precioso metal, no tiene asegurada su supervivencia. Como en las películas de piratas podríamos estar a punto de ver a varios esqueletos abrazando firmemente su cofre con oro. El metal no se puede comer.
La voracidad financiera representada por la sed de riqueza ficticia –divisas en asientos contables virtuales y papel- está tocando al mundo de los valores reales –el oro, los metales y los bienes comercializables como el petróleo- de una manera tal que sólo provocarán su escasez. El mundo de las finanzas al demandar una cantidad creciente de oro, sólo logrará avivar la avaricia y llevar a la quiebra a millones.
El tema que nos ha traído al viejo continente cobra un sentido muy interesante en estos días. Si en el pasado los imperios coloniales extrajeron oro, plata y diamantes de las entrañas de las tierras americanas y africanas, su amor –su vicio- por esos recursos puede resultar su colapso si no los pueden transformar pronto en los valores que sí garanticen la supervivencia: agua y alimentos.
México, como todos los países de América tiene lo que tanto necesita la Europa de principios del siglo XXI: una renovada vitalidad. La riqueza de nuestro continente está en su capacidad de producir energía renovable –con sol, aire y mareas- y alimentos en las ricas tierras de valles, planicies e incluso selvas. La oportunidad para salvar al mundo de la locura financiera está, paradójicamente debido a la crisis, como nunca antes en la era moderna al alcance: el intercambio entre bienes reales y tecnologías ambientalmente amigables es hoy el recurso más valioso que podría tener el mundo. Sólo es cuestión de hacer a un lado la voracidad para entrar a una nueva era de solidaridad.
Twitter: @jlgutierrez