I
¿Qué de especial tiene conocer a un escritor? En “Homo scriptor”, Augusto Monterroso dice: “El conocimiento directo de los escritores es nocivo.” ¿Se podrá decir lo mismo sobre los lectores? ¿Qué es mejor: conocer al lector o imaginarlo?
Podríamos clasificar, burdamente, a los lectores en dos: conocidos y desconocidos. Los primeros: amigos, enemigos, etc., cuyos rostros conocemos. Los segundos -sin ser de ésos que se ocultan bajo un seudónimo-: una incógnita. En un lado hay compromiso, en el otro no sé.
II
Un abogado puede contar los días que ha ejercido su profesión desde la primera vez. Un médico, también. No sé si ocurre lo mismo con los escritores, pero lo más probable es que no. Al menos yo tendría problemas para asegurar cuál es la fecha exacta en que empecé como tal. Hace ya bastantes años que me tomo la escritura como algo en serio; pero eso no convierte a alguien, en automático, en escritor. Es un paso de varios. Los otros: disciplina, leer (obsesivamente), escribir y corregir. Todo esto, considero, forma a quien escribe. En algún momento de entre 2009 y 2010 puedo decir que me hice escritor. Un factor que ha influido en ello es haber ingresado como columnista en La Jornada.
A mediados de 2009, si no me falla la memoria, Edilberto Aldán me invitó a publicar para La Jornada Aguascalientes. Quizá porque me consideraba inmaduro o inseguro, decidí no enviar nada. En ese momento sólo escribía para México Kafkiano (MK) y, dada su naturaleza –o lo que entendemos por blog: cualquier cosa es publicable-, ahí me era permitido escribir ensayos académicos, poemas, o subir videos, fotografías, etc. Esto es que MK, en ese entonces, era un lugar para entrenar. En 2010 regresó la invitación. Acepté. Intitulé la columna “The Insolence of Office”. (Aldán me dijo que el nombre era malísimo. Pero dicho por quien nombró a la suya “Perdón por intolerarlos”, no le di mucho crédito). Aquí estoy.
En ese primer momento, por lo regular, me interesaba escribir sobre publicidad y política (ambos temas, eventualmente, pasaron a ocupar un lugar secundario). Después, con más frecuencia, comencé a publicar crítica cultural (literaria, de arte, institucional). Ahí me he enfocado porque son los temas que me apasionan.
III
Sin embargo, el desencanto apareció. Acaso lo que me resultaba más atractivo de compartir la columna era la posibilidad de dialogar con los lectores a través de las redes sociales (concretamente en Facebook). Ese entusiasmo, actualmente, ya no lo tengo: primero porque, en su mayoría, las personas que me leían eran amigos o conocidos; segundo porque me di cuenta de que Facebook no me servía para eso. Pasó el tiempo y dejé de dialogar con los lectores y me limité a sólo subir el enlace al texto. Incluso eso me ha dejado de parecer interesante. Ahora -y aproximadamente desde hace cinco meses- ya no subo mi columna (hago una excepción por esta vez).
Para mi sorpresa esto ha tenido un cambio positivo: a veces me asomo a los textos en la página web del periódico y veo que la columna tiene unos cuantos “likes”: el lector, otra vez, es una incógnita. Aún mejor: no ha llegado al texto por mí, sino por sí mismo (lo cual tiene más mérito). No sé cómo luce ni cuáles son sus gustos. Ese lector desinteresado me parece más genuino porque no tiene ningún tipo de compromiso. No tenemos, en teoría, ninguna relación. Lo único que sé -y que me importa- es que le agradezco su tiempo, su lectura y su interés. Así, prefiero la imaginación: el escritor imaginando a su lector; el lector imaginando al que escribe. Mejor así que conocerse. Mejor la imaginación, en este sentido, a las previsibles opiniones de nuestras amistades de manera virtual (para eso mejor un café). Así, prefiero estrechar la mano de una abstracción por medio de un texto.
IV
Quién sabe por qué pero tendemos a celebrar aquellas cosas que son múltiplos de cinco. El 8 de julio de 2010 publiqué mi primer texto en este diario. Desde entonces han pasado más de dos años y medio. Ésta es mi colaboración número 100. El motivo de esta publicación, por tanto, es agradecer: a los adversarios, a los amigos, a los colegas, a Aldán, a La Jornada y, sobre todo, a esa figura abstracta: el lector que, pacientemente, ha leído mis tropiezos y mis aciertos. Muchas gracias.
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