Los genios de las finanzas, ésos que han sumido al mundo en la locura por maximizar las ganancias monetarias de sus patrones depredando el planeta, están aterrados. Tiemblan ante la creciente volatilidad e incertidumbre en el mercado de los valores financieros, el más voraz de los mercados del capitalismo salvaje y temen el advenimiento de un “año negro”.Los financieros contagian así su angustia al resto del mundo.
El pánico se ha desatado a partir de la devaluación en 46 por ciento de la divisa venezolana el pasado 8 de febrero. En un sombrío informe del ministerio ruso de las finanzas que circula en el Kremlin, se advierte una “señal clara” que los sistemas bancarios occidentales, el “castillo de naipes” erigido a partir de la crisis económica global 2007-2008, está en fase de “derrumbe total”. Prevé un desplome “apocalíptico de la economía de los EEUU a más tardar el próximo mes de abril”. Según este informe, los expertos financieros norteamericanos describen esta situación como la peor guerra financiera vista desde los años 30, cuyos efectos llevaron a la segunda guerra mundial. La guerra de la modernidad, llamada así por el ministro brasileño de hacienda, rebautizada por los especialistas financieros como “la guerra mundial C” la guerra de las divisas (en inglés “currency”), es también una guerra de devaluaciones competitivas.
En una feroz competencia por su modernidad, término que implica competitividad de mercados ante un mundo que progresivamente tiene menos dinero para comprar, varios países se han empeñado en devaluar sus monedas. Al devaluar su moneda, un país obliga al abaratamiento de sus productos en el extranjero –sus exportaciones- y al encarecimiento de sus importaciones. En esta locura del capitalismo salvaje, todos quieren vender a la vez de reducir sus compras de otros países.
Inmersos en este afán antisolidario y excluyente, las economías se contraen. La producción de los 17 países de la Eurozona que comparten moneda cayó 0.6 por ciento en el IV trimestre de 2012; la de Japón, con su moneda –el yen- devaluada 25 por ciento frente al Euro y 10 por ciento ante el dólar, se contrajo 0.1 por ciento. Japón no se recupera y la Unión Europea (UE) acumula ya tres trimestres a la baja. Debido a esta caída de la producción, los principales mercados accionarios cerraron en números rojos porque las empresas pierden y, por ello, el desempleo crece.
La ley de la oferta y la demanda determina el precio o cotización de las monedas. Conforme mayor es la cantidad de una moneda, más se abarata ésta, más se devalúa. En su afán por controlar el comercio y las finanzas globales con el dólar, los EEUU, mediante el Fondo Monetario Internacional (FMI), eliminaron en 1948 el patrón oro y, con ello los límites físicos para emitir moneda.
Más adelante, la moda neoliberal de liberar el comercio, impulsada por el Consenso de Washington -el FMI, Banco Mundial y Reserva Federal de los EEUU- con el objeto inicial de asegurar al tercer mundo como fiel comprador de su industria cultural, llevó a desmantelar la política arancelaria de los países desde hace tres décadas. Con ello desaparecieron los impuestos a la importación que permitían proteger a las economías -a los productores de los países “liberalizados”-, frente una desigual competencia de productos baratos provenientes del extranjero. El neoliberalismo ha expuesto nuevamente al mundo occidental a enfrentar una situación de vulnerabilidad económica, financiera y comercial como la de hace 80 años.
La política monetaria de los bancos centrales, entidades responsables de emitir moneda -y con ello determinar su paridad- genera un conflicto que contrapone la producción a las finanzas. Cuando los países pretenden la “modernidad” capitalista devaluando para aumentar la demanda de su producción, al hacerlo, aumentan el precio de las importaciones, dañando el poder adquisitivo de sus ciudadanos. Esta circunstancia ha hecho que millones de personas caigan en mora con sus adeudos bancarios, afectando de paso la viabilidad de negocio de los bancos, lo que a su vez ha llevado a varios países a transferir recursos del erario público para salvar a la banca.
Chris Richey, analista financiero americano augura que lo peor de esta guerra está por venir ya que el comercio internacional se ha derrumbado totalmente a niveles nunca antes vistos desde el comienzo de la crisis económica de 2008.
Evidentemente, como siempre, la élite financiera internacional gana con todo esto.
El abaratamiento generalizado de los productos de todos los países en guerra comercial está impulsando a los grandes capitalistas a vender sus posiciones accionarias en miles de empresas de todo el mundo. Está teniendo lugar una movilización de capitales similar a la sucedida antes del 11-S, pero ahora a una escala mucho mayor. Por el pánico inducido por ese evento, los grandes inversionistas que vendieron acciones antes de la crisis, pudieron recomprarlas después, a menor precio.
Ante la pérdida de empleos y millones de acreditados en mora, la gente protesta en las calles. Su angustia de perderlo todo, abona, sin querer, a abaratar aún más los bienes raíces y productos, convirtiéndolos en apetitoso bocado para la voracidad bancaria.
Si la gente llegara a ver el tablero completo, podría identificar el juego mediático y de engaño monetario, la estafa a la que se nos ha expuesto a todos. Por tanto, sólo la no colaboración con el sistema puede detener esta locura.
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