Fortaleza de Landsberg, Alemania. Primavera de 1924. Como si estuviera en trance por escuchar las óperas de Wagner –a las cuales es muy aficionado-, de la boca de Adolf Hitler las palabras salen a borbotones. Su fiel secretario, Rudolf Hess, oprime frenéticamente las teclas de la máquina de escribir, las cuales emiten un sonido estridente que pareciera provenir de la mismísima fragua de Vulcano, el dios del fuego y los metales de la mitología romana.
Poco a poco, las incoherentes ideas del antiguo orador de cervecería son ordenadas. En el capítulo VI de su libro, Mein Kampf, el líder nazi dice: “Toda acción de propaganda tiene que ser necesariamente popular y adaptar su nivel intelectual a la capacidad receptiva del más limitado de aquéllos a los cuales está destinada”.
La escena arriba descrita se relaciona con el artículo de hoy, el cual pretende explicar cómo los nazis desarrollaron el arte de la propaganda mediante la industria fílmica y cómo Hollywood, el bastión del llamado Séptimo Arte, lo ha empleado para irradiar una cosmovisión que sirva a la política exterior de los Estados Unidos de América.
Una vez que los nazis tomaron las riendas de Alemania en enero de 1933, Adolf Hitler facultó al hábil y eficaz demagogo Joseph Goebbels para que propagara su cosmogonía a los germanos. Goebbels se propuso “dominar la mentalidad del pueblo alemán como un pianista su piano”.
Para tal efecto, Goebbels comisionó a la cineasta Leni Riefenstahl, quien había impresionado a Hitler, para que dirigiera el documental Sieg des Glaubens (Victoria de fe, 1933). Satisfechos con su trabajo, los jerarcas nazis ordenaron a Riefenstahl que rodara la cinta Triumph des Willens (El Triunfo de la Voluntad, 1934), cuya temática era un cántico visual al regreso de Alemania como gran potencia y la exaltación de Adolf Hitler como el Salvador de Alemania.
Para celebrar los Juegos Olímpicos de Berlín 1936, Hitler y Goebbels indicaron a Riefenstahl que filmara Olympia, el primer largometraje captado durante las Olimpiadas de la Época Moderna. Técnicas fílmicas que, posteriormente, devendrían métodos estándar de la industria del cine –primer plano extremo y corte abrupto- fueron utilizadas por primera vez en dicha cinta.
Al entrar los Estados Unidos a la guerra, en diciembre de 1941, Washington delegó al cineasta italo-americano, Frank Capra, para que produjera la serie Why We Fight (Por qué peleamos), cuyo objetivo era convencer a los soldados estadounidenses de la importancia de librar al mundo del azote de la Alemania nazi, la Italia fascista y el Japón imperial.
Tras la humillación sufrida por la Unión Americana en los arrozales y pantanos de Vietnam y en contraposición a cintas consideradas críticas como Platoon, Born in the fourth of July y Apocalypse Now, se decidió emplear a la industria fílmica para levantar la moral del pueblo estadounidense. Para tal efecto, el fornido actor italo-americano Sylvester Stallone encarnó en la pantalla grande a John Rambo, el traumado ex Boina Verde, y a Rocky Balboa, un boxeador fracasado. De igual manera, el experto en artes marciales, Chuck Norris, actuó en las películas Missing in Action, Delta Force e Invasion U.S.A.
Como un bálsamo milagroso, Hollywood convenció al estadounidense promedio de que, al menos, en el cine su país había resultado victorioso contra el odiado Ho-Chi-Minh y la guerrilla del Viet-Cong, y de paso humillaba a sus rivales soviéticos.
Durante y después de las debacles de Afganistán e Irak, Hollywood ha intentado persuadir a su audiencia global de la victoria estadounidense: The Hurt Locker (El Casillero del Dolor, 2008), muestra las peripecias de un grupo de soldados estadounidenses que desactivan explosivos en Irak. La cinta en cuestión logró seis Oscar, incluyendo Mejor Película y Mejor Director.
Recientemente, Zero Dark Thirty (La Noche Más Oscura, 2012) narra la cacería del líder de Al-Qaeda, Osama bin Laden. Dicho filme generó controversia pues parecía un endoso del uso de la tortura como medio para obtener información sobre los “chicos malos” pertenecientes al Islam radical.
En la premiación próxima pasada de los Premios de la Academia, Argo, una cinta sobre la operación encubierta que rescató a seis diplomáticos estadounidenses refugiados en la Embajada de Canadá en Teherán, Irán, durante la Crisis de los Rehenes (1979-1981), recibió el Premio a la Mejor Película. Tal largometraje es acrítico, pues no hace mención al rol de la Unión Americana en el golpe de estado que destruyó a la democracia iraní en 1953 ni a la tortura practicada por la policía secreta del Shah.
La misión de Hollywood es entretener y hacer dinero. Para lograrlo, aplican el dictum del embaucador austriaco: “La propaganda es un medio y debe ser considerada desde el punto de vista del objetivo al cual sirve”.
Aide-Mémoire.- Felicito al Mtro. Fernando Macías Garnica por sus nuevas responsabilidades.
Colegio Aguascalentense de Estudios Estratégicos Internacionales, A.C.