Como hombre, aunque sea una vez en la vida
Categóricamente pertenezco ya a la otra generación, o puesto en una expresión de los años setenta, soy de la momiza (en alusión a las momias). Me gustan las personas honestas y repruebo a aquellos que se pasan la vida jugando juegos de poder y riqueza traicionando a cuanta persona pueden, en busca de mejorar sus intereses particulares. También me provocan particular desagrado quienes por sentirse importantes mienten hasta los dientes.
Tarde aprendí que a las personas traicioneras es mejor alejarlas uno de su vida, aún a costa de cortar el número de familiares. La madurez me ha hecho dejar las poses sociales de pretensión. Pero el tiempo, casi 50 años de vida, ha dejado en mí algunas fórmulas de pensamiento y conducta que hoy me diferencian de las nuevas generaciones que, como siempre, buscan su propia identidad.
Y la búsqueda de identidad de las nuevas generaciones se hace en diferencia de las generaciones anteriores, o sea, de nosotros la momiza. Hay unos anuncios que se transmiten en la televisión americana, promocionando el Tequila 1800 por el actor Michael Imperioli, quien protagoniza la serie de televisión, Detroit 1-8-7, donde encarna a un detective de homicidios, de pocas pulgas. Los anuncios de esta promoción, dispuestos a guisa de serie, tienen por objetivo resaltar el atributo varonil de quien consume el producto. Por ejemplo, un anuncio publicitario de esta serie habla de los automóviles, diciendo: “¿Qué es lo que le pasó a los autos? Ahora tienen conectores eléctricos, floreros, voces que avisan de la proximidad de una curva… Tal vez soy sólo yo, pero todo lo que me importa es lo que está debajo del cofre”.
O mi preferido de esta serie de publicidad, que es que hace referencia a: “¿Qué es lo que pasó con la ropa? Ahora los hombres se visten como niños. Usan pantalones a la pantorrilla y gorras. ¡Vamos! Vístanse como hombres…” He aquí una diferencia generacional. En mis tiempos, los hombres no se vestían de rosa ni de morado. Esos colores estaban destinados únicamente a las mujeres, a los homosexuales y a los artistas de la farándula. Sin embargo mis dos concuños, por ejemplo, ambos menores que yo, no tienen menor conflicto de vestirse con camisas rosas, moradas o usar pantalones blancos de mezclilla. Antes sólo se usaban sacos claros en la playa o en climas tropicales. Los hombres sólo usábamos calcetines y calcetas deportivas, no usábamos “tines”, ni pantalones a la pantorrilla ni sandalias salvo que estuviéramos en la playa (y me refiero a las sandalias, nunca a los pantalones a la pantorrilla. Uno usaba shorts o bermudas). Sí, la juventud ha encontrado una nueva manera de vestirse, aunque no me parece que sea un ethos varonil. Esta serie de anuncios que arriba refiero, me llamaron la atención positivamente frente a aquellos anuncios en que los hombres aparecen, a modo de la moda metrosexual, usando cremas, anunciando lociones en ambientes que sugieren feminidad, o bien afeitándose al ras el rostro para estar “suaves y tersos” como si se tratara del rostro de una mujer. Si las mujeres quisieran acariciar un rostro de porcelana acariciarían el rostro de una mujer, no el de un hombre.
Estoy cierto que los anuncios y comerciales responden a los nuevos nichos de mercado existentes y que tratan de llegar a un público particular, pero ¿cuando sucedió que los hombres dejaran de parecer hombres? ¿Cómo sucedió que el ícono masculino se transformara en un varón que corre en playa saltando de pilote en pilote con una sonrisita femenina? ¿Es esto parte del metrosexualismo? Sí, me confieso de la momiza porque creo que para ser torero hay que parecerlo, igual que para ser hombre hay que parecerlo. Concuerdo en que los hombres se deben de vestir como hombres y no como niños ni como mujeres. No tengo objeción alguna en que los varones se pongan cremas humectantes o antiarrugas, se saquen las cejas, se hagan el manicure y el pedicure, o se vistan de colores pasteles o usen pulseritas y cadenitas con dijes. Estas cosas no representan para mí lo varonil. Sin embargo, el ícono femenino de la belleza no ha sufrido transformación tan grave como la del masculino. Los anuncios comerciales, las revistas de belleza, los certámenes de belleza, en fin, la cultura general, sigue destacando la sensualidad de la mujer como su atractivo. En la feminidad no se advierte merma ni transformación en este comparativo, quiero decir que no se están explotando atributos masculinos para las mujeres en el mundo publicitario. Incluso en los anuncios comerciales donde aparecen deportistas femeninas, no se ve una masculinización del género como imagen de venta, al contrario, se destacan sus atributos femeninos.
No sé si a las jóvenes de ahora les resulte atractivo un hombre más femenino bajo la empatía que pudiera causar el compartir un estilo de vida más semejante. La belleza y el atractivo son condiciones culturales, y como tales, están sujetos a cambios y a modificaciones que responden a la movilidad social. Aquello que fue una fórmula exitosa para las generaciones anteriores, no tiene que serlo necesariamente para las nuevas generaciones. Igual que nosotros rompimos con muchos esquemas sociales y culturales en nuestro tiempo, igualmente la juventud está reacomodando el mundo social en el que habita.