Impávida la población de México recibe la noticia de que en Chipre se ha decretado una restricción generalizada a los retiros que pueden realizar las personas de sus cuentas bancarias. Una de las más pequeñas economías de la Unión europea está siendo conejillo de indias para un esquema que pretende salvar a la banca. Si funciona, como sucedió en Argentina con el llamado “corralito” hace casi tres lustros, ya pueden ir poniendo sus barbas a remojar en España, Portugal y posiblemente otras economías mayores. A fin de cuentas, el propósito superior, propósito al que nos hemos ya acostumbrado a servir, es el de salvar al sistema bancario de las consecuencias de su propia voracidad antes que a sus usuarios.
Toda persona con depósitos de 1 a 100 mil euros en la banca radicada en Chipre, tendrán que contribuir con el 6.75 por ciento lo que al viernes marcaban sus estados de cuenta –de ahorros y cheques- para cubrir lo que a los bancos les ha faltado para dejar a salvo los depósitos de todos a los que la misma banca dejó desprotegidos. Quienes tenían un saldo superior, contribuirán voluntariamente a fuerzas con el 10 por ciento. La banca chipriota, al igual como lo hicieron todos los bancos a nivel mundial, prestó el dinero de sus ahorradores de forma irresponsable en créditos que a la larga no serían recuperados. Claro, lo han prestado para cobrar comisiones e intereses que ya sumaron a sus utilidades, pero como aquéllos a quienes prestaron no lo han podido devolver, pues que paguen los demás incautos depositantes, que “las ganancias de la banca son intocables.
Así como el mecanismo funcionó en Argentina, también funcionó en México en el 98, pero entonces no se dijo claramente que al final pagarían justos por pecadores. En aquel entonces, el gobierno mexicano cubrió con dinero de las arcas nacionales el faltante bancario –faltante que se resumió en el Fobaproa- para que sin darnos cuenta lo pagáramos todos, depositantes y no depositantes, durante 20 años. Ese agujero en las finanzas públicas equivalió al presupuesto de todo un año del gobierno federal. El dinero destinado a pagar lo que en su momento debían haber pagado los bancos, como consecuencia de su voracidad al prestar mucho más de lo que su capacidad les permitía durante los años del salinismo, nos ha faltado desde entonces en infraestructura nacional –carreteras, vías férreas de trenes rápidos, sistemas de hidráulicos, energéticos y de telecomunicaciones, programas de ayudas sociales, etc.- que nos hubieran permitido tener un crecimiento sostenido en 5 por ciento o 6 por ciento anual. Ese crecimiento nos faltó para que hoy no tuviéramos más de la mitad de la población viviendo en extrema pobreza y tantos jóvenes huyendo a buscar oportunidades del otro lado de la frontera o como carne de cañón de la delincuencia organizada.
Pero a final de cuentas uno se pregunta cómo es posible que a los bancos les falte dinero para llenar sus propios faltantes cuando es precisamente el sistema bancario, -según nos enseñan desde los primeros años de las carreras comerciales, bancarias y económicas-, el único ente capaz de crear dinero bajo el modelo capitalista en el que vivimos.
Los bancos crean el dinero a partir de los préstamos que piden las personas, las empresas y los gobiernos –acreditados-. De la nada, a cambio de una garantía real –de un bien que físicamente existe-, emiten un cheque que puntualmente anotan, por un lado como cantidad que les debe el acreditado y, por otro, cantidad que ha quedado abonada en la cuenta del acreditado. Así el banco se convierte en el único autodesignado emisor del medio de cambio. El acreditado queda comprometido a devolver con dinero –obtenido de otros, comprando, vendiendo, especulando, etc.- tanto la cantidad que se le ha prestado como los intereses. En este modelo que hemos aceptado como el válido para el sistema económico, los pagos entre todos los miembros de la economía como hacia los bancos, el gobierno y entidades en el extranjero, todo se hace con esa moneda de la cual el sistema bancario es el único emisor, usufructuario, recolector, vendedor, cancelador.
Así, el sistema monetario/bancario ha secuestrado el concepto de valor. Lo que originalmente era valor, el producto del trabajo humano manifestado en cosas, ya fueran bienes de consumo o de inversión –tractores, computadoras, sillas- ha quedado reducido en este sistema monopolizado por la banca en un concepto tasable únicamente con moneda. Lo que es peor, con la moneda cuyo único creador es el sistema bancario.
El caso del “corralito” de Chipre, como en su momento lo fue el de Argentina y el rescate bancario a través del Fobaproa, resulta el más aberrante de los atracos que un monopolio –en este caso el del dinero- puede realizar sobre una población pasiva y mantenida a posta en la ignorancia. Chipre es el ensayo, acotado a la isla mediterránea, para una solución a la crisis monetaria global.
Cuando el valor ha sido secuestrado de la capacidad humana para generarlo -mediante el trabajo el real creador de valor-, el mundo en su totalidad queda a merced de los pocos que manejan la banca. La única salida viable, decorosa y realista de esta crisis, es que el ser humano organizado en colectivos cuyos integrantes se concedan mutuamente un reconocimiento real y confianza, comiencen a emitir sus propias medidas de valor, sus propios instrumentos para la transacción. Porque una moneda no es continente de valor, es un instrumento de medición. El valor sólo es generado a partir del trabajo humano ya que es lo único que puede crear las cosas/servicios que pueden ser usadas o intercambiadas. Con el “corralito” chipriota queda de manifiesto lo que cada vez más personas afirman: No es una crisis la que vive el mundo hoy en día, es un atraco.
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