El Leviatán, conocido por nosotros gracias al Profeta Isaías que lo describió como “un Dragón que está en el mar”, ha sido asociado como un sinónimo del mismo Satanás y del mal. Esta bestia marina aparece en el Antiguo Testamento y de la tradición judía. En hebreo moderno su nombre simplemente significa “ballena”, pero su denotación maléfica y monstruosa se deriva de la tradición Judía. En este contexto se le ata a los demonios y a toda calamidad que se deriva del reino de lo oscuro. En el Cristianismo, Leviatán es usualmente considerado como una forma de Satanás, asociación que en gran parte se debe a que la expresión “serpiente antigua”. Algunos intérpretes han sugerido que Leviatán es un símbolo de la Humanidad que se opone a Dios, y su nombre ha sido relacionado por los Judíos extremistas con países como Palestina, Líbano e Irán, bajo la premisa de que Israel es el pueblo elegido de Dios y los Estados Políticos que de alguna forma están actúan en su contra, son opositores de la voluntad de Dios.
Textos como el Avoda Zara o el Moed Katan (ambos pertenecientes al Talmud) contienen pasajes vinculados a la leyenda judía en la cual luego del Armagedón (el fin de los tiempos) habrá un banquete donde sólo entrarán “los justos”. Este festín del fin de los tiempos al que asistirán sólo las buenas personas, estará cubierto elegantemente por la piel del Leviatán a modo de techo, y los convidados se comerán la carne de tres bestias míticas: el Leviatán (bestia marina), el Behemoth (bestia terrestre) y el Ziz (bestia aérea o ave gigante).
En el siglo IV, el papa Dámaso quien ordenó a San Jerónimo a crear una traducción uniforme de la Biblia, adecuada para la oración y el uso litúrgico. La traducción, debidamente completada según el canon de la Iglesia Católica-Romana, se denomina Vulgata Latina. La Vulgata Latina fue una traducción del griego al latín vulgar o común y corriente. El nombre de Leviatán aparece por primera vez en esta traducción y se deriva de la palabra hebrea Liwyatan, y significa girar, en espiral o torbellino. Fue Thomas Hobbes, filósofo inglés y hombre de letras, quien toma el nombre de Leviathan para su obra cumbre en 1651. Hobbes, en esta obra, propone que el hombre es “el ser para la guerra”, que está en nuestra naturaleza el ser violentos y hostiles para cubrir nuestras necesidades y deseos, y que la única forma de convivencia posible humana se encuentra en el pacto social, el contrato social en el sentido en el que lo usó Jean Jacob Rousseau. Este pacto social debe de producir al Estado Político quien será el rector de la vida de los hombres. El Estado Político que Hobbes supone tiene que encarnar el poder absoluto, y también debe de tener la característica de poder infringir miedo al grado de muerte a los ciudadanos, de manera que los individuos no intenten rebasar las atribuciones del Estado. Algo parecido a la teoría que Max Weber desarrolla en “El político y el científico”, de que el Estado tiene que ser el único ente que detente el poder legítimo de la violencia física. Porque Hobbes sostiene que únicamente el miedo a la violencia del estado detendrá a los hombres de ejercer la violencia entre ellos. El libro de Hobbes, establece una metáfora entre el Estado y el monstruo Leviatán. Como el hombre es el ser para la guerra y constantemente está en pugna con los demás, necesita de este coto para que la sociedad permanezca como una manera viable de vivir. A grosso modo la teoría de Hobbes dice que el Hombre utiliza la violencia para obtener de la naturaleza y de su entorno los satisfactores necesarios para vivir. Por medio de la violencia mata animales para alimentarse, para cubrirse. Pero también es un acto de violencia el arrancar un fruto o derribar árboles para construir una morada. El hombre violenta el estado de las cosas, igual que el resto de los animales, para cubrir sus necesidades. La diferencia es que el hombre continúa usando la violencia para obtener la realización de sus deseos también.
El Estado Político es necesario en la vida moderna de nuestras sociedades, en primera instancia por lo numerosas que se han vuelto nuestras comunidades, y para evitar que algunos individuos transgredan los acuerdos y pactos sociales que nos permiten la convivencia pacífica entre nosotros. Pero el Estado no debe de ser un órgano rector, sino un instrumento que salvaguarde el orden social y nuestras garantías. El Estado no debe de decirnos cómo hemos de desarrollar nuestras vidas, sino que su labor es la de proporcionar las garantías necesarias para que nosotros podamos vivir de acuerdo a nuestros deseos, en la medida en que no afectamos a los demás. El Estado no debe de ser rector de nuestras vidas, sino un facilitador de las condiciones sociales de estabilidad y paz para llevarlas a cabo. Las leyes no pueden estar sobre nuestro albedrío de ninguna de todas las maneras. El Estado no puede imponer a los ciudadanos el concepto de lo que está bien o mal, sino que su círculo de acción debe circunscribirse a lo que es el ser garante de las condiciones de seguridad y paz social. La elección de lo que está bien o mal, es una consideración personal.